KazushiOno MayCircus 

El quinto Requiem

Barcelona. 03/06/2018. L´Auditori. Dvorak: Requiem. Orquestra OBC. Coro Lieder Camera, Cor Madrigal, Cor Anton Bruckner. Marta Mathéu (soprano), Gemma Coma-Alabert (mezzo-soprano), Roger Padullés (tenor), José Antonio López (barítono). Dir. musical: Kazushi Ono.

Con bastante razón, el titular de la OBC, el japonés Kazushi Ono, se sorprendió, en el momento de confeccionar la temporada de la orquesta, de que ésta nunca hubiese interpretado una obra como el Requiem de Dvorak. Una obra que definió como la quinta gran Misa de difuntos, tras las de Mozart, Brahms, Verdi y Fauré. 

La primera reflexión de Ono viene a poner de manifiesto lo rutinario de las programaciones y hasta qué punto cuesta sacar de la zona de confort a programadores y públicos. El Requiem de Dvorak es una obra de indiscutible interés y cualidades como para tener una presencia mayor y más regular en los auditorios de todo el mundo, a pesar de requerir un aparato orquestal y coral de grandes dimensiones y una considerable exigencia técnica. Pero se trata de una obra con momentos de una brillantez e inspiración indiscutibles, con esa variedad y riqueza melódica que destilan todas y cada una de las obras del autor bohemio. 

Este Requiem, op. 89, se compone en el momento de absoluta madurez de Dvorak, reconocido a nivel internacional como uno de los grandes compositores de su época, y su estreno se produce en Birmingham en 1890. Inglaterra, y en conjunto el mundo anglosajón, reconoció desde muy pronto el talento de Dvorak, especialmente en el ámbito de la música religiosa y coral, que en las islas británicas encontró uno de sus epicentros creativos desde los tiempos de Händel. El Stabat Mater, estrenado unos años antes y muy popular en las Islas, ya había conectado al compositor con esta gran tradición musical. Posteriormente, Dvorak se trasladaría a los Estados Unidos de América, país en el que dejó una huella profunda, erigiéndose en uno de los teorizadores de la “nueva música americana” que aún estaba por llegar.

Es precisamente el elemento coral uno de los más destacados de este Requiem. No hay duda de que, más allá de las interesantes (algunas más que otras) intervenciones solistas, el peso dramático recae en el coro y la orquesta. En el Auditori, para este ambicioso proyecto, se contó con tres excelentes coros como son el Lieder Camera, dirigido por Eduard Vila), Cor Madrigal (Mireia Barrera) y Cor Anton Bruckner (Júlia Sesé) y los resultados han sido sencillamente espléndidos. Eran tres, pero parecían uno, consolidado, sólido, equilibrado, expresivo, compacto, preciso. Atentos a cualquier indicación de un Kazushi Ono que parecía dominar y conocer concienzudamente la obra, los tres coros se erigieron en los auténticos protagonistas de la velada.

Este profundo trabajo de Ono se trasladó también a la orquesta, que tuvo una muy buena prestación, involucrada y flexible, sin llegar a los niveles de inspiración de los coros. En general, Ono concertó con maestría y aportó unidad en el discursó y variedad en los acentos, aunque no todas las secciones estuvieron al mismo nivel, e incluso dentro de las secciones hubo irregularidades. Así, si en la sección de metales las trompetas estuvieron vibrantes y precisas, no se puede decir lo mismo de los trombones. El mismo argumento se podría aplicar a las cuerdas, mientras que las maderas, como siempre, ofrecieron un óptimo nivel general.

Volviendo a la segunda afirmación de Ono, la de que se trata del quinto Requiem, escuchando la obra la afirmación adquiere todo su sentido. Se trata, sin duda, de una obra importante, pero un tanto irregular, que no tiene la unidad de discurso ni estética de los cuatro grandes réquiems mencionados anteriormente. La obra, por momentos, suena un tanto hinchada artificiosamente, cosa poco habitual en las grandes obras del autor. Esto se traduce en una narrativa un tanto dispersa por la gran cantidad de ideas que se aprecian en él pero que no acaban de estar desarrolladas con el magisterio y profundidad con que lo están en otras obras. Todo ello aporta una dificultad y, por tanto, un mérito adicional a la unidad de discurso orquestal que Ono y la OBC, más allá de las debilidades puntuales mencionadas más arriba, consiguieron, aportando momentos de gran impacto sonoro.

Igual que la elección de los coros, hay que calificar de muy inteligente la de los solistas vocales, que estuvieron absolutamente impecables. Marta Mathéu i Gemma Coma-Alabert no sólo estuvieron espléndidas en sus intervenciones solistas, sino que, además, sus voces empastan a las mil maravillas, mientras que Roger Padullés mostró solidez y adecuación tímbrica y estilística y José Antonio López un instrumento importante e ideal para este tipo de repertorio.