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Profeta en su tierra

Valencia. 28/02/2016. Verdi: Aida. María José Siri (Aida), Rafael Dávila (Radamès), Marina Prudenskaya (Amneris), Gabriele Viviani (Amonasro), Riccardo Zanellato (Ramfis), Alejandro López (Rey), Fabián Lara (Mensajero), Federica Alfano (Sacerdotesa). Dirección de escena: David McVicar (reposición por Allex Aguilera). Dirección musical: Ramón Tebar.

A la vista de los resultados con esta Aida, hubiera sido una verdadera injusticia que Ramón Tebar no terminase dirigiendo en el foso del Palau de Les Arts de Valencia, en el teatro de la que es su casa, en su ciudad natal. Se dice que no hay profeta en su tierra, pero de vez en cuando y por fortuna las cosas cambian. En el caso de Tebar el talento es evidente. Estamos ante un músico con formación y entusiasmo, con intenciones y personalidad. Su versión de Aida destacó por el perfecto ajuste de balances entre foso y escenario, pendiente siempre de las voces, dialogando y respirando con ellas. Concertador intachable, Tebar disfruta también invitando a la orquesta a frasear con iguales dosis de brío y lirismo. Haciendo uso de tiempos marcados y decididos, plenamente coherentes, dispone una versión llena de contrastes y en la que el pulso teatral nunca decae. Huye además de cualquier espectacularidad complaciente, con un sonido cuajado más bien de texturas y dinámicas. Tras la Lucia di Lammermoor que le escuché en La Coruña hace ya tres años, esta Aida no hace sino refrendar las excelentes impresiones que sitúan a Tebar como uno de los directores españoles con más potencial, dentro de una generación inédita, la misma de Pablo Heras-Casado, Óliver Díaz o Guillermo García Calvo.

Visto con perspectiva, lo cierto es que no hay a día de hoy en España un teatro que garantice un nivel medio tan alto de sus representaciones como en el caso del Palau de Les Arts. Es cierto que con la solvencia de su orquesta la mitad del trabajo ya está casi hecho, pero incluso cuando se trata de reponer una producción que no tuvo demasiado éxito en su día, el teatro valenciano -ahora en manos de Davide Livermore- atina al disponer repartos compactos. En esta ocasión cabe elogiar además, como ya apuntaba, la apuesta por reponer una producción propia, practica casi inédita en los demás teatros españoles. 

En el apartado vocal, y con apenas ensayos, María José Siri se incorporó como Aida tras interpretar Tosca hace unos días en Turín, y en recambio aquí de Oksana Dyka, la soprano prevista en origen. Habiendo escuchado anteriormente a Siri como Manon Lescaut, también en Valencia, y como Amelia en Un ballo in maschera en Bolonia, las impresiones se confirmaron: voz suntuosa, de soprano lírico spinto, flexible y dúctil, con una emisión segura y una proyección intachable. Podrá achacarse a su fraseo, esporádicamente, cierta falta de variedad, pues no es en verdad una actriz desmesurada. Pero hay en su canto musicalidad y firmeza; el instrumento es homogéneo y Siri abunda sin escollos en un sonido en piano y a media voz. Tal y como están las cosas, no abundan las sopranos capaces de ofrecer una Aida de tantas garantías.

El tenor Rafael Dávila ya había actuado en Valencia la temporada pasada, como Des Grieux en la Manon Lescaut que precisamente protagonizó María José Siri. Su Radames confirma una vez más las impresiones de entonces: voz de lírico spinto, sí, pero sin todo el arrojo necesario para sonar heroíco, brilla más por el medido lirismo con que el que afronta sus intervenciones. Su Radames tiene todos los papeles en regla, lo cual ya es mucho decir habida cuenta de la dificultad del papel, pero le falta una vuelta de tuerca para terminar de entusiasmar.

Marina Prudenskaya pareció reservarse durante toda la representación hasta su escena final, ya en el cuarto acto, donde se entregó con mucho más ahínco, tanto vocal como escénico, cosechando el entusiasmo del público. El instrumento es menos suntuoso que el de otras colegas como Gubanova o sobre todo Semenchuk, pero Prudenskaya aporta a cambio una contención mayor. Ya sea una virtud o un defecto, esa contención le hace sabedora de sus medios y posibilidades, rematando con astucia así una actuación que hubiera quedado un tanto pálida sin la entrega del último acto.

Gabriele Viviani convenció con un Amonasro más fiero que noble, pero de acentos seguros y canto pleno. Igualmente, más rotundo que imponente, el Ramfis de Riccardo Zanellato completaba un reparto quizá sin mayores luces pero desde luego sin ninguna sombra. Excelente asimismo el plantel de comprimarios, con jóvenes voces del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo: el bajo Alejandro López como el Rey, el tenor Fabián Lara como el mensajero y la soprano Federica Alfano como sacerdotesa.

Dejo para el final la valoración de la producción de David McVicar, una coproducción del Palau de Les Arts con el Covent Garden de Londres y la Ópera de Oslo que ya se viera en Valencia en 2010. Más pendiente de resultar original que de ofrecer algo verdaderamente valioso, McVicar se pierde en una confusión de referencias que convierten la trama de Aida en un trasunto de samurais, con constantes referencias a las artes marciales y a una estética más propia de China que de las orillas del Nilo. ¿El fundamento para todo esto? Ni aparece ni se le espera. La propuesta peca además de una iluminación lúgubre en exceso (originalmente debida a Jennifer Tipton) y tampoco la desconcertante escenografía de Jean-Marc Puissant contribuye a elevar el nivel de la propuesta. El vestuario de Moritz Junge por momentos parece sacado de unas jornadas de hermanamiento folclórico, con un sinfín de referencias que no parecen responder a ningún motivo bien fundado. Las coreografías de Finn Walker rozarían el tedio sino fuera porque a menudo se acercan más a lo risible.