Las tres reinas de la noche
Aix-en-Provence. 16/07/2017. Patio del Arzobispo. Festival d’Aix. Strauss. Ariadne auf Naxos. Lise Davidsen (Ariadne), Eric Cutler (Bacchus), Sabine Devieilhe (Zerbinetta) Angela Brower (El compositor). Dir. de escena: Katie Mitchell. Dir. musical: Marc Albrecht.
Hay quien considera a Der Hölle Rache, la gran aria de la Reina de la Noche de La flauta mágica de Mozart, como una de las partes más difíciles y espectaculares del canto operístico femenino. No cabe duda de su calidad pero, a mi parecer, la supera en belleza y dificultad (tanto por su escritura endiablada como por su extensión) una no tan conocida por el gran público incluida en la ópera de Richard Strauss Ariadne auf Naxos. Se trata de la que canta Zerbinetta, uno de los tres personajes femeninos fundamentales de la obra, cuando habla, ante las lamentaciones de Ariadna, de su experiencia personal con los hombres y con la vida. Se trata de "Grossmächtige Prinzessin" y hay que ser una cantante de mucha categoría para salir triunfadora de tan complicado reto. Sabine Devieilhe (antigua alumna de la Academia del Festival) estuvo deslumbrante convirtiéndose en una de las reinas de la noche de Aix, pero no la única, porque el papel protagonista de la obra, que defendió admirablemente Lisa Davidsen (que también había pasado por la Academia, verdadero semillero de grandes voces, como comentaba en otra crónica) se completó con la tercera gran actuación, como El compositor, de Angela Brower. Tres reinas para una noche vocalmente extraordinaria, resumámosla.
Hay tandems en la historia de la ópera que son especialmente excepcionales: Mozart-Da Ponte, Verdi-Boito o el que nos ocupa: Strauss-Von Hofmannsthal. Ariadne auf Naxos es la tercera colaboración entre el poeta y el músico después de las geniales Elektra y Rosenkavalier y dará tres frutos más. Menos conocida que sus hermanas mayores, no por eso deja de ser una obra maestra (confieso aquí mi profunda debilidad por esta ópera) donde el juego de música y teatro llega a una de las cotas más altas del repertorio. La unión forzada del teatro clásico con la Commedia dell’Arte para dar gusto a un rico vienés permite a libretista y compositor crear una serie de situaciones que, bajo una capa de aparente comicidad, esconde los sinsabores del amor y de la vida. Strauss, como Puccini, es un enamorado de la voz femenina y sus grandes papeles (hasta el título de muchas de sus composiciones) tendrán de protagonista a la mujer (o papeles masculinos cantados por mujeres). Ariadna (la prima donna en el prólogo de la ópera, cuando se prepara la representación que se ofrecerá después de la cena en el palacete del burgués), es una mujer abandonada, triste y sin futuro a la que la prodigiosa aparición de Baco salvará en el último instante. Su parte no tiene el lucimiento pirotécnico de la pizpireta Zerbinetta (el personaje de la Commedia metido con calzador en la ópera de la seria Ariadne) pero tiene una fuerza, una belleza y un atractivo indiscutibles.
Todo eso y más demostró poseerlo la soprano noruega Lise Davidsen, el gran descubrimiento, para mí, de la noche. Su voz es de un atractivo incuestionable, perfecta en toda la tesitura (se enfrenta a agudos nada desdeñables y demostró tener un grave espléndido), con un fiato que sólo una buena técnica proporciona y una proyección que llenó todo el Patio del Arzobispo de Aix. Avezada en más repertorios, seguramente será, intuyo, en el wagneriano donde será una referencia sin pasar mucho tiempo. También a gran altura estuvo Sabine Devieilhe como Zerbinetta. No sólo en la aria que comentaba más arriba, sino en todas intervenciones, demostró tener grandes cualidades como un timbre bello, un agudo punzante y diamantino y un control escénico lleno de soltura y gracia. También le auguro un futuro de éxito si sigue por este camino.
