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Haendel made in Britain

Barcelona. 19/12/2017, 20:00 horas. Palau de la Música Catalana. Conciertos participativos de La Caixa. El Messías, de G. F. Händel. Gabrielli Consort & Players. Anna Dennis, soprano. Caitlin Hulcup, mezzo. Thomas Walker, tenor. Ashley Riches, bajo-barítono. Esteve Nabona y Alfred Cañamero, directores preparadores de los participantes individuales. Dir. mus.: Paul McCreesh.

Tener cuatro Messiah de Händel en una misma semana y sala, dos con la misma formación y director, también el primer Messiah de Jordi Savall y un último con el maestro británico Edward Higginbottom, puede sonar a locura, pero es lo que sucedió en cuatro días consecutivos en el Palau de la Música Catalana de Barcelona. Platea Magazine ya cubrió el año pasado la visita de Higginbottom, con reseña firmada por el compañero Diego A. Civilotti. Ahora el turno de esta reseña corresponde al Mesías participativo de La Caixa, una iniciativa que este año cumplió su edición número XXIII, desde su nacimiento en 1995, con un nutrido grupo de cantantes amateurs en el coro, nada menos que 562, récord de todas las ediciones, preparados con mimo y sapiencia por los maestros Esteve Nabona y Alfred Cañamero.

La batuta experta y la formación de especialistas que interpretaron este archiconocido oratorio correspondió este año a Paul McCreesh y los Gabrielli Consort & Players, un tándem irresistible que tiene además una gran versión del Messiah, grabada en 1997, nada menos que hace veinte años ya. Es sabido de la maestría y estilo depurado del músico Paul McCreesh y de sus Gabrielli Consort & Players, especialistas además en la figura de Händel. Pero hay que situarse en el contexto exacto y este es el de los Messías participativos, donde la inclusión de no pocos números corales de los cantantes amateurs, dificulta el trabajo de unidad y homogeneidad de la arquitectura sonora de este magno oratorio. Es por ello que hay que felicitar esta iniciativa, que colma uno de los deseos de cualquier cantante aficionado, poder trabajar con músicos de la talla de McCreesh y con formaciones históricas como los Gabrielli, que este año cumplen nada menos que treinta y cinco años de prestigiosa carrera. 

Es difícil aún así desprenderse del aura de concierto de bolo por parte de la agrupación, y no es que tocaran mal por supuesto, pero si el barroco es uno de los estilos que pide más contrastes y una energía y frescura intrínsecos al movimiento, aquí de ese espíritu solo asomó por momentos. Hubo dos bajas de los cuatro solistas anunciados, si cantó la soprano Anna Dennis, y también el tenor Thomas Walker, pero fallaron por enfermedad el contratenor Rupert Enticknap, sustituido por la mezzo australiana Catlin Hulcup, así como también fue baja el veterano bajo Neal Davies, sustituido por el joven bajo-barítono inglés Ashley Riches. Este cambio de la mitad de los solistas también debió influir en el resultado final, pues el reemplazo de un contratenor por una mezzo, además de una cuestión estilística y de timbre, es notable, no ayudó mucho la discreción con la que abordó su particella la Hulcup. 

De los cuatro solistas sobresalió la línea depurada y atractivo timbre de una elegante Anna Dennis. Desde sus primeras intervenciones, demostró una cristalina articulación, homogeneidad canora además de tener ese ángel especial que requieren siempre las sopranos en las obras de Händel. Si bien a pesar de la fluidez e intachable ejecución de las coloraturas del icónico Rejoice greatly también evidenció cierta frialdad expresiva, su aportación interpretativa subió enteros con un impecable How beautiful are the feet of them, donde la linea y el estilo sobresalieron con aterciopelado sonido. También supo lucir interesantes modulaciones con un hermoso control del aire en I know that  my redeemer liveth. 

De importante peso expresivo y musical es la parte escrita para la segunda voz, aquí una Caitlin Hulcup correcta pero sin la profundidad interpretativa requerida. Su gran momento, y uno de los puntos álgidos del oratorio, el monumental He was despised, el número más largo de todo el Messiah, sonó académico, pobre en colores y sobretodo monótono. No ayudó tampoco la batuta de McCreesh, lentísima y lastrada de un carácter más contemplativo que incisivo, sin fuerza en las efectivas disonancias, creando un anticlímax en vez del potencial golpe dramático necesario, una lástima. 

Impoluta la labor del tenor Thomas Walker quien desde un prometedor Every valley, demostró tener un instrumento bien proyectado, una articulación notable, timbre idóneo y un canto expansivo y agradecido. Si bien su voz sonó algo nasal en Behold and see, supo darle el tono heroico y limpio a Thou shalt break them con la que cerró una brillante participación solista. 

Por último hay que destacar la labor del joven barítono inglés Ashley Riches, una voz fresca, de notable volumen, quien destacó por el color terso y técnica e hizo gala de un gran fiato en varias de sus intervenciones, como en el recitativo acompañado For behold, darkness shall cover the earth. Es cierto que le faltó búsqueda de colores y profundidad en su aria subsiguiente, The people that walked in darkness, pero lo interesante de su instrumento lució en la búsqueda de matices de la extraordinaria The trumpet shall sound, donde una mejorable proyección no empañó un canto redondo, brillante y pulido. Una voz a seguir como lo atestigua el ser una de los escogidos en la selección de los BBC Generation Artists 2017/18.

Last but not least, señalar la impecable dirección desde el podio de Paul McCreesh, quien recrea un Händel estilizado, menos teatral y más contemplativo, mostrando el aire oratorial sin esquivar los momentos clave como el solo de trompeta barroca del aria final del bajo, un solista de trompeta de gran calidad que se ganó una de las ovaciones de la noche. Es cierto que McCreesh no busca sorprender, y peca de cierta frialdad en su lectura homogénea de grandes equilibrios, donde los Gabrielli Consort & Players, estuvieron impolutos, pero con falta de nervio, con una pátina de brillante mecanicidad pero también con falta del espíritu que los ha hecho célebres. La enérgica aportación de los más de quinientos cantantes amateurs contrastó en unas partes corales impetuosas y vívidas. El inefable Hallelujah! sonó con efectiva gradación de volumen repitiéndose al final con su catártica carga emocional y empática.