El elixir de la juventud
23/10/17. Madrid. Auditorio Nacional. Brahms, Sinfonía número 3. Beethoven, Concierto para piano número 5,”Emperador”. London Symphony Orchestra. Emanuel Ax, Piano. Bernard Haitink, Director.
Bernard Haitink es una de esas figuras imprescindibles para entender la música de las últimas décadas. Aunque sus méritos se acumulan, hay algunos que desde mi punto de vista merecen una mención especial: llevar a la Orquesta Real del Concertgebouw a un indiscutible primer nivel en el mundo, su contribución a la revalorización de la música de Mahler y, si me lo permiten, lo que pueda corresponderle del genio de su protegido, nuestro ya medio madrileño director David Afkham.
Increíblemente, a sus 88 años, el maestro sigue dirigiendo y embarcándose en giras internacionales, como esta con la que ha abierto la 48ª temporada de Ibermúsica. A esta edad y en estas circunstancias algunos podrían esperar un concierto de homenaje, de los que tantas veces hemos visto, donde el director hace acto de presencia, la orquesta se hace cargo de una interpretación más o menos estándar y el público se conforma con la contemplación de un símbolo. Haitink, sin embargo hizo honor a su leyenda y ofreció una versión energética, trabajada –incluso en el agotador directo– y plena en personalidad.
La Tercera de Brahms comenzó firme y asertiva, como corresponde al carácter con brio del primer movimiento. Hubo un pequeño descontrol en los metales, algo sorprendente, pero que se quedaría en una simple anécdota en lo que fue una actuación memorable. Haitink convirtió la oposición del modo Mayor y menor que articula el movimiento en un intento de convivencia, buscando los puntos de comunión más que los contrastes, y acentuando el devenir de una coherencia armónica que acompañaría toda la obra. Además, desde los primeros compases mostró otras de sus cartas para la ocasión, el protagonismo del registro bajo de las cuerdas como cimiento de su lectura.
El Andante, tantas veces demasiado meloso, estuvo lleno de misterio denso y de evanescencias, una tarea confiada a la ejemplar actuación de la sección de maderas. El Poco allegretto, ligero, ágil y sinuoso, se llenó de magia al traer algo ligeramente diferente en cada reaparición de su conocido y recurrente tema. Inusualmente, las violas ganaron terreno a los violines y la tensión –que no el volumen– se multiplicó. Y una sensación de trascendencia, que es la firma del maestro holandés, llenó la sala. La calma final llegó tras el privilegio de contemplar la dirección de Haitink, alejada de estridencias dramáticas, pero atenta e intensa, con tan solo ligeros movimientos de las manos y un permanente y expresivo contacto visual con los intérpretes, que se pudo percibir incluso desde su espalda.
Tras la pausa, parte del protagonismo se cedió a Emanuel Ax, en el concierto para piano de Beethoven. La negociación del reparto de papeles quedó clara a lo largo del primer movimiento. La orquesta desplegaría la gloria y el esplendor –hay un sentido en esos exuberantes timbales– y el solista, a través de una interpretación cristalina, desarrollaría un lado más íntimo. Uno se atreve a pensar en las dos caras, la oficial y la humana, del “Emperador”. Así, Ax se alejó de tentaciones de lirismo excesivo y apostó por la claridad y la consistencia a través de esos ritmos tan descaradamente marcados. Algo que se repitió en el Adagio, seductor, con un punto insólito, que a través de los silencios llegó a exhibir un fascinante elemento de deconstrucción. Orquesta y solistas olvidaron sus contrastes interpretativos según avanzaban las idas y venidas del Rondo final, la fusión se fue consolidando en cada repetición y, triunfal, ganó la partida en una noche de contradicciones bien entendidas y mejor resueltas.
Con casi nueve décadas de vida, hora y media de concierto, todavía erguido y en tensión, allí estaba Haitink. Había traído una mirada personal y convincente a unas obras archiconocidas. Y a algunos en la sala se nos revelaba que el secreto de la eterna juventud bien pudiera estar en entender los entresijos de la gran música y, a modo de elixir, consumirlos con avidez.