Macbeth Domingo Netrebko Berlin18 BerndUhlig

Grandeza

Berlín. 02/7/2018. Staatsoper Unter der Linden. Verdi. Macbeth. Plácido Domingo (Macbeth), Kwangchul Youn (Banquo), Anna Netrebko (Lady Macbeth), Fabio Sartori (Macduff). Coro y Orquesta de la Staatsoper Berlín. Dirección de escena: Harry Kufer. Dirección Musical: Daniel Barenboim.

Tres nombres que ponen el “no hay billetes” en taquillas. Tres nombres con grupos de tifosi incondicionales en cada teatro. Tres nombres que, sin duda, pasarán a la historia de la ópera. Esos tres nombres (y alguno más que sin ser tan mediático siempre tendrá un lugar entre los más grandes de su generación) se dieron cita en la remozada Staatsoper berlinesa para poner en pie la nueva producción de Macbeth de Giuseppe Verdi, que firma el prestigioso Harry Kupfer. Verdi y Shakespeare, una relación casi perfecta que dio pie a tres de los mejores títulos del maestro italiano. Un Macbeth escrito en “años de galeras” pero que sin embargo se libera de cualquier carga de rutina y destaca entre sus hermanas de la misma época. Porque la música de Macbeth (y el libreto de Piave, marcado de cerca por el puntilloso Verdi), aunque con estructuras que vienen de atrás, tiene aires renovados, aires que prometen el Verdi maduro que será inmortal. Ese nuevo espíritu que inspira una música a la búsqueda de nuevas formas lo entendió a la perfección el primero de nuestros “grandes”: Daniel Barenboim. El director de la Staatsoper Unter den Linden es considerado uno de los máximos directores wagnerianos de nuestro tiempo y nadie duda de su diestra batuta en repertorios poco trillados como el ruso o las obras del siglo XX, que algunos siempre denominarán música contemporánea, por cien años que pasen. Pero en el mundo italiano ya es otra cosa. Ahí sólo los tocados por la mano divina de los “sabios” de la Scala son reconocidos como verdianos de pro. No es el caso del argentino, al que siempre se considera un advenedizo en estos programas ¡Qué lejos lleva a algunos la soberbia! En su casa, en Berlín, donde no tiene que demostrar nada (no creo que tampoco le importe mucho lo que opinen los del loggione), Barenboim brindó un Macbeth de antología, lleno de detalles, preciso, romántico y heroico, con un fraseo espectacular que dejó atónito al más escéptico. Sólo un ligero desajuste con el coro de brujas al comienzo de la ópera y algún que otro decibelio de más en algunos pasajes más briosos podrían comentarse como elementos menos pulidos. Pero fueron minucias comparadas con la preciosa lectura que nos regaló.

Y aquí podemos enlazar con otro de los componentes del trío de ases de la noche, el trabajo del protagonista: Un magnífico Plácido Domingo. No se va entrar en esta crónica en comentarios sobre edad, facultades o idoneidad de estos papeles baritonales que el gran cantante español está abordando en los últimos años. Aquí se van a analizar mis impresiones sobre lo que oí en la tarde del pasado 2 de julio. El Macbeth de Domingo es un Macbeth en decadencia y manejado por su joven esposa. Él nunca decide, deciden por él, es ambicioso, sí, pero sobre todo es un muñeco que mueve la implacable Lady Macbeth. Sobre ese andamiaje encaja perfectamente lo que Domingo ofrece. En el primer acto estuvo simplemente correcto, sin destacar en ninguno de sus dos dúos con Banquo o Lady Macbeth. Su clase estaba ahí, indudablemente, pero no se demostraba con contundencia. Fue a partir de la escena de la fiesta, con el momento de las primeras visiones donde el maestro se fue imponiendo con su canto. Su voz, sin duda con un deje de cansancio, sigue teniendo una proyección increíble y su agudo no defrauda. Pero es sobre todo su expresión, su manera de decir el texto, el color de un timbre inconfundible, cómo te envuelve con su talento, su dominio del espacio escénico, lo que marca la diferencia. Fue cada vez a más, estupendo en la segunda escena con las brujas y simplemente sublime en Pietà, rispetto, amore, el momento más emocionante de la ópera por cómo lo cantó, cómo lo dirigió Barenboim, cómo tocó ese prodigio musical que se llama Staatskapelle y sobre todo, por cómo Verdi se apoderó del teatro y de todos los que estábamos dentro. De caerse las lágrimas. Remató la faena con el final de la primera versión de la obra (en el que no aparece el apoteósico coro de los triunfadores) con un Mal per me che m'affidai que dejó bien claro que la veteranía es un grado.

Un grado, que sin duda, ya tiene Anna Netrebko, la reina que nos faltaba entre nuestros tres grandes. He de confesar que mi primer impulso al buscar un título para esta crónica fue elegir “Como una ola…”, el comienzo de la canción que hizo famosa Rocío Jurado. Y es que la cantante rusa comenzó su intervención con la famosa escena de la carta como un auténtico maremoto canoro y actoral. Netrebko se sale de lo que suele ser habitual en este papel. Sí, es cruel, ambiciosa, y desalmada, pero de una manera totalmente personal, que no se puede confundir con ninguna cantante-actriz anterior. Yo no estoy seguro que el director de escena tuviera mucho que decir sobre esta escena. Sospecho que fue la cantante la que dictó cómo quería actuar, qué posturas iba adoptar, cómo iba a plasmar Lady Macbeth. Y así lo hizo, como una ola. Una ola lasciva y sexual que apabullaba. Y más con esa voz, ese don que ella posee y nos brinda con toda esa gama de esencias, de medias voces, de agudos increíbles, de graves menos convincentes por su técnica pero con una potencia y una seguridad que nos cortan cualquier réplica. Quien acuse a Netrebko de solamente utilizar su instrumento para llenar vocalmente todo el teatro es que no la ha escuchado en este papel. El matiz, el susurro, el canto envolvente y bien templado, nunca vacilante, siempre seguro aunque la nota simplemente vaya apagándose, triunfa, siempre apoyada en un director y una orquesta en estado de gracia. Impresionante. Pero aún le falta ese lado de mujer fracasada, frustrada pese al triunfo, que tiene el personaje. Netrebko vence sobre su personaje, debe permitir que Lady Macbeth se apodere de ella y no al revés. El día que consiga eso entrará entre las  inmortales que han cantado este papel.

Quizá no es un as tan rutilante como los anteriores pero para mí es uno de los grandes bajos que he podido ver en teatro. Un hombre humilde y sin proyección mediática pero que borda sus intervenciones. El coreano Kwangchul Youn, ya más tocado vocalmente, sigue siendo un cantante ante los que uno debe quitarse el sombrero. Su Banquo fue antológico, sobre todo por la hondura de su canto, por su sentimiento auténticamente verdiano, su impecable legato. La voz vibra un poco más de lo deseable y en fiato muestra ya algún signo de cansancio, pero qué gran cantante, ¡qué maravilloso Come dal ciel precipita nos regaló! Muy adecuado el Macduff de Fabio Sartori que supo sacar provecho de esa joya verdiana que es su aria Ah, la paterna mano. Destacó de los comprimarios la dama de compañía de Evelin Novak, bien el resto, menos el deficiente Malcom de Florian Hoffmann.

Los cuerpos estables de la Staatsoper volvieron a demostrar por qué hacen de esta casa uno de los más reputados teatros del mundo. El coro estuvo impecable, especialmente el femenino, con unas brujas siempre bien coordinadas con el foso (exceptuando el desajuste del primer momento ya comentado), y emocionó, como siempre, ese gran momento coral (para mi superior al famoso Va pensiero) que es Patria oppressa! Reiterar otra vez la calidad de los maestros de la Staatskapelle, unos profesionales que se entienden a la perfección con su director y permiten al público disfrutar de unos instrumentistas excepcionales, especialmente en la sección de cuerdas.

La producción que firma Harry Kupfer no es rompedora. Se amolda perfectamente a la historia narrada. Acude, como tantas otras, al cambio histórico localizando el drama en una hipotética dictadura militar en la Europa de entreguerras, donde la desolación forma parte del paisaje (buenos fondos de video, firmados por Thomas Reimer, sin los acostumbrados abusos de otras producciones y que sirven para situar perfectamente las diversas localizaciones) en contraste con el lujo contenido (nada más allá de unos chesters blancos) del palacio de Macbeth. El exterior y el interior de las escenas lo marcan los cambios de escenario que sube y baja con amplio despliegue técnico (para eso se han hecho las largas y costosas reformas del teatro) con una acertada escenografía de Hans Schavernoch que transmite la frialdad y el dramatismo de lo escenificado. Destacar unas amplias puertas metálicas que delimitan el espacio privado del palacio y que además de su bonito diseño dan mucho juego en el movimiento de actores, el trabajo más destacado de Kupfer pero tampoco presentando nada rompedor o que no se haya visto ya (incluyendo algún detalle absurdo como la aparición de unas esculturales enfermeras dando aire a un maltrecho Macbeth en un pasaje musical que parece anunciar ciertas notas de Aida. ¿Un guiño humorístico? No venía a cuento). Vistoso el vestuario de Yan Tax y muy bien la iluminación de Olaf Freese. Una producción que no pasará a la historia pero que podrá mantenerse bastante tiempo dejando que sean los cantantes que vayan pasando por ella los que marquen las diferencias.