jorge luis prats 

Con la miel en los labios

Barcelona. 21/2/16. Auditori. Monsalvatge: Manfred (suite). Schumann: Concierto para piano y orquesta, Op. 54. Brahms: Cuarta Sinfonía. Jorge Luis Prats, piano. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Kazushi Ono.  

La OBC se resarció del último programa y ofreció un notable rendimiento en líneas generales con un repertorio romántico presidido por la Cuarta de Brahms, y bajo el reclamo del “regreso” de Kazushi Ono. El director japonés reparte compromisos entre Tokio, Lyon y Barcelona, y aunque es su titular no se ponía al frente de la orquesta desde hacía cinco meses. 

El clima de la sala estaba muy lejos de la intensidad romántica que anunciaba el cartel; poca asistencia, media de edad preocupantemente alta y un inicio algo frío. La primera obra era la suite –de ecos posrománticos– del ballet Manfred de Xavier Monsalvatge, estrenada en 1945 y basado en el texto de Lord Byron. Debido al carácter funcional de la música, Monsalvatge no tenía en gran estima a sus ballets (como por cierto, tampoco a los románticos alemanes que lo acompañaron en el programa, de quienes se sentía lejos) pero este era una de las pocas excepciones. Bien escrito en los aspectos formales y orquestales y con un lenguaje fácilmente asimilable, se hace difícil para el director transmitir una visión global de la partitura sin el trasfondo de la tragedia del incestuoso caballero Manfred. El resultado sonoro de la orquesta fue no obstante limpio y equilibrado, con un excelente rendimiento de los solistas que tenían relieve, tanto clarinete como flautas, y un destacado Ladislau Horvath como concertino invitado. 

Le siguió un Concierto para piano de Schumann escrito cien años antes que la obra de Monsalvatge, en el que orquesta y solista tuvieron un buen desempeño, pero faltó consolidar una de las claves de este peculiar concierto repleto de pasajes camerísticos: la integración del piano en la orquesta. La sensibilidad del cubano Jorge Luis Prats (Camagüey, 1956) no siempre armonizó con la lectura de Ono, en algunos momentos discutible. El director japonés hizo un trabajo menos detallista que con Brahms (teniendo en cuenta que éste lo exigía en más ocasiones) pero reveló un cuidado por ciertos aspectos como los finales de frase y consiguió extraer una sonoridad expresiva de todas las secciones. Por su parte Prats ofreció una lectura interesante, muy personal del concierto, derrochando momentos de meditada intensidad mediante un particular sentido del rubato desde el Allegro affettuoso que se hizo aún más explícito en el diálogo con los violonchelos del Intermezzo. Prats subrayó con inteligencia el fraseo en los ornamentos y mostró una musicalidad espontánea. Algunos no las perdonarán, pero por mi parte, sin dejar de señalarlas, olvido algunas imprecisiones en el vertiginoso Allegro vivace que culmina la obra; no hablamos de un virtuoso, pero sí de un pianista inteligente y de efusividad sincera, lo que a mi juicio lo hace un intérprete interesante. La ovación no llegó sin embargo hasta el final de los incontables bises que ofreció el pianista, sumergiéndose en la música popular, casi sin que se lo pidiera un público atenazado que terminó de pie y contagiado por la calidez del cubano. 

De este modo, la orquesta abordó una Cuarta de Brahms ya en la segunda parte con un clima diferente y la sensación de que querían ofrecer una buena versión. En el primer movimiento, poliédrico y complejo, el director administró el sonido de la orquesta con gran criterio, dotándolo siempre de la profundidad y el vigor que cada atmósfera requería. Aunque el equilibrio entre secciones fue la tónica general, luchó a veces sin éxito por controlar las estridencias de los metales; violonchelos y contrabajos, rigurosos y magníficamente imbricados en el discurso de la orquesta, y unas maderas enérgicas y acertadas, fueron lo más reseñable. Después de un Andante casi magistral, en el que Ono supo dar relieve a detalles de importancia en la sinfonía que en ocasiones pasan desapercibidos, vimos un conductor resuelto y poderoso en el Allegro giocoso, una batuta que había madurado la partitura de Brahms y que acertó en la administración del impulso retórico de una orquesta que respondió a medida que avanzaba la sinfonía, hasta culminar un último movimiento fielmente enérgico y apasionado como pide el compositor alemán.  

La madurez de Ono es sin duda esperanzadora. Eso no quita que todavía haya muchos interrogantes por responder. No me cansaré de repetirlo: si quiere dar un paso adelante algún día, esta orquesta necesita un titular estrechamente implicado (evidentemente mucho más que cinco citas al año) que tenga un margen de maniobra absoluto en el diseño de la programación y cuyo criterio sea por encima de todo artístico. Para eso tendremos que esperar noticias de la próxima temporada. Por otra parte, Ono ha manifestado la voluntad de dar a conocer el repertorio catalán. Tiene pues, mucho trabajo pendiente hacia el patrimonio nacional y no precisamente (sin que tenga que significar en su detrimento) en lo que respecta a Monsalvatge cuya obra podemos escuchar con asiduidad. Seguramente Ono ha tenido que evaluar desajustes durante la preparación del programa, pero el resultado y la sintonía con la orquesta, aunque tenga mucho margen de mejora, manifiesta síntomas muy positivos. Volverá el próximo 11 de marzo con Parra, Dvorák y Prokofiev, pero el director japonés nos deja con la miel en los labios. Promete mucho, pero estaremos atentos a su cumplimiento. En este país estamos demasiado habituados, desde hace mucho, a flotar en un océano de promesas.