Elisabeth Leonskaja julia wesely 1 

Controlar la disonancia

Barcelona. 05/02/2018, 20:30 horas. Palau de la Música. Palau Piano. L. van Beethoven: Sonata núm. 30, en Mi mayor, op. 109. Sonata núm. 31, en La b mayor, op. 110. Sonata núm. 32, en Do menor, op. 111. Elisabeth Leonskaja, piano.

Memorable actuación la de la pianista Elisabeth Leonskaja (Tbilisi, 1945), quien interpretó las tres últimas sonatas de Beethoven en un concierto sin más pausas que las entradas y salidas entre sonata y sonata. Leonskaja tiene un porte que impone, una extraña mezcla entre un cuerpo recio y una sensibilidad que al tocar contrasta y vuelve a imponer. No es para menos su arte frente a las teclas, desde el primer acorde de la sonata número 30 op. 109, la grandeza de su interpretación no hizo más que conquistar desde el escenario a una audiencia ensimismada. 

No puede sorprender la profundidad de una lectura en una pianista de su experiencia y magisterio, pero ello no obvia la sensación de estar ante una versión viva, vibrante y madura, sopesada. Control en una digitación penetrante y firme, clara e inmaculada, la parsimonia del discurso en la sonata op. 109 se dio con lucidez en la expresión, contenida y ligera, ahondando en el fraseo del lirismo y sus variaciones. El vivace no pudo ser más cristalino, el Adagio espressivo en hermoso contraste con un Prestissimo de radiante sonido. Pero fue en el inenarrable Andante molto cantabile ed espressivo, cuando Leonskaja se abandonó en un discurso naturista e intimo, con una respiración orgánica de una emocionante serenidad, con un uso medido y finísimo del pedal, con una técnica de soberana maestría y limpieza. Que energía en los acordes y que contrastes elegíacos en sus respuestas líricas y llenas de ensoñación. El discurso del Beethoven maduro que explora los límites de un instrumento y su sonoridad se escanciaron con belleza y carácter. La elegancia con la que tocó el último acorde de la sonata, suspendido en el aire como dejando respirar la música en una pausa natural para conectar con la siguiente fue estremecedora.

Casi se diría que el estado y la atmósfera conseguida por Leonskaja entre sonata y sonata se rompía con los aplausos y su ruidoso eco, del que pareció ella misma querer permanecer absorta. Un sencillo y casi esquivo saludo al acabar y salir del escenario, y otro al volver a entrar mostró el carácter de concentración y sentido de la unidad compositiva existente entre las tres sonatas, así lo demostró y respiró la pianista georgiana. 

El alegre inicio casi mozartiano de la op. 110, volvió a mostrar la grácil técnica y el sonido limpio y uniforme de la gran intérprete. Trinos de discreta y tersa suavidad, la expresión natural y relajada pero circunspecta contrastó en el discurso, de nuevo fluyeron los contrastes, el color y la expresión. Tiene el arte en las teclas de Leonskaja algo de emocionante humanidad, de trascendente luminosidad y modernidad, sabe transmitir la visionaria búsqueda del Beethoven que miró mucho más allá, que llegó a nosotros, el que se dirige e interpela al oyente actual, pero también podría serlo al del futuro. 

Con que imponentes acordes comenzó la opus 111, con una fuerza casi telúrica, mostrándose como una verdadera médium que había asomado en la opus 109, sonreído en la 110 y ahora se mostraba en toda su magnética realidad. El Maestoso fue monumental en su espíritu, con un peso y una contundencia casi liberadora, el Alegro con brío ed appassionato atravesó el piano como un torrente, Leonskaja dejó ir a la última de las furias beethovenianas con un tesón implacable. Y sin embargo, que manera de enlazar con la inefable Arietta, sin dejar que el sonido del último acorde desapareciera de la caja de resonancia del piano, insinuando que Beethoven no es que hiciera solo una sonata de dos únicos movimientos, es que quizás es todo uno con dos caracteres, con dos temas, una unidad dirigida al más allá del piano. El Adagio molto fue más que cantabile, fue como una danza vibrante y catártica, y de nuevo el contraste, la reflexión, el sonido cristalino y trascendente de la octava superior. Que emocionante y que manera de transfigurar el instrumento. ¿Qué se puede añadir? En realidad ante una interpretación de tal calibre y trascendencia solo queda el recuerdo de haberlo vivido, de haber entrado en esa comunión solista, compositor y audiencia que desgraciadamente se da mucho menos de los que uno espera. El carácter de música irreflenable, de discurso que nos sobrepasa y nos trasciende, de haberlo vivido en una velada con la mejor embajadora de la verdad del arte, la de la emoción y la inteligencia.