LucreziaBorgia Salzburg2017 MarcoBorrelli 

Punto y final 

Salzburg. 30/08/2017. Salzburg Festspiele. Donizetti: Lucrezia Borgia. Ildar Abdrazakov (Don Alfonso), Krassimira Stoyanova (Lucrezia Borgia), Juan Diego Flórez (Gennaro), Teresa Iervolino (Maffio Orsini), Mingjie Lei (Jeppo Liverotto), Ilker Arcayürek (Olofermo Vitellozzo), Gleb Peryazev (Don Apostolo Gazella), Ilya Kutyukin (Ascanio Petrucci), Andrezej Filończyk (Gubetta), Andrew Haji (Rustighello), Gordon Bintner (Astolfo) Mozarteumorchester Salzburg. Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor. Dir. coro: Ernst Raffelsberger. Dir. musical: Marco Armiliato.

La última función del Festival 2017 de Salzburgo tenía un plato fuerte operístico en el fogón, aunque sin su natural aderezo: Lucrezia Borgia de Donizetti en manos de uno de sus mejores baluartes, el tenor peruano Juan Diego Flórez, acompañado por el bajo Ildar Abdrazokov y la soprano Krassimira Stoyanova. Quizás la gran lacra de la función es precisamente la falta de condimento, el mostrarse en versión concertante –como lo fue también I due Foscari de Plácido Domingo–, privándonos no solo de la escena, sino del deleite de las capacidades dramáticas de algunos de los integrantes de la velada. Se me antoja in primis una manera algo descafeinada para cerrar uno de los festivales más fastuosos del orbe.

La presencia de Krassimira Stoyanova, tan inusual como su manera de afrontar el papel, sorprendía sobremanera siendo una soprano de naturaleza spinta, propicia para títulos verdianos como los que generalmente frecuenta, y menos para uno como el enjuiciado. Su instrumento tiene además un tercio agudo de timbre algodonado que impide la correcta percepción del texto –Donizetti padece ahí tanto o más que otros autores–, enrarecido por una generosa profusión de vocales y un tercio inferior con cierta tendencia al engolado. Demérito en todo caso no tanto de la experimentada soprano búlgara, que a lo sumo osó con aceptar el reto –sabiéndose a años luz de su principal compañero–, sino de quien en su día cerró el reparto.

Juan Diego Flórez brilló como era de esperar en su breve presencia en el festival, que constó de ésta única participación (con premier el día 27). Un artista tan completo sufre sin duda la falta de escena, evidenciando con su contenida gestualidad que quería, pero no podía. Su inconfundible timbre, su homogéneo registro, su buena articulación sus extensos legati y sus sobreagudos, que cada vez pecan más de falta de brillantez –tempus fugit–, no dejan de seguir haciendo que Flórez se suba al podio de los elegidos, cuando de Donizetti o Rossini se trata. Frente a otros autores, como por naturaleza es menester, la situación cambia.

Con Ildar Abdrazakov ya sabíamos que teníamos bajo para cansarnos. Su elección como pareja de Rolando Villazón para el disco de duetos, de reciente publicación, encuentra una sólida base en la calidez y calidad del instrumento que el cantante ruso mostró también en este Lucrezia, de proyección generosa, redondo, dúctil en la escucha y cuidadoso en la recitación del texto.

El Maggio Orsini de Teresa Iervolino tampoco tiene en práctica tacha alguna. El siempre esperado debut de un artista en la tarima Salzburgués no ha sido óbice para que la mezzosoprano italiana despliegue todo el buen material que lleva dentro, y nos deje además percibir cómo en escena también se encontraría más a suo aggio. La tendremos en Múnich esta temporada vistiendo los mismos paños, y allí estaremos para ver cómo se desenvuelve. Su voz tiene una veladura natural oscura pero regular en todo su registro, viéndose además arropada por una técnica tan precisa como para llevar las riendas del carácter del texto de Victor Hugo reinterpretado –con algo más pena que gloria, todo hay que decirlo– por Felice Romani. Todo un acierto esta vez en el reparto de este título, también sin duda muy por encima de su colega femenina, en prestaciones y presencia. El resto de componentes ni destacó, ni su actuación fue desmerecedora de una función que, por ser punto final del festival de festivales, bien hubiese merecido un plantel más equilibrado, pero en su cénit, y un continente para el contenido.

La buena respuesta de la Orquesta del Mozarteum y el Coro de la ópera estatal de Viena se debió en buena parte a la dirección de Marco Armiliato –con la óptima colaboración de Markus Tomasi como Konzertmeister–, una excelente dirección basada en una rigurosa técnica y una lectura que en esta ocasión muestra un sólido interés en ir más allá de la mera ejecución, cuanto menos cuando le dejan.