Crimen perfecto
26/04/18. Moscú, Teatro del Bolshoi. G. Verdi, Un ballo in maschera. Oleg Dolgov, Vladimir Stoyanov, Anna Nechaeva, Silvia Beltrami, Damiana Mizzi. Dir. escena: Davide Livermore. Dir. musical: Giacomo Sagripanti.
La visita al Bolshoi para conocer una de las nuevas producciones de la casa, nos reencuentra con un viejo conocido en nuestras latitudes. Nos referimos a Davide Livermore, el intendente del Palau de les Arts tras la polémica salida de Helga Schmidt y autor con desigual fortuna de muchas de las producciones que se han visto en Valencia en estos años. El San Carlo, la Scala y ahora el Bolshoi han sido las flamantes siguientes paradas en su ruta artística.
Livermore considera con razón que Un ballo in maschera es una obra con nulo contenido político, a pesar de tratar del asesinato de un gobernador por parte de unos sublevados. Atiende más a las tensiones psicológicas entre los personajes, ese cierto misterio en las revelaciones de la trama y, por supuesto, al crimen final. Y, una vez aceptada esta lectura de la obra, la elección del lenguaje cinematográfico de Hitchcock como armazón escénico tiene total coherencia. Las referencias son descaradas y directas: proyecciones inquietantes de las aves de Los pájaros, elegantes figurines copiados de los diseños de la legendaria Edith Head, y ese inconfundible glamour noir, aderezado del misterio que transversalmente planea sobre sus obras. La idea funciona, y la trama del Ballo -siempre en riesgo de resultar ajena e huidiza- gana en credibilidad psíquica y espectacularidad visual.
En el foso se ha contado con Giacomo Sagripanti, uno de los jóvenes directores especialistas en el repertorio italiano que ha ido escalando posiciones durante los últimos años. Si la idea detrás de la elección era traer una dosis de italianidad a la contundente orquesta del Bolshoi, la apuesta funciona. Los fraseos elegantes y melosos combinan bien con el impecable y corpulento sonido de las cuerdas, reforzado por la nueva acústica del teatro. Una interpretación amable y bien adaptada a las voces, a la que solo le hubiera faltado un punto más de empuje en los clímax para ser sobresaliente.
La parte vocal muestra la fiabilidad de los teatros de compañía. No hay voces superlativas, ni nombres memorables, pero la calidad de cada uno de los miembros, la presencia de una misma escuela de canto y, sobre todo, la complicidad entre los cantantes otorgan a la representación una coherencia que solo pueden ofrecer las compañías residentes. Oleg Dolgov es el solista más destacable del conjunto, un tenor con un agudo brillante, potente, y capacidad para las inflexiones dramáticas. Una voz de calidad que puede escucharse en sus frecuentes escapadas por los teatros europeos. Anna Nechaeva tiene las buenas características que uno le presupone a una voz del Este: vibrato potente, timbre oscurecido en la zona media y agudos penetrantes. Su Amelia combina convincentemente inocencia y tragedia. También oscura y poderosa fue la Ulrica de Silvia Beltrami, una invitada de Italia que se fundió bien con las voces locales. La otra visitante, menos integrada, fue Damiana Mizzi. Sabedora de sus medios, esta finalista en el Operalia de Domingo de pasado año, se lució vocalmente en cada intervención, y en cada ocasión nos sacó de la trama.
El respeto del Bolshoi por las representaciones se resume en un pequeño detalle. Las advertencias para apagar el móvil por completo, ya que “la luz de las pantallas también afecta a la concentración del público en el escenario”, algo que deberían poner urgentemente en marcha los teatros españoles, cuyas plateas están en tantas ocasiones pobladas de un rosario de incomodos brillos.