Zauberflote StaatsoperBerlin 2018 

Una producción inmortal

Berlín. 05/4/2018. Saatsoper Unter der Linden. Mozart. La Flauta mágica. Wihelm Schwinghammer (Sarastro), Peter Sonn (Tamino) Sónia Grané (Reina de la Noche), Narine Yeghiyan (Pamina) Roman Trekel (Papageno) Florian Hoffmann (Monostatos), Serena Sáenz (Papagena). Coro y Orquesta de la Staatsoper Berlín. Dirección de escena: August Everding (sobre idea original del s. XIX de Karl Friedrich Schinkel). Dirección Musical: Daniel Cohen.

A estas alturas parece sobrar cualquier explicación sobre el argumento, la bella música  pero también la fuerza y el profundo sentido oculto del más famoso singspiel de W. A. Mozart. La flauta mágica sigue siendo una ópera muy representada y que para muchos aficionados supone una de las puertas por las que se entra al mundo operístico. Y esto último pese a que, aunque musicalmente tiene muchas melodías de fácil recuerdo y personajes cómicos y cercanos como el de Papageno, el trasfondo de raíces orientalistas y simbolismo masónico deja muchas lagunas al que se acerca por primera vez a la obra y más si la producción sigue los derroteros más filosóficos del libreto. Nada de eso aparece en la aparente superficialidad de la producción que repone la Staatsoper de Berlín en su remozado teatro de Unter der Linden. Firmada por August Everding y estrenada en 1994, la originalidad y a la vez el homenaje que encierra viene de los magníficos decorados de Fred Berndt que se basan con una fidelidad magnífica y deslumbrante en los de Karl Friedrich Schinkel de 1816.

Y es que Everding y Berndt nos trasladan directamente al mundo mozartiano, al Teatro auf der Wieden de Emanuel Schikaneder donde la obra se estrenó en 1791. Y ese viaje en el tiempo resulta maravilloso por que nos ha traído a nuestro tiempo la magia de unos decorados, de un vestuario (firmado por Dorothée Uhrmacher) y de una ambientación (incluidos esos animales articulados por figurantes que parecen sacados directamente del siglo XIX) y todo con unos cambios, con un movimiento escénico perfectos, libre de lo que sería un arduo trabajo en el estreno de 1816. Desde la bellísima escena de la primera aparición de la Reina de la noche, pasando por los simples pero preciosos efectos que acompañan a las pruebas de iniciación que pasan los enamorados Pamino y Tamina, hasta llegar a la entrañable, tierna y divertida escena del futuro de Papageno, Papagena y su prole, todo funciona con una precisión absoluta y hace de esta producción algo inolvidable y la convierte en inmortal.

No tan brillante, en cambio, fue el acompañamiento musical de la noche. El reparto formado con muchos nombres habituales en la Staatsoper formaba un grupo compacto y eficaz pero que difícilmente destacó. Se anunció al comienzo la indisposición por enfermedad de Peter Sonn que asumía el papel de Tamino. En sus circunstancias sobra una reseña de su actuación, sólo destacar que, como el resto de sus compañeros, mejoró ostensiblemente en la segunda parte y que posee una voz muy adecuada al papel, de bello timbre aunque no se pudiera apreciar por las mencionadas circunstancias. Narine Yeghiyan como Pamina fue la cantante más destacada de la noche, no sólo por una emisión amplia y segura sino por una voz de bellos colores, más oscura de lo que suele ser habitual en el papel, pero que le dio más fuerza al personaje. Siempre se espera todo de las dos arias que protagoniza la Reina de la Noche, especialmente de la archiconocida “Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen”. Aunque estuvo un poco mejor en ésta, ninguna de las dos intervenciones de Sónia Grané convencieron plenamente. Varias inseguridades en las terribles coloraturas y un agudo que brilló poco no convencieron aunque recibieron sonoros aplausos.

También de peor a mejor (muy floja su aria de presentación “Der Vogelfänger bin Ich ja”) el Papageno del conocido Roman Terkel. Correcto como actor, tuvo sus mejores momentos en el dúo con Pamina y en la escena final con Papagena, aunque se esperaba algo más de este cantante con más tablas. Le acompañó como Papagena la barcelonesa Serena Sáenz que cantó con desenvoltura y calidad su corto rol. Estupenda y divertida como actriz. Voz con fuerza y sonoridad, la más contundente de la noche la del Sarastro de Wihelm Schwinghammer, Aunque su voz denota un evidente vibrato, destacó, con seguridad en toda la tesitura, más que en el famoso “O, Isis und Osiris, welche Wonne” en el siguiente trío con Tamina y Papageno. Muy bien el Monostatos de Florian Hoffmann, y las voces masculinas de los dos sacerdotes (destacando David Ostrek) y los dos guardianes.  Correctas las tres damas (especialmente la Primera, Adriane Queiroz) y solvente el resto del reparto. Destacó por su conjunción y buen hacer el coro de Staatsoper.

Muy irregular la dirección del joven Daniel Cohen que aunque mostró algún detalle y quiso crear ciertos momentos más líricos no acertó con la concepción de la obra, lastrada musicalmente por unos tempi excesivamente lentos, como si el director se quisiera recrear en en el lado más metafísico de la partitura olvidando una producción que huía precisamente de esa visión. Excelente, como suele ser habitual, la Staatskapelle berlinesa, una de esas joyas en el foso que siempre es un placer escuchar.