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¿Renovarse o morir?

Oviedo. 15/2/18. Teatro Campoamor. López: El Cantor de México. Rossy de Palma (Eva Marshall). Emmanuel Faraldo (Vicente Etxebar). Sylvia Parejo (Cricri). Luis Álvarez (Riccardo Cartoni). Manel Esteve (Bilou). Ana Goya (Señorita Cécile). Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Orquesta Oviedo Filarmonía. Emilio Sagi, dirección de escena. Óliver Díaz, dirección musical.

Hace unos días, Cosme Marina (director del Festival de Teatro Lírico de Oviedo) me comentaba en una entrevista que la zarzuela se encuentra frente a “la encrucijada del cambio de público” y así, ante la visión de un patio de butacas cada vez más envejecido, surgen ideas y propuestas como ésta. El cantor de México es una opereta ágil y graciosa, de cuestionable interés musical y que, traducida ad libitum por Enrique Viana, lograría hacer reír incluso a un público plagado de millennials. Hasta aquí todo bien: no es fácil caer en gracia a un público de hoy con historias de ayer y, habida cuenta de ello, la obra supera este apartado con nota. Otro debate bien distinto es el de valorar si una partitura como esta merece equipararse en su programación a otras firmadas por compositores como Sorozábal, Bretón, Fernández Caballero, Arrieta, Usandizaga y tantos otros como ellos que la memoria colectiva ha decidido dejar en el tintero. A día de hoy, no abundan las posibilidades de escuchar zarzuela en directo, y por ello, si queremos evitar la extinción del género, creo que éstas deben aprovecharse -en primer lugar- programando obras pertenecientes al mismo. 

Sin duda existen numerosas composiciones de interés poco conocidas, o aún por redescubrir, que merecen un espacio dentro del panorama lírico español. Y hago extensiva mi crítica no sólo a Oviedo, sino especialmente a Madrid, donde los recursos deberían dirigirse en mayor medida a revitalizar y poner en marcha zarzuelas que merezcan la pena y no a tirar de archivo para desempolvar una producción cuya escenografía, firmada por cierto por Daniel Bianco, ya se desplegó en el Teatro del Châtelet hace apenas una década.

Así las cosas, la dirección de escena exhibida por Emilio Sagi se demuestra eficaz y dinámica, buena compañera de una escenografía de tintes cinematográficos y repleta de luz. Un trabajo “technicolor”, si quieren, tal y como lo definen desde la página web del propio Teatro de la Zarzuela. La estrella del film, como no podía ser de otro modo, fue Rossy de Palma, cuya presencia desenvuelta y siempre cómica logró aportar enteros a una producción que quedaría visiblemente mermada sin ella. En efecto, su interpretación de Eva Marshall regaló alguno de los momentos más hilarantes y genialmente absurdos que he podido ver sobre las tablas del Campoamor. Cantar, por supuesto, es otra cosa y aunque la actriz palmesana en ningún momento busque defender una versión seria de su “vals de Eva”, no dejaba de resultar chocante escucharla afrontar, con pobre éxito musical, la partitura escrita para su parte. Precisamente fue lírica lo que más echamos en falta en este estreno del festival ovetense, que sin duda habría agradecido la presencia del primer reparto previsto en el Teatro de la Zarzuela (formado por Sonia de Munck y Jose Luis Sola) en lugar de este otro integrado por Sylvia Parejo y Emmanuel Faraldo, quienes no ofrecieron sino discretas versiones musicales de sus respectivos personajes. La parte de Vicente Etxebar, interpretada por Faraldo, es sin duda la más extensa y compleja vocalmente de la obra, una labor -por tanto- con cierta enjundia, que el tenor argentino desempeñó con manifiesta dificultad, haciendo gala en múltiples ocasiones de un canto esforzado y de unos medios seriamente comprometidos en cuanto a proyección y extensión. Especialmente en el registro grave y buena parte del medio, donde la proyección se reduce aún más y, pese a las buenas intenciones de Oliver Díaz desde el foso, la voz del argentino es prácticamente inaudible ya el patio de butacas. Sylvia, por su parte, afrontó con encanto la parte de Cricri donde exhibió una voz de reducidas dimensiones y timbre agradable, producto de una articulación más propia de una cantante de musical que de una soprano lírica. Algo esperable por otra parte atendiendo a la trayectoria profesional de la propia Sylvia, quien ha centrado hacia el teatro musical la práctica totalidad de su carrera. 

En este contexto la mejor voz de la noche fue, sin duda, la de Manel Esteve, quien firmó un sobresaliente Bilou de gran entrega escénica y sobrado de medios vocales, tal y como demostró en “Guarrimba”, uno de los números del segundo acto. Cerrando el elenco, igual de solvente se mostró Luis Álvarez dando vida a un excelente Riccardo Cartoni que, siempre amargado, asimilaba como podía las indicaciones de su ayudante, una señorita Cécile impecablemente caracterizada por la actriz Ana Goya.

Lástima no contar con una partitura de mayor interés para aprovechar la presencia de Óliver Díaz, a quien siempre es un placer ver dirigir desde en el foso del Teatro Campoamor. Como en otras ocasiones, el trabajo de Díaz fue más que solvente, superando con creces el interés intrínseco de la obra que tenía entre manos y extrayendo un sonido preciso y compacto de la Oviedo Filarmonía, que sonó a la altura de las circunstancias, amén de la estupenda labor de la percusión abordando unos ritmos tan poco frecuentes dentro del repertorio habitual de la OFI.

Por último, cabe destacar la estupenda labor del Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, logrando la agrupación un gran empaque escénico y unos resultados vocales de gran profesionalidad. Por ello, será todo un placer escuchar nuevamente a sus integrantes en La Verbena de la Paloma, el siguiente título del Festival de Teatro Lírico y, esta vez sí, una auténtica oportunidad de escuchar zarzuela con sabor propio dentro del coliseo carbayón.

Foto: Ayuntamiento de Oviedo.