GustavoGimeno MarcoBorggreve 

Muy al este de Luxemburgo

Donostia, 23/08/2017. Palacio Kursaal. Obras de Modest Mussorgsky, Sergei Prokofiev, Anatoly Liádov y Dimitri Shostakovich. con Alexander Gavrylyuk (piano) y la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Dirección musical: Gustavo Gimeno. 

No deja de ser curioso que con motivo de la visita de la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo se articulara su primer programa en esta Quincena Musical en torno a la Rusia de finales del XIX y a los primeros años de la Unión Soviética, construyendo una propuesta coherente y que la batuta de Gustavo Gimeno convirtió en triunfo agradable y merecido. Precisamente la batuta de Gimeno fue la gran sorpresa de la velada, con gesto medido, diáfano, buscador permanente del detalle y levantando los distintos planos de la rica paleta orquestal rusa de forma eficiente. No puedo ni debo olvidar al otro gran triunfador para el público, el pianista Alexander Gavrylyuk, dominador y técnicamente impecable en su concierto. Pero vayamos con un poco de orden.

Modest Moussorgsky estuvo presente a través de Una noche en el monte pelado (1867), obra que reconozco me resultó la más insípida o quizás la menos inspirada de las cuatro. Algo plano en la exposición y un tanto rutinario me llegó este poema sinfónico, tan exigente para metales y que a pesar de una correcta interpretación quedó huerfano de sensibilidad “terrorífica”. A continuación el ya mencionado Gavrylyuk decidió volcarse –literalmente- sobre el piano y nos obsequió con una fascinante versión del Concierto para piano y orquesta nº 3, op. 26, (1921) de Sergei Prokofiev, comenzado a componer el año de la Revolución Bolchevique. Aquí ya destacó tanto la capacidad técnica del solista como la de Gimeno para iluminar toda la parte orquestal, que dista mucho de ser la de un mero acompañante del solista. El tercer movimiento, Allegro ma non troppo, ejemplo de piano virtuosístico, quedó perfectamente moldeado por Gavrylyuk hasta llevar al público a la posterior reacción de asombro y aprobación. Un concierto hermoso en las manos de un gran solista y un director de una precisión subrayable. Posteriormente Gavrylyuk, respondiendo a los muchos y ruidosos aplausos decidió ofrecer unas Variaciones sobre la marcha nupcial de Mendelssohn ante el que solo cabe quedarse con la boca abierta. Cuanto hay de circense en semejantes alardes queda a la consideración de cada uno.

La segunda parte comenzó con la fina exposición de El lago encantado (1909) de Anatoli Liádov, que Gimeno expuso de forma magistral, sobre todo en los pianissimi del comienzo y del final. Es una auténtica pena que los desconsiderados de siempre decidieran obedecer a las indicaciones de la batuta con sus toses compulsivas, destruyendo toda la magia del hermoso inicio. La infrecuente y merecedora de nuestra atención Sinfonía nº 1 op. 10 de Dimitri Shostakovich (1925) cerró el programa y admitó me sirvió para cerciorarme –por si me cabía alguna duda- de la calidad del director. Una precisión metronómica –en el buen sentido, pues la interpretación estaba dotada de alma-, una orquesta que seguía al maestro con entrega y un conjunto de secciones de calidad. No estamos ante una orquesta extraordinaria pero no se puede dudar de la calidad de lo ofrecido en el concierto.

La reacción popular fue de aprobación jubilosa tanto tras el concierto de Prokofiev como al final de la sinfonía. Eso, los que se enteraron porque otros decidieron comenzar a aplaudir cada vez que había algún acorde en forte con apariencia conclusiva, por lo que hubo dos previos conatos de ovación y cuando, finalmente, la sinfonía concluyó Gimenos hubo de hacer gesto evidente para avisar a los impulsivos de que esa vez sí, el concierto había terminado. Lo de las toses ya queda dicho, lo que no hace disminuir la irritación de un servidor.

Luxemburgo nos ofreció una breve pincelada de Rusia desde la batuta diáfana de un valenciano. Desde un pequeño país centroeuropeo, caminando hacia el Este hasta la inmensa producción musical de un gigante inabarcable. Es la grandeza de la música.