© Monika Rittershaus
Don Giovanni delirante
Aix-en-Provence. 12/06/25. Grand Théâtre de Provence. W. A. Mozart: Don Giovanni. Andrè Schuen (Don Giovanni), Krzysztof Bączyk (Leporello), Golda Schultz (Donna Anna), Magdalena Kožená (Donna Elvira), Amitai Pati (Don Ottavio), Clive Bayley (Il Commendatore), Madison Nonoa (Zerlina), Paweł Horodyski (Masetto). Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks. Robert Icke, dirección de escena. Sir Simon Rattle, dirección musical.
Han pasado más de veinticinco años de aquel mítico Don Giovanni dirigido escénicamente por el legendario Peter Brook en el Festival de Aix-en Provence. Fue en julio de 1998 y, pese a que las primeras representaciones estuvieron a cargo, en el aspecto musical, de Claudio Abbado, supuso la eclosión internacional de un joven director inglés llamado Daniel Harding. Ambos, pese a las inevitables críticas del momento, firmaron un Don Giovanni inolvidable en un Festival en el que el de Mozart constituye un título emblemático. No en vano, la producción de 1949 firmada por Jean Meyer, con figurines y decorados de Cassandre y dirección musical de Hans Rosbaud, estrenada en la segunda edición, fue la piedra angular sobre la que se consolidó el proyecto del Festival de Aix-en-Provence. Un proyecto que, junto al Festival de Cannes en el campo cinematográfico y el Festival de Avignon en el teatral, simbolizó el rearmamento cultural francés tras la Guerra del 39.
En un momento álgido de un certamen que ha pasado etapas de todo tipo a lo largo de su historia, llega este nuevo Don Giovanni dirigido, como aquel de 1998, por dos ingleses. En este caso se han girado las tortas y, en lugar de una vaca sagrada como Brook se ha apostado por un talento emergente como Robert Icke, mientras que la veteranía estaba en el foso representada por Sir Simon Rattle. Ambos han sacado adelante una propuesta brillante en lo musical y delirante -en el sentido más amplio del término- en su concepción dramatúrgica. Robert Icke, considerado como uno de los talentos emergentes del teatro inglés, firma con esta producción su primera dirección operística y en ella se perciben las principales características de su trabajo. Una lectura radical y desacomplejada de los clásicos, voluntad de recuperar su impulso original y conseguir que conecten realmente y de manera epidérmica con el público actual. Ahí están sus producciones, tan aclamadas como controvertidas, de Orestíada, Tío Vania (Chéjov) o María Stuarda (Schiller). ¿Ha conseguido su propósito de conectar al público actual con Don Giovanni? Probablemente la respuesta es que no. Más bien, la sensación general fue de distanciamiento ante un planteamiento con tantas capas de lectura que acaba convirtiéndose en un rompecabezas absurdo. No obstante, escarbando en la propuesta de Icke se perciben hallazgos de gran profundidad psicológica y calado simbólico.
Es difícil resumir lo visto en escena, pero tratando de sintetizar, la propuesta de Icke parte de dos frases emblemáticas del libreto de Da Ponte. La primera es la pregunta lanzada por Leporello a su amo tras el asesinato del Commendatore: “Chi è morto, voi o il vecchio?”. A este diálogo absurdo, tradicionalmente cómico, Icke le otorga un peso distinto a través de unos recitativi lentos y cargados de larguísimas pausas. A partir de ese diálogo surgen dos de los pilares dramatúrgicos de la lectura del inglés. Por