AntonioMendez Weimar Ibercamera

Claroscuros románticos

Barcelona. 13/11/17. Auditori. Concierto de inicio del ciclo Orquestas Internacionales en L’ Auditori. Ibercàmera. Beethoven: Concierto para violín, en re mayor, op. 61. Rachmaninov: Sinfonia núm. 2, en mi menor, op. 27. Viviane Hagner, violín. Staatskapelle Weimar. Dirección: Antonio Méndez.

Concierto debut en Barcelona del joven y prometedor director musical español Antonio Méndez (Palma de Mallorca, 1984), del que se puede leer una interesante entrevista online en Platea Magazine. Méndez se presentó con un atractivo programa en el concierto inaugural de orquestas internacionales de Ibercamera, junto a la histórica Staatskapelle Weimar, nada menos que fundada en 1491, la más antigua de Alemania, según se puede leer en su web oficial. Dos obras de gran carga romántica musical, una en los albores del movimiento, como es el concierto de violín de Beethoven y otra ya escrita en pleno siglo XX pero de carácter heredero del gran sinfonismo romántico ruso. 

La sensibilidad y preciosismo del sonido del arco de la violinista alemana Viviane Hagner, acompañó a la decana formación bajo la batuta de Méndez. La personalidad del sonido de la formación se hizo evidente con una cuerda pastosa, un viento de generoso sonido y un metal incisivo y brillante que en manos de Méndez revivió la partitura Beethoveniana con majestuosidad y tempi de arquitectónica construcción. Así pues el sonido terso y grácil del violín Sasserno Stradivarius  (1717) de Hagner supuso un punto de luz entre la brumosidad orquestal de Beethoven que Méndez no obvio en contrastar con la solista, siempre con atención y sin tapar el instrumento. El cuidadoso fraseo orquestal del largo y monumental primer movimiento, ese Allegro ma non troppo de más de veintitrés minutos, sonó con potencia y homogeneidad tímbrica. Pasados los tres minutos de introducción entró la voz del violín de Hagner con tímidez poética pero cargada de lirismo, con trinos y una elegancia interpretativa entre austera y frágil. Es cierto que la orquesta sonó algo demasiado pastosa, pesante, una sensación que pareció iluminarse con el segundo movimiento, el Larghetto, dondee Hagner cobró un protagonismo poético de seductor efecto. Pero en el conclusivo Rondó Allegro, la orquesta volvió a destilar una coloración grisácea que tiñó el concierto con un carácter claroscuro donde solo el violín de Hagner aportó luz y gracilidad. Una opción interpretativa algo arriesgada quizás, pero de estimulante efecto sin duda. Destacó el trabajo del metal con unas magníficas tubas, que recordaron a Fidelio, la ‘fallida’ ópera que ya había estrenado sin fortuna Beethoven y de la que nunca acabó de estar contento del todo. Los generosos aplausos al trabajo de la orquesta y su solista dieron como regalo un bachiano bis para regocijo de los espectadores donde Hagner brilló con una musicalidad a flor de piel.

Fue con la segunda parte del concierto y la mayestática segunda sinfonía de Rachmaninov donde Méndez y la Staatskapelle Weimar brillaron especialmente. Obra llena de inspiración melódica y de largos movimientos, supone una gran oportunidad para el lucimiento de la orquesta por la riqueza de colores y exigencia en todas las secciones de la misma. Méndez afrontó su interpretación zambulléndose de lleno en el carácter entre crepuscular y épico de la partitura, acentuando la oscuridad de las cuerdas graves, contrabajos y chelos excelsos en los primeros compases del Largo- Allegro moderato. La recreación del clímax melódico y de los temas la construyó Méndez con gran atención a los detalles y una visión límpida y pulida de las secciones. Construyó un sonido orgánico y arquitectónico de gran sobriedad estética pero subrayando el latido romántico subyacente en toda la sinfonía. Su gesto amplio y temperado dosificó el primer movimiento con guiños al estilo chaikovskiano pero con un resultado que se acercó a la monumentalidad sinfónica de un Bruckner. Ayudó la densa sonoridad orquestal de la Staatskapelle Weimar, una formación de una homogeneidad tímbrica desarmante, rica y de gran personalidad. El carácter épico del Allegro molto sonó con dinamismo y contundencia, de nuevo mención a los metales y las trompas en especial. Brilló aquí el particular universo sonoro de Rachmaninov, heredero de la gran escuela rusa, pero con toques de humor que aportan frescura y teatralidad, y que Méndez supo iluminar con minucioso mimo desde las cuerdas, viento y percusión. Mención al gran trabajo del clarinete solista en el Adagio, con una gran recreación atmosférica ayudado por oboes y fagotes, donde el lirismo arrebatador del movimiento fluyó con seducción y una luz especial. La batuta de Méndez se recreó en el fraseo palpitante de la partitura, dosificando el fluir melódico con solemnidad y maestría, usando el silencio de manera efectiva que no efectista y recreando un finale alla Mahler por la grandeza y emoción vertidas por unas cuerdas de ensueño. Aquí parte del público tuvo un amago de aplaudir espontáneamente debido al grado de inspiración conseguido por la orquesta y director, sin duda fue el momento climático del concierto. Por último el Allegro vivace cerró con nervio y dinamismo una lectura vívida, diseccionada con detalle y sin caer nunca en el manierismo alambicado en el que suelen caer las obras de gran inspiración romántica como esta. 

Bravos y efusivos aplausos para el gran trabajo del director mallorquín, y para una formación orquestal histórica. La Staatskapelle Weimar cuenta entre sus prémieres estrenos absolutos como el de la ópera Lohengrin de Wagner, dirigida un 28 de agosto de 1850 con Franz Liszt desde el podio. En un guiño a la solera de la formación, el radiante bis interpretado fue precisamente el preludio al acto tercero de Lohengrin. Espectacular bis final para un concierto inaugural donde se recordará el debut de Antonio Méndez en Barcelona.