ManonLescaut Liceu A Bofill

Sí pero no

Barcelona. 10/06/2018. Gran Teatre del Liceu. Puccini: Manon Lescaut. Liudmyla Monastyrska, Gregory Kunde, David Bizic, Carlos Chausson, Mikeldi Atxalandabaso, Carol García, Marc Pujol, José Manuel Zapata y otros. Dir. de escena: Davide Livermore. Dir. musical: Emmanuel Villaume.

Estrenada en Turín en 1893, Manon Lescaut supuso el primer éxito de Giacomo Puccini en su andadura como compositor. La obra es no obstante irregular, intercalando fragmentos sumamente inspirados -los dúos entre los protagonistas y sus célebres arias- con otros mucho menos brillantes -los cuadros corales de los dos primeros actos, sin ir más lejos-. Obra ya clásica, bien asentada en el repertorio aunque no tanto como los títulos más célebres del genio de Lucca -esto es Tosca, Bohème, TurandotButterfly-, Manon Lescaut regresaba al Liceu tras una década de ausencia, desde las funciones que Daniela Dessì y Maria Guleghina protagonizaron en la temporada 2006/2007.    

Para la ocasión, el teatro de Las Ramblas proponía una producción estrenada hace algunos meses en el San Carlo de Nápoles y firmada por Davide Livermore. El director de escena italiano busca trasponer un tanto el espacio y tiempo del libreto. La acción discurre así en la isla de Ellis, en 1892 -precisamente cuando Puccini compuso la obra-, teniendo como hilo conductor a un actor (Albert Muntanyola) que hace las veces de Des Grieux, ya anciano. Livermore sitúa los cuatro actos, respectivamente, en una estación de tren, un prostíbulo, el citado puerto y un hospital. El resultado final es un sí pero no, un quiero y no puedo que intenta ser respetuoso con la literalidad pero que no consigue aportar ningún verdadero giro en su dramaturgia. La dirección de actores deja un tanto que desear en muchos momentos y la escenografía, a pesar de algún recurso vistoso como el tren del primer acto, es de un convencionalismo algo decepcionante. La diferencia entre esta propuesta y una Manon Lescaut de mimbres clásicos es, a la postre, mínima. Con la presencia del actor, el viejo Des Grieux que vuelve a sus recuerdos, Livermore introduce el único elemento interesante y eje sustancial de su propuesta, la figura del emigrante que apenas reaparece al final de la función como un remate anecdótico. De haber ahondado más en este punto de vista, la propuesta tendría mucha mayor consistencia dramática.

En la parte titular debutaba la soprano ucraniana Liudmyla Monastyrska, una voz de notable caudal, con un sonido de gran presencia. Personalmente conocía ya a Monastyrska en varios papeles, verdianos todos ellos: Amelia de Un ballo in maschera en Roma; Leonora de La forza del destino en Valencia; Lucrezia Contarini de I due Foscari en Barcelona; y Aida en Madrid. Este año ha sido una temporada importante para ella, sumando al menos dos debuts muy relevantes: la Norma de Bellini en Houston y ahora esta Manon Lescaut de Puccini, antes de atreverse también con la Leonora de Il trovatore verdiano. Curiosamente la voz tiene tanto potencial y el asiento técnico es tan firme que Monastyrska puede moverse con flexibilidad y pleno acomodo entre repertorios tan dispares. Su Manon pucciniana fue intachable en lo vocal. Admite no obstante algún apunte en su lado dramático, donde tiene a ser un tanto melodramática. Sea como fuere, Monastyrska firma quizá el momento más íntimo y hermoso de la velada, con una recreación a flor de piel de “In quelle trine morbide”. Discrepo, no obstante, de su opción a la hora de acometer las últimas frases de su personaje, ya moribunda Manon. Monastyrska emplea un hilo de voz, destimbrado y desafinado a voluntad, buscando un realismo que no tiene razón de ser; hubiera sido mucho mejor cantar esos compases tal y como están prescritos por Puccini: “con voce debolissima” y “quasi parlato, con voce più debole”.

Gregory Kunde había debutado con el Des Grieux pucciniano en febrero de 2016 en la temporada de ABAO, habiendo cantado también este papel en Turín en 2017. La parte casa ciertamente bien con sus medios actuales, con un tercio agudo muy solvente, con empuje y arrojo en el fraseo. Kunde se ha labrado un instrumento resistente y sabe poner el acento allí donde más tiene que ganar. No en vano firma una sobresaliente escena en el puerto de El Havre, con una recreación muy respetable del exigente “No, pazzo son”. Si bien no parecía haber una conexión especial con Monastyrska, lo cierto es que juntos firmaron la escena más intensa de la noche en el dúo del segundo acto, amén del final de la ópera, que por descontado se sostiene sobre sus hombros. Evidentemente, y más con el paso de los años y con la imponente agenda que ha acometido en el último lustro, Kunde tendrá días más o menos brillantes -la voz a menudo suena mate en el centro-, pero en esta función del Liceu volvió a confirmar por qué es un grande de la lírica hoy en día.

La parte de Lescaut estaba encomenda al barítono de origen serbio David Bižić, quien demostró un material interesante aunque lastrado por una emisión algo gruesa. El Liceu ha reunido en todo caso un plantel sobresaliente de comprimarios para estas funciones, empezando por un enorme Carlos Chausson, genio y figura, un señor del canto y de la escena como ya hay pocos. Memorable su Geronte, una lección de oficio de principio a fin. Lo mismo cabe decir de la excelente prestación de Mikeldi Atxalandabaso como Edmondo y Carol García como músico.

La dirección musical corría a cargo del maestro francés Emmanuel Villaume, maestro titular en la Ópera de Dallas. Esmerado concertador, acertó a resaltar la rica orquestación pucciniana, buscando un sonido de gran lirismo, preciosista por momentos. Faltó a su batuta no obstante algo de imaginación y otro tanto de audacia a la hora de resaltar los colores de la partitura y escoger los tiempos, respectivamente. La orquesta titular del teatro confirmó el buen momento que atraviesa; cada vez son más patentes los resultados de su mejoría durante las últimas temporadas.