Camino del Modernismo
Madrid. 26 y 27/02/16. Auditorio Nacional. CNDM: Liceo de Cámara XXI. Bartók: integral de cuartetos de cuerda (1 a 6). Jerusalem Quartet.
Toda una lección de historia de la música, de su esencia vital en una época clave e importantísima para el devenir de su existencia la que nos ha brindado el Centro Nacional de Difusión Musical trayendo al Jerusalem Quartet hasta el Auditorio Nacional con su visión de la integral de Cuartetos de cuerda de Bela Bartók. Nada tan vanguardista a través de cuartetos de cuerda se había escuchado desde la época de Beethoven y que encontraría continuación en Shostakovich. Y es que el compositor húngaro deposita en estas seis obras toda su realidad artística y filosófica en una búsqueda constante de la innovación. Un estallido sonoro hacia delante, hacía atrás, hacia el Este y hacia el Oeste, porque si algo es Bartók es el punto de encuentro donde se cruzan todas las coordenadas; coordenadas que el mismo viene a establecer, transformando cualquier inanición sobrevenida por modas o tradiciones.
Es este viaje hacia el Modernismo un trayecto de ida y vuelta sobre la tonalidad donde Bartók se define a sí mismo y sus circunstancias (Cuartetos 1 y 2), donde se pone a prueba (3 y 4) y donde se confirma (5 y 6) volviendo en parte a un inicio que ya era llegada. Y entre los paréntesis anteriores pueden casi cambiar los números en el orden que ustedes quieran.
El Jerusalem Quartet ofreció en la Sala de Cámara del Auditorio una prosaica lectura de hipnótica aspereza, tan propia de Bartók, de sonido y trazos generosos, que articulando y presentación formal, a la que era tan dada Bartók con su siempre exquisito gusto por el estética.
La atención a los detalles y requerimientos técnicos pudieron hacer caer por momentos al Cuarteto en una leve instrascendencia (el chelo de Kyril Zlotnikov pudo sonar distante en demasía en el Sz.40 por ejemplo) y, sin embargo, supieron dotar a su lectura de entidad global a través de una flexible expresividad y narración de intachable retórica (explayándose ese gran humor bartokiano en los dos últimos cuartetos) donde no faltó espacio para dotar de voz propia a estos “versos” bartokianos donde fluyen el amor, cierto resentimiento, recuerdos y bastante ironía.
El tercer cuarteto es una bendita locura de experimentación técnica y reminiscencia bergiana, de ensayo y error magistralmente llevado por el Jerusalem, que sobrevive a la yincana de glissandi, ponticelli, pizzicati y demás formas gracias a su buen hacer; el mismo que le vale al cuarteto para mostrar su mejor momento de su lectura, en el final del Quinto, cuando en medio de esa fuerza arrebatada de conjunto surge una luz suspendida a través del segundo violín en forma de melodía. Melodía que pronto se ve corrompida con el primer violín y termina volcándose de nuevo hacia el presto final; todo ello entre el hedonismo más pragmático que escucharse pueda, en manos del Jerusalem Quartet.