Daniil Trifonov portrait 

El creador creado

Barcelona. 16/01/17. Auditori de Barcelona. Ciclo ‘Música de cambra’. “Trifonov, sobre Chopin”. F. Mompou: Variaciones sobre un tema de Chopin. R. Schumann: “Chopin” desde Carnaval, op. 9. E. Grieg: Estudio, op. 73, núm. 5, "Homenaje a Chopin". S. Barber: Nocturno, op. 33. P. I. Chaikovsky: Un Poco di Chopin, op. 72, núm. 15. S. Rachmaninov: Variaciones sobre un tema de Chopin op. 22. F. Chopin: Sonata núm. 2, en si bemol menor, op.35. Daniil Trifonov, piano.

Hay que reconocerle a Daniil Trifonov que es un solista que engancha. Sabe crear expectación y cumple con una perfección técnica de imperial suficiencia abordando unos programas siempre exigentes y además largos. Ante una sala prácticamanente llena, con el título de Trifonov, sobre Chopin, presentó un programa original, con Chopin como compositor central, inspirador y creador a la vez. 

No parece coincidencia que todos los compositores escogidos del programa fueran a su vez pianistas, muchos solistas virtuosos como fueron Schumann o Rachmaninov. El propio Daniil Trifonov siempre ha declarado que quiso comenzar su carrera en la música como compositor, y de hecho compone, pero de momento prefiere dejar esa faceta suya en una cuidada intimidad. Dedica la principal parte de su tiempo a una explosiva carrera de solista privilegiado que lo ha llevado a conquistar medio mundo con furor entre el público y admiración por la crítica. Pero ese espíritu solista de un compositor con ganas de decir cosas, esa alma creadora aflora y de qué manera en el intérprete solista al piano.

Explicar que un músico ha de interpretar una obra puede parecer una perogrullada, pero en casos como el presente, la evidencia justifica la explicación, porque Trifonov no toca, interpreta, se arriesga, se zambulle y se moja. Gustarán o no sus planteamientos, su visión muchas veces sumamente subjetiva, pero es que la línea que separa un recital de un músico correcto y pulcro con la de un artista que sabe crear su mundo propio, muchas veces es la línea que separa al solista de excepción del músico dotado sin más. 

Con ese precioso inicio que fueron las variaciones sobre un tema de Chopin a partir del Preludio, op. 28 núm. 5 de Frederic Mompou, Trifonov mostró sus cartas con una madurez inusitada, propia de un fuera de serie. La lectura serena, la atención al detalle de la obra y personalidad harmónica de Monpou la cinceló con transparencia, con un control del tempo cuidado, creando una atmósfera cual escultor del sonido, con placidez, contemplación y elegancia. En la web de Ibercamera ponía que Trifonov quiso comenzar el programa con Monpou a modo de homenaje al compositor y su lugar de nacimiento. pues bien, fue un homenaje precioso. Sonido limpio, profundidad en el fraseo, demostración de técnica -esa variación número 3: Lento para la mano izquierda que manejó con grácil virtuosismo- en suma, un inicio prometedor y admirable. 

Su pulsión romántica con “Moods” de Grieg, eléctrico y arrollador, su onírica visión con el Nocturno (Homenaje a John Field) de Samuel Barber, inolvidable recreación sinestésica que pareció recrear un cuadro de Edward Hopper…Pero también con las curiosas evocaciones debussyanas del “Un poco de Chopin” de 18 Morceaux op. 72 núm. 15 de Chaikovski, o sobretodo, con unas Variaciones sobre un tema de Chopin, op. 22 a partir del Preludio, op. 28 núm. 20 de Sergei Rachmaninov, donde su dominio del repertorio ruso brilló como cúspide del concierto. En estas 22 variaciones, su polifacética capacidad de iluminar y colorear cada variación, dio como resultado un caleidoscopio sonoro, donde se mezcló lo fúnebre y lo solemne, la intensidad y la grandilocuencia con el lirismo y una hondura que desarmaron al oyente con guante de seda. Ese final de la primera parte dejó la sensación de tener, de nuevo, al mejor Daniil Trifonov, el solista privilegiado de justificada fama y renombre.

Comenzó la segunda parte con el anuncio de que el solista quiso añadir, como pieza previa a la prevista Sonata núm. 2 de Chopin, las Variaciones sobre el tema de “La ci darem la mano” op. 2 de Chopin. Una elección nada arbitraria ya que su último cd dedicado a Chopin ya incluye dicha obra junto a las interpretadas aquí en el Auditori en la primera parte. Pero algo ya se esfumó de esa concentrada y sabia combinación demostrada con anterioridad. Las variaciones sonaron algo huecas, creadas con fruición pero con poca profundidad. ¿Fue necesario?, quizás Daniil quiso contraponer su carácter fantasioso sobre el tema de Mozart, como un contrapeso a la solemne tragedia que domina la sonata número 2 de Chopin, pero si fue así, ese contraste quedó en intenciones, con un sonido más bien evocador que incisivo.

La sonata número 2 de Chopin en Si bemol menor, op. 35, es una obra canónica, una pieza monumental que requiere la mezcla de madurez, técnica y profundidad, propias de un artista reflexivo y exigente. Trifonov demostró de nuevo sus cualidades técnicas y de estilo, el sonido brillante de su digitación, el control de las dinámicas, la suspensión del sonido y su facilidad para abordar una obra con una luz siempre diferente y novedosa. Pero aquí algo falló, algo no pareció casar con el espíritu romántico abismal de la obra y la visión grandilocuente pero poco reflexiva de Daniil. Ya desde el inicio del Grave. Doppio movimiento, el ambiente que generó fue de una extraña captación fotográfica más epidérmica que profunda. El sonido potente y atormentado se vislumbró entre los arpegios y uso del pedal con una volubilidad poco empática. La archiconocida “Marche funèbre: Lento” recorrió con el escalofrío del mejor Chopin la pieza, pero de nuevo en el Finale. Presto. Soto doce e legato la interpretación derivó en una recreación virtuosa pero falta de esencia y sobretodo de un mensaje claro. Se superpuso la intencionalidad y premeditación a una lectura más honda y compleja. Algo se quedó en el jarro de las esencias de este Chopin. El creador-creado que es el Trifonov músico e intérprete esta vez no llegó a tocar el nervio de la obra. Así y todo, la admiración y credibilidad de su arte al piano fue más que evidente y premiada por un público al que todavía se le regaló como bises tres piezas más de Chopin como tres soles: el III. Largo de la Sonata para violonchelo y piano, op. 65 (Arr. A. Cortot), la Fantasia-Impromptu, op. post. 66 y el Vals en do sostenido menor, op. 64, núm. 2.