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Wellness belcanto 

Barcelona. 14/09/17. Gran Teatre del Liceu. Adriana González (Corinna), Maite Beaumont (Marquesa Melibea), Leonor Bonilla (Condesa de Folleville), Ruth Iniesta (Madame Cortese), Juan de Dios Mateos (Caballero Belfiore), Levy Sekgapane (Lord Sydney), Pedro Quiralte (Don Profondo), Vincenzo Nizzardo (Barón de Trombonok), Manel Esteve (Don Alvaro), Alessio Cacciamani (Don Prudenzio), Jorge Franco (Don Luigino), Paula Sánchez-Valverde (Delia), Marzia Marzo (Maddalena), Tamara Gura (Modestina), Beñat Egiarte (Zefirino/Gelsomino), Carles Pachón (Antonio). Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Dir. Mus.: Giacomo Sagripanti.

Puede sonar extraño que el Gran Teatre del Liceu haya escogido Il viaggio a Reims de Rossini para empezar su nueva temporada de ópera, aunque este título no se considere su inauguración oficial, cosa prevista con el estreno de Un ballo in maschera de Verdi el próximo sábado 7 de octubre. Ofrecida así pues como un entremés a la espera del título escogido como oficial, artimaña de marketing que también hacen otros teatros como el Palau de Les Arts de Valencia, hay que destacar el éxito de una propuesta en cierto modo arriesgada pero también de resultado artístico más que satisfactorio.

Ópera coral por el gran número de roles a los que se han de enfrentar casi una veintena de solistas, la apuesta de mezclar voces jóvenes, debuts, rol-debuts y que catorce de los veintisiete cantantes que se han alternado las siete funciones en varios repartos sean españoles, hacen que se pueda hablar de esta propuesta como un relativo éxito. Al menos en este título no se le podrá criticar al Liceu y a su directora artística Christina Scheppelmann que no hayan apostado por las voces españolas, ya consagradas o jóvenes debutantes, que han ayudado con su profesionalidad y brillantez vocal a dar en la diana con una ópera nada fácil, pero llena del mejor belcanto de la escuela rossiniana.

Proveniente del Festival Rossini de Pesaro, esta coproducción con el Teatro Real de Madrid aúna sencillez por no decir austeridad escenográfica, combinado con un buen trabajo de dirección de actores, donde la personalidad de cada personaje se enriquece con la aportación de un trabajo en equipo lleno de complicidad y fluidez teatral. Emilio Sagi hace de la necesidad virtud y recoge el encargo del Festival Rossini de Pesaro de construir una producción económica, basada en una única y despojada escenografía donde unas tumbonas, una plataforma de madera que sobresale a mitad del foso y un vestuario de blancos y negros sumado a una concisa iluminación dejan el total protagonismo de la propuesta al numeroso elenco de cantantes quienes realmente son los verdaderos protagonistas con su virtuoso oficio del mejor belcanto, en un título escrito para divos de la época. Así pues si Rossini contó en su estreno con voces de divas como Giuditta Pasta (primera Anna Bolena de Donizetti o Norma de Bellini) para el rol de Corinna además de grandes virtuosos para roles como el de la Condesa de Folleville, Lord Sydney o el Conde de Libenskof.

La primera gran sorpresa fue el chispeante y prometedor debut en el foso del Liceu del director musical Giacomo Sagripanti, quien demostró por qué es el ganador de los International Opera Awards 2016 al mejor director musical novel. Batuta precisa, fluida, atenta y minuciosa con el trabajo de los solistas vocales, pero también dueño de un control del ritmo y las dinámicas notorio, supo extraer de la partitura rossiniana ese genio del compositor belcantista maduro y creativo. Su nervio musical se dejó ver desde el preludio inicial, con el control de los matices en los concertantes, los dúos, el sexteto, el acompañamiento de las arias y el famoso número a catorce voces que Sagripanti administró con sabiduría y delicadeza. La orquesta respondió con un sonido natural, flexible, destacando los instrumentos de viento y madera con ese sonido heredero de Mozart que Rossini tenia en el centro de su orquestación. Un debut que dejó un gran sabor de boca y del que se espera su vuelta con otros títulos para comprobar su versatilidad y ver si su maestría belcantista aborda con la misma madurez otros repertorios. Justo es mencionar también los solos de flauta en el aria de Lord Sidney y de arpa en las arias de Corinna de André Cebrián y Tiziana Tagliani, respectivamente.

Del ingente reparto vocal hay que aplaudir el reparto de particchini, protagonizado en su gran mayoría por jóvenes voces españolas, casi todas debutantes en el Liceu. Así se hicieron notar la Delia de Paula Sánchez Valverde quien junto a la Modestina de Tamara Gura y la Maddalena de Marzia Marzo, quienes llamaron la atención en pasajes como la sección entre aria y cabaletta del aria de Lord Sydney, con una buena dicción, empaste de las voces y naturalidad canora. También destacó el canto desenvuelto y claro del tenor Jorge Franco como Don Luigino, el imponente timbre del bajo italiano Alessio Cacciamani como Don Prudenzio, la presencia vocal de Beñat Egiarte en su doble papel de Zefirini/Gelsomino o la belleza tímbrica del Antonio de Carles Pachón.

Entre el reparto femenino destacó la debutante soprano guatemalteca Adriana González como Corinna, mostrando un instrumento carnoso, cálido y de tesitura generosa destacando en sus dos arias así como en su dúo con Belfiore. La ganadora del segundo premio del Concurso Viñas 2017 demostró madurez y buena técnica con un canto legato fino y pulida proyección, además de un buen control de los filados y un registro seguro en toda la tesitura. Un hermoso trabajo del que seguramente ha sido la primera soprano guatemalteca en debutar un rol solista en la historia del Gran Teatre del Liceu.

Hermoso debut también el de la soprano sevillana Leonor Bonilla como Condesa de Folleville, un rol que tiene en su gran número “Partir, o ciel, desio!” una de la arias más brillantes, largas y comprometidas de la ópera, que Rossini rescató con buen criterio en su posterior Le comte Ory. Bonilla cantó con desenvoltura, gracilidad canora, seguridad en los agudos y buena elasticidad en la coloratura, con una emisión grata y natural y un registro agudo seguro y certero. Además destacó por su excelente adecuación actoral como diva francesa, celosa y frívola. 

Brava la Madame Cortese de la zaragozana Ruth Iniesta, quien debutó en el Liceu con un papel que ya conocía y domina. De nítida emisión, control técnico y timbre generoso, además de en su intervención inicial supo brillar en su dúo tirolés con Don Profondo, mostrándose dueña de una seguridad teatral y frescura interpretativa ideal para este tipo de roles rossinianos. Iniesta se alternaba en el rol con la soprano croata Marigona Qerkezi, dueña de un instrumento poderoso, con una facilidad inusitada en el registro superior, donde la voz suena rotunda y generosa, a falta de mejorar el equilibrio del registro medio y grave. Es una cantante muy llamativa que sin duda puede dar que hablar. 

Elegancia natural, sonido terso y seguridad en todo el registro en la intachable Melibea de Maite Beaumont, quien supo destacar con madurez y dominio belcantista en su gran dúo con Libenskof. Alternándose  con ella en el rol, la italiana Marina Viotti convenció con un bonito resultado vocal, quizás algo insegura todavía teatralmente y a la espera de una mayor fluidez y homogeneidadd en su emisión, resolvió no obstante con solvencia el dúo y su solo patriótico final. 

Destacó entre los debutantes jóvenes solistas españoles la voz fresca y de fácil emisión del tenor de Almería Juan de Dios Mateos. Firmó un Caballero Belfiore desinhibido, de canto espontáneo, emisión desahogada y libre, merced de un timbre atractivo y diáfano, quien cantó el bello dúo con Corinna “Nel suo divin sembiante” con una naturalidad y gracilidad canora de veras llamativa. Si sumamos su adecuación física y seguridad teatral, y que debutaba tanto el rol como su debut en un teatro de primer nivel como el Liceu, se trata de una voz sin duda a seguir.  Notable el debut del último y flamante ganador del primer premio Operaria 2017, el tenor de sudáfrica Levy Sekgapane, como Conde Libenskof. Frescura tímbrica, agudos deslumbrantes y fraseo cuidado, aun todavía de proyección limitada, para un instrumento prometedor, ideal para el repertorio mozartiano y belcantista. 

Poseedor de un interesante instrumento, no parece este tipo de repertorio el más adecuado a las características del bajo-barítono kazajo Baurzhan Anderzhanov, quien cantó un Lord Sydney algo desenfocado, con una emisión empañada por un timbre poco comunicativo y una coloratura demasiado ajustada en una cabaletta de gris ejecución. Buen oficio y profesionalidad en el Don Profundo del debutante barítono valenciano Pedro Quiralte, quien supo defender con suficiencia su gran aria “Medaglie incomparabili”, a pesar de la mejora que presenta una emisión irregular con diferentes colores. Sorpresa con el descubrimiento de la voz del también debutante en el Liceu, el barítonoitaliano Vincenzo Nizzardo. Poseedor de una técnica que le permite lucir un canto aseado, atento a los detalles, de fraseo atractivo merced a una voz de bajo de atractivo color, con un timbre ideal para este tipo de roles, supo lucir sus cualidades con brillante resultado. Por último festivo resultado vocal el del Don Alvaro del barítono catalán Manel Esteve, con una gracilidad escénica que lo hizo destacar entre el gran trabajo profesional del resto el reparto. Su seguidilla la cantó con una voz redonda, bien proyectada y un agudo perfectamente colocado coronando una interpretación impecable demostrando que se encuentre en un momento de madurez vocal envidiable. 

Un entretenido y refrescante entremés operístico que sirve de pistoletazo de salida a la nueva temporada. Si cantar Mozart o Rossini siempre se identifica con un resultado de "belcanto spa" para los oídos o un "wellness belcanto" para el espíritu, estas funciones han conseguido plenamente su objetivo.