Viktoria Mullova onyx 1

El fulgor melódico 

Barcelona. 10/10/17. Palau de la Música Catalana. Concierto de inauguración del ciclo BCN Clàssics. J. Sibelius: Concierto para violín y orquesta en Re menor, op. 47. A. Dvořák: Sinfonía núm. 9, en Mi menor, op. 95, "del Nuevo Mundo”. Bamberger Symphoniker. Viktoria Mullova, violín. Dir. musical: Jakub Hrůša.

Suculento concierto inaugural de la temporada de BCN Clàssics con dos de las piezas más populares y atractivas del repertorio romántico para violín y orquesta.  Jakub Hrůša debutó en Barcelona como el nuevo titular de la Bamberger Symphoniker, formación de la que es batuta titular desde septiembre del 2016, quinto en los setenta años de la formación germana.  Es cierto que no es de las orquestas más antiguas de Alemania, pero también lo es que en sus setenta y un años de existencia, ha conseguido posicionarse entre las mejores formaciones germanas, esto es decir entre las mejores europeas y en un nivel mundial de primera categoría.

Comenzó el programa con toda una declaración de intenciones y calidad dirigiendo el movimiento Vltava, (El Moldava) del poema sinfónico Ma vlást (Mi patria) de Smetana. El joven maestro checo precisamente escogió ese poema para hacer su primera grabación como titular de la Bamberg Symphoniker, en octubre del 2016 bajo el sello Tudor. Jakub Hrůša (Brno, 1981) mostró generoso porqué se le considera uno de los directores jóvenes más interesantes de la nueva generación proveniente de la Europa del este. Gesto claro y relajado, dominio de los planos y volúmenes de la orquesta, control de las dinámicas y administración del tempo con carácter y sin caer en el efectismo folclorista en el que se cae muchas veces con esta pieza. El sonido construido fue de una belleza casi caligráfica, donde cuerdas, vientos, metales fluyeron con serena placidez. La sonoridad checa, la fantasía colorista que remitía a un Chaikovsky, o la contundencia de una orquestación de riqueza wagneriana dominaron planos y rubricaron un inicio más que prometedor.

Fue un acierto encontrarse de nuevo con una solista de la calidad y madurez actual como es Viktoria Mullova. La violinista rusa no solo no decepcionó, sino que demostró una profundidad musical y una maestría virtuosística que la encumbran en un periodo de plenitud artística envidiable.

Han pasado treinta y un años desde que Mullova gabrara el primer concierto para violín de su discografía, precisamente el de Sibelius para el sello Phillips con la Boston Symphony bajo la batuta de Seiji Ozawa en 1985. Mullova había ganado cinco años antes el Primer premio del Concurso Sibelius de violín en su IV edición en 1980 en Helsinki, un concurso donde también han sido laureados violinistas de la talla de Leonidas Kavakos o Nikolaj Znaider. 

Fue muy reconfortante encontrarse con la gran Mullova y contrastar la evidente mejora interpretativa desde esa lejana grabación y disfrutar de la sabiduría del arco de la solista, la profundidad expresiva de su lectura afloró con el primer acorde del irresistible Allegro. Hrůša estuvo muy atento en el dialogo solista, orquesta, más que diálogo en la voz del violín de Mullova que en este concierto forma un solo que destacó con la luz especial del sonido que sabe extraer de su instrumento la gran Viktoria. Acordes diáfanos, fluidez técnica, imaginación en los colores y buen rendimiento expuesto desde el primer movimeinto. La honda expresividad y el rico fraseo del Adagio conectó con la más pura esencia de la obra de Sibelius, en esa extraña melancolía entre naturalista y romántica tan propia del creador del Cisne de Tuonela. Destacó el trabajo de trompas y fagotes, mientras Mullova llegó al clímax del movimiento con una elegante efusividad lírica, aupada por el cromatismo orquestal de la partitura.Formación y solista fueron una sola voz en manos de la sabia batuta del joven Jakub. El Allegro final volvió a ser un recital de brillantez tímbrica en el arco de Mullova, desde el inicio con una sonido desarbolante y pleno, de radiante carácter. La Bamberger Symphoniker se reafirmó con el lirismo sumamente expresivo de Viktoria para desembocar en un finale donde el ritmo de danza y el violín solista redondearon una actuación sin mácula, cual apreja de baile en perfecta armonía. 

Si en la primera parte tanto como el Moldava de Smetana como el concierto de Sibelius, son dos obras de una efusividad y riqueza melódicas entre lo mejor del romanticismo europeo, ¿qué decir de la novena sinfonía de Dvorak?. Fue el momento estelar de la Bamberger y de Hrůša, pues la exposición de temas, la exigencia rítmica y la esplendorosa imaginación de melodías que pueblan los cuatro movimientos de la sinfonía, fueron cuatro maravillosas ventanas abiertas al corazón del mejor sinfonista checo de la historia. El famoso y característico sonido que desprenden las secciones de la orquesta, con una cuerda de gran personalidad, homogénea y tersa, unos vientos de precisión diamantina o unos metales deslumbrantes y vibrantes, deambularon por este triunfo de la inspiración que es la Sinfonía número 9 en mi bemol mayor de Dvorak. Jakob Hrůša apostó por el intimísimo poético en el famoso Largo, con un solo de Corno inglés de tímida y serena belleza, pero también supo iluminar ese amalgama que reune las influencias de una europa bohemia con sus ritmos y colores, en el Molto vivace, con el nuevo aire que preanuncia las atmósferas de la futura música de cine. En efecto, el sonido de la Bamberger, flexible, lírico y potente, desplegó sus armas en esta sinfonía de madurez que influyó en compositores como Leonard Bernstein pero tambien en el gran maestro del cine John Williams. Hrůša no renunció a la influencia beethoveniana en el gran Allegro molto final, construyendo una gran arquitectura acústica, con sus climax y sus tutti y sus contrastes camerísticos, realzando las cualidades técnicas de los músicos de la orquesta. Una gran noche de música y una hermosa presentación para una nueva figura de la dirección a la que no hay que perder de vista.