Lo poético y lo telúrico
Leipzig. 16/03/2018. Gewandhaus. Obras de Larcher, Mozart y Tchaikovsky. Gewandhausorchester. Andris Nelsons, dir. musical.
Andris Nelsons va camino de convertirse en un demiurgo, al frente de sus dos orquestas en Boston y Leipzig, a ambos lados del Atlántico. El flechazo con ambas ha sido extraordinario, inmediato y evidente. Hay sobradas pruebas ya en materia discográfica: baste citar el ciclo sinfónico de Brahms con la Boston Symphony y el último CD publicado con la Gewandhausorchester, recogiendo una imponente Sinfonía no. 4 de Bruckner. Nelsons parece haber llegado para quedarse y reivindicar la figura de un Kapellmeister a la antigua usanza, capaz de asumir un repertorio amplio y clásico al mismo tiempo. Recién aterrizado de hecho como nuevo maestro titular de la formación de Leipzig, el mes de marzo ha acogido una suerte de conciertos celebratorios, que han puesto en valor el extraordinario entendimiento entre el director letón y los atriles de la Gewandhaus.
De Thomas Larcher a Piotr I. Tchaikovsky pasando por W. A. Mozart. Lo poético y lo telúrico; el ayer, el hoy y el siempre. Y Nelsons dibujando con igual destreza todos esos discursos. Su gesto subyuga, en verdad. No por la claridad casi matemática que encontramos en Petrenko, por ejemplo, sino por su artesanía, por su capacidad para dibujar los sonidos en el aire. Verdaderamente se diría que Nelsons pinta en el aire, como en una pizarra, las sonoridades que busca encontrar en sus músicos. Su gesto es sumamente comunicativo sin caer en una teatralidad fácil. Encandila verle dirigir, dejar un momento la batuta y llevarse las dos manos al pecho para pedir más hondura y apasionamiento a sus violines. Es dificil en verdad encontrar músicos que vivan su oficio con semejante pasión y verdad.
Y es que lo que más convence en el hacer de Nelsons a la batuta es su natural inconformismo. Buena prueba de ello fue la Sinfonía no. 40 de Mozart, KV 550, una música escuchada hatsa la saciedad y con la que no parece fácil llamar la atención. Nelsons busco un sonido un punto árido y poco complaciente, destacando de manera extraordinaria el aire de danza que atraviesa los movimientos centrales, singularmente y de manera más obvia en el Minueto. Nelsons es sinónimo de fraseo; y la música de Mozart se crece extraordinariamente en sus manos, redoblando su ya natural riqueza. Así las cosas, la Sinfonía no. 40 sonó tan divertidad como misteriosa, discurriendo con unos tiempos más sutiles que propiamente ágiles, poniendo al descubierto el caracter complejo y al mismo tiempo transparente de esta música.
El concierto se había abierto con una interesante partitura de Thomas Larcher, compositor austríaco nacido en 1963. Chiasma für Orchester es una obra comisionada por la propia Gewandhausorchester, con el respaldo de la Ernst von Siemens Musikstiftung y que veía la luz precisamente con estos conciertos en Leipzig. El propio compositor presentaba su obra con estas palabras: "Un quiasma, el símbolo de la letra griega X, se define como una intersección de dos o más estructuras anatómicas. Por ejemplo, el quiasma óptico es el cruce de los nervios ópticos en el cerebro, etc. Es este cruce y el emparejamiento resultante de diferentes componentes lo que me recuerda el método que he usado durante muchos años en mi música, en el que los elementos heterogéneos se yuxtaponen y dan lugar a una relación que altera los componentes individuales. Esta pieza se desarrolla a partir de varios motivos muy simples y evoluciona rápidamente en direcciones dispares a través de la yuxtaposición". Verdaderamente, y sin que sirva de precedente, eso mismo es lo que se escucha en su música, con bastante claridad y coherencia. No es frecuente que la literatura de los compositores sobre su obra cuadre y corresponda verdaderamente a la impronta que después traslada su música. En el caso de Larcher, hay una correspondencia casi literal. Ante la delicadeza y seriedad con la que Nelsons y la Gewandhausorchester asumieron esta partitura sólo cabe quitarse el sombrero.
Por último, qué decir de su extraordinaria lectura de la Sinfonía no. 6 de Tchaikovsky. Impresiona en verdad encontrar este repertorio expuesto con un acento que no sea ni enfántico ni contemplativo, sino simplemente auténtico, pegado al alma de la música, trascendiendo la pura evidencia melódica para tocar el corazón de la partitura. El extraordinario e inusual minuto de absoluto silencio que siguió a su intepretación así lo testimonia. Como ya había sucedido con la sinfonía de Mozart, Nelsons sabe conectar con el singular e infalible sonido de la Gewandhausorchester, plasmando con sus músicos un Tchaikovsky no siempre exultante y perpetuamente brillante, sino más bien herido y doliente, lleno de claroscuros, verdaderamente patético, a medio camino entre lo telúrico y lo poético.