Cantar a Casals
Barcelona. 12/6/18. Palau. Schumann: Cinco piezas en estilo popular. Britten: Sonata para violonchelo y piano en do mayor. Chopin: Sonata para violonchelo y piano en sol menor. Sol Gabetta, violonchelo. Bertrand Chamayou.
El marco de un concierto suele ser anecdótico, pero no era así en este caso. Se trataba de la cuarta edición de la “Diada Pau Casals”, un día de homenaje al legendario músico organizado por la Fundación homónima y desde la última edición con la colaboración del Palau de la Música Catalana, un espacio estrechamente ligado a la vida y obra de Casals, sin olvidar eso sí, las reticencias del Orfeó Català y la Revista Musical Catalana hacia el hercúleo proyecto de su orquesta durante los años veinte y treinta del siglo pasado. Dicho sea de paso, un músico y un ser humano al que resultaría ajena y hostil nuestra época, tanto en lo que pasa en la música como en el mundo, por mucho que estuvieran presentes en la sala representantes de instituciones culturales que hacen exactamente lo contrario de lo que Casals predicaba y practicaba, por ejemplo dedicando tiempo a estrenos de obras de compositores catalanes, o concibiendo la música como una herramienta de transformación social efectiva, que no dejara en los márgenes a las clases populares sin caer en la limosna o el sucedáneo reconfortante.
Tras una intervención protocolaria de la viuda de Pau Casals, Sol Gabetta entró acompañada del francés Bertrand Chamayou, un magnífico pianista que se mueve con elegancia y refinamiento en el trabajo de cámara y que como se pudo comprobar se entiende a las mil maravillas con la chelista argentina. La desenvoltura y agilidad de esta comenzó a desplegarse desde la primera de las Cinco piezas en estilo popular de Schumann. Ya en la segunda (“Langsam”) pudimos escuchar el sonido redondo y de gran belleza de la solista, así como un portamento muy cuidado, y en líneas generales conmovedora y orgánica en el resto de las piezas aunque se vieran interrumpidas por constantes aplausos. El magistral control del arco y la precisión en las dobles cuerdas fueron los grandes valores técnicos de Gabetta para redondear un excelente resultado.
Para cerrar la primera parte, la Sonata de Benjamin Britten resultó más un catálogo de la destreza e infinidad de recursos de Gabetta, que una navegación profunda y reflexiva por una partitura que el compositor británico escribió bajo el impacto de Shostakovich en el arco de Rostropovich: quitando el móvil de rigor que sonó en el momento de mayor carga emocional y fragilidad de la obra, gran parte de esa aridez, agresividad y dramatismo se tradujo más en forma de velocidad y volumen que de sutilezas, y encontró más transparencia en el violonchelo que en la articulación de las frases por parte del piano, de sonido algo brumoso junto a un exceso de volumen en determinados pasajes.
Los juegos de virtuosismo en la primera parte desaparecieron cuando ambos abordaron la sonata chopiniana en la segunda: una lectura mucho más resuelta y meditada, donde Gabetta aplicó un fraseo impecable, y un vibrato lento, expresivo, cantabile: podríamos decir, siguiendo su espíritu de raíz romántica que tenía en la declamación su referente expresivo, “à la manière de Casals”. La comunión de violonchelo y piano encontró meandros reflexivos de espléndida factura, de un rubato encantador y asombrosamente bien tramado en el trabajo a dúo, en el cual despuntó la consistencia y precisión del piano de Chamayou.
Tras la anunciada ovación, uno de los mejores gestos de la chelista fue el de omitir la previsible propina de El cant dels ocells que lo único que ha conseguido es banalizarla, cuando nada tenía de banal en su origen. En su lugar, una transcripción para violonchelo y piano de dos de la Siete canciones populares españolas de Manuel de Falla: primero una “Nana” de gran delicadeza y después, un vertiginoso “Polo”.