Kazushi Ono c Igor Cortadellas

Gritar a Dios

Barcelona. 17/02/2018, 19:00 horas. Auditori de Barcelona, Sala 1 Pau Casals. Obras de Tordera, Copland, Bruch y Bernstein. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Kazushi Ono. Nikolaj Znaider, violín. Ilona Krzywicka, soprano. 

Concierto número catorce de la OBC que unió diversos repertorios. Sugerente mezcla que incluyó proyectos musicales educativos-inclusivos, una pieza del repertorio romántico más puramente virtuosista y un estreno para la OBC, que interpretó por primera vez en su historia la estimulante sinfonía número tres “Kaddish”, de Leonard Bernstein, en el año de la celebración del centenario de su nacimiento. 

Séptima edición del proyecto participativo “Et toca a tu”, con el cual el Auditori de Barcelona impulsa a entidades sociales y educativas que trabajan con la música como herramienta social inclusiva a compartir escenario con la OBC. En esta ocasión la orquesta estrenó una obra del cantante, guitarrista y compositor Arnau Tordera (Tona, 1986), titulada Illa esperança (Isla esperanza), con la participación de La Big Band del Instituto Guillem Catà y la Coral de les Escodines ambas formaciones de Manresa. La obra, divida en tres partes: El mon obscur, Fent camí e Illa esperança, unió en el escenario a jóvenes músicos provenientes de diferentes nacionalidades, quienes disfrutaron de la iniciativa y participaron activamente entre los atriles de la OBC. Una partitura con claros referentes de musical y ambiente de aires cinematográficos, positiva y optimista que se presentó ideal para este proyecto donde se da una oportunidad única para los jóvenes que comparten, crean e interpretan una nueva composición con los músicos de la OBC bajo la batuta de su director titular Kazushi Ono

La inclusión en el programa de la pequeña pieza El Salón de México, de Aaron Copland, se explica por la gran relación de amistad, a modo de mentor y alumno, que existió entre Leonard Bernstein y el gran compositor, de origen judío como Lenny, Aaron Copland. De hecho Bernstein transcribió para piano esta pieza que combina la creatividad y el sello personal de la música de Copland, muy rítmica, influenciada por la música folklórica mexicana, después de una serie de visitas que realizó Aaron en el país azteca en la década de los años 30’. Titulada como el Salón México, un salón que existió en México DF y que inspiró este pequeño poema tonal, donde la importancia de los colores y la frescura de la interpretación piden una lectura transparente y vívida. Ono y la OBC la interpretaron con un acertado espíritu juguetón, donde brilló la sección de metal, viento y especialmente la de percusión con una lectura más que satisfactoria. Destacó también el trabajo del clarinete solista aportando un toque de nostálgica ambientación en medio de los ritmos y bailes que la composición transmite.

Cambio de tercio con la llegada del violinista Nikolaj Znaider par tocar el célebre y popular Concierto para violín y orquesta de Max Bruch op. 26 en sol menor. Es cierto que hubiera sido más orgánico seguramente continuar con una pieza del repertorio estadounidense, para enlazar con la sinfonía de la segunda parte, ¿por qué no el concierto para violín de Samuel Barber por ejemplo? Pareció más bien que esta elección del concierto de Bruch fue de cara a la galería para contentar al gran público con una obra muy querida e interpretada, no obstante es uno de los conciertos para violín estrella del repertorio alemán. A modo de curiosidad mencionar que Znaider tiene grabado este concierto, junto al de Nielsen, en un cedé con la London Philharmonic Ochestra, bajo la batuta de Lawrence Foster, precisamente ex-director de la OBC en el periodo 1994-2002. Sea como fuere, Znaider demostró su calidad en el uso del arco desde su solo inicial, con un sonido limpio y dulce, muy adecuado al carácter meloso de la obra. El violinista danés-israelí conjugó con un gusto finísimo un fraseo cálido y cercano con los diálogos de la formación orquestal, donde destacaron las flautas y las trompas. Un aroma al hermoso concierto de Tchaikovsky afloró en el ambiente, de hecho el de Bruch fue estrenado en 1868 en su forma final, esto es diez años antes que el del compositor del Lago de lo cisnes. La belleza de la voz del violín, un Guarneri del Gesú de 1741 que perteneció al también violinista y compositor Fritz Kreisler, brilló en los trinos y las escalas con emotivo resultado, eludiendo un ejercicio gratuito de vacuo virtuosismo. Los tres movimientos interpretados en attaca, fluyeron con un gratificante sentido orgánico, donde la expresividad íntima, buen control del volumen y ciertos efluvios que récordaron a Mahler y Strauss en el Adagio, estallaron en el brillante Allegro enérgico final. Kazushi Ono recogió con elegante distinción el acompañamiento, quizás algo falto de personalidad en aras del protagonismo de Nikolaj Znaider, pero siempre atento al solista. El violinista triunfó y regaló un Adagio de la tercera sonata de Bach imbuido en la severa gravedad del estilo y el hermoso sonido del instrumento.

Pero realmente la pieza que daba nombre al este concierto y que supuso para muchos el principal gancho del mismo era el estreno, por vez primera en los atriles de la historia de la OBC, de la tercera sinfonía “Kaddish” de Leonard Bernstein.  El famoso y carismático director, pianista y compositor estadounidense de origen judío-ucraniano tiene una obra sinfónica marcada por la búsqueda y reflexión sobre la Fe, Dios y el hombre. Así su primera sinfonía, con el sobrenombre de Jeremiah (1942) y la número dos “The Age of anxiety” (1949 y revisada en 1965), ya muestran a un creador compositor que alude y construye con su música la condición metafísica que lo atormenta y carcome, la búsqueda de la relación hombre-Dios, la pérdida de la fe y las reflexiones que ello comporta. Con su tercera sinfonía, que lleva el sobrenombre de “Kaddish”, Bernstein llega a una especie de cenit filosófico-musical. Esta palabra judía que da título a la sinfonía se puede traducir como una oración, una especie de mensaje a Dios, donde se le pregunta directamente y se le pide la llegada del Mesías, con un texto cantado en arameo y hebreo que además, según indica la religión ortodoxa, se hace en público y con un mínimo de diez voces. No hay que extrañarse que Bernstein se haga suya esta oración y la interprete a su manera, de manera más bien iconoclasta, libre en su forma con un equipo que comprende un narrador (a modo de  voz del propio compositor, de voz de la humanidad), orquesta, coro mixto, coro de niños y soprano. El resultado es una obra muy estimulante que nos introduce en el mundo metafísico, tan reconocible en la cultura judía, de hablar con Dios, preguntar a Dios, rogarle y como no también gritarle y dirigirse a el con todo el abanico de emociones propias del ser humano. Un camino fascinante que Bernstein divide en tres movimientos: I Invocation: Adagio, II. Din-Toral: Di nuovo adagio y III Scherzo

Si bien al principio, el narrador, micrófono delante y música interpretada durante casi toda la sinfonía, se pudo hacer algo extraño, hay que reconocer la buena labor del recitador Andrew Tarbet, de dicción limpia y buena dramatización sobre un texto que más allá de cualquier religión, puede representar las preguntas y metafísica que cualquier persona se puede plantear en más de un momento de su vida. Como se ha comentado en más de una ocasión, Kazushi Ono demuestra una especial sensibilidad con obras de carácter místico-trascendente, por lo que supo aprovechar la fuerza simbólica de esta sinfonía con un interesante resultado mostrando la versatilidad de una OBC que expresó en todas sus secciones la esencia de esta partitura. Hubo profundidad en la lectura de una partitura que mezcla tonalidad, atonalidad, momentos dodecafonistas, música de estilo Klezmer y hasta una especie de nana cantada por la solista a modo de rezo dirigida a Dios. Destacaron momentos como las tensiones iniciales del Allegro molto, el hermoso canto Lullaby del Andante con tenerezza, interpretado con sensibilidad y delicadeza por la soprano Ilona Krzywicka, o la fuerza de vientos y metales en las disonancias del Presto scherzando, donde parecieron dibujarse de manera sinestésica los colores del Arco Iris. Y por supuesto el Finale, desde el intimista y sereno Adagio, como del Din-Torah hasta llegar a la Fuga: Allegro vivo, con gioia. Un final emocionante, donde todos los efectivos, coros Lieder Camera, Madrigal, VEUS-Amics de la Unió, soprano solista y narrador, confluyeron de manera conmovedora. Un final, como si se despertara del un sueño donde se habló con Dios, de tu a tu, para volver a una realidad, dura y contundente, dibujada con el mayestático sonido de unos metales trascendentes y terribles.  Aquí el uso de los colores por Bernstein subyuga por la exigencia que transmite a las cuerdas, expresivas y expectantes de una inspirada OBC, por la voz lírica que transmite una trompeta solista, la soledad del oboe, la esperanza transmitida por el clarinete. En suma un hermoso final para una sinfonía que es una grito, un rezo, una invitación y una recreación de esa relación imposible y necesaria entre ser humano y ese ente extraño al que algunos llaman Dios. 

Foto: Igor Cortadellas.