El compositor, el papel travestido, casi protagonista del Prólogo de la obra, lo defendió sin fisuras Angela Brower. Controlando de manera encomiable su voz (de exquisito timbre), supo dar al papel el sentido poético que sin duda Hofmannsthal (y también Strauss) querían para este personaje. Quizá su momento más especial, por la delicadeza pero también la perfecta emisión y fuerza contenida que tuvo, fue en su aria Sein wir wieder gut. La tercera reina de una noche perfecta para ellas.
El resto del elenco no estuvo a la zaga. Para Bacco, el protagonista masculino que más canta, Strauss escribió una parte de gran dificultad técnica, siempre moviéndose en la parte más aguda de la tesitura de tenor. Es muy difícil equilibrar la voz para que el agudo no suene a grito estentóreo y a la vez del carácter heroico del personaje ver también su lado tierno. El norteamericano Eric Cutler (que pudimos ver en el Real como Hoffmann) cumplió perfectamente estas premisas, dejando una sensación muy positiva, incluso en un pianissimo que tiene su rol, sólo una frase, que bordó sin caer en el falsete como otros muchos hacen. Bravo. Estupendos los cuatro acompañantes de Zerbinetta, todos cantaron y respondieron con agilidad y destreza a la exigente dirección escénica. Destacable especialmente el Arlequin de Huw Montague Rendal. Estupendas también las tres ninfas, sobresaliendo la Ècho de Elena Galitskaya. El resto del elenco estuvo a la misma altura (el estupendo maestro de música de Josef Wagner, el maestro de danza de Rupert Charlesworth y todos los demás). Sin duda alguna vocalmente irreprochable esta representación straussiana.
Al director musical Marc Albrecht le costó al principio encauzar el sonido de una Orquesta de París que estuvo menos brillante que la noche anterior con El ángel de fuego de Prokofiev. Aún así las cosas fueron poniéndose en su sitio y el director alemán pudo ofrecernos una versión muy personal, camerística en muchos momentos, como exige Strauss, y con unos tempi que se decantaban por la lentitud pero sin caer en el aburrimiento. Este ritmo permitió apreciar de manera más patente la calidad de las voces que estábamos disfrutando. Un buen resultado orquestal pero no a la altura del vocal.
Katie Mitchell es una reconocida directora teatral y operística que hace dos años ofreció en este mismo Festival un Pellèas de una estética maravillosa aunque con ideas teatrales que no convencieron a todos. Esta vez la escenografía es menos impactante y se limita a seguir (trasladando la historia a nuestros días, selfies incluídos) lo narrado en el libreto. Tampoco sus planteamientos son originales o aportan nuevas maneras de enfocar la historia: Ariadna está embarazada o finge estarlo, los dos personajes que contemplan la obra -se supone que el burgués y su pareja- participan en la acción e incluso hablan en medio de la ópera, incluida una moraleja que lanza otro personaje, el recurso, sello de la casa, de ciertos movimientos a cámara lenta... Pero sí hay una idea que vertebra la segunda parte (la ópera propiamente) que me parece original y acertada. Parece admitirse sin problemas que una vez ordenado que las dos representaciones (la seria y la cómica) se fundan en una, todo fluya y encaje a la perfección. Algo ilógico dado la premura con la que se ha hecho todo. Mitchell crea un caos entre los personajes cómicos y los serios en el entramado de la representación que es lo que realmente pasaría si lo narrado se basara en un hecho real, un punto esencial y que personalmente salva la puesta, que a veces se ve lastrada por el incesante movimiento de los personajes (sobre todo en el Prólogo) que distraen constantemente al oyente del núcleo de la acción. Impecable y ciertamente atractiva la iluminación, responsabilidad de James Farncombe y acertados los decorados de Chloe Lamford y el vestuario de Sarah Blenkinsop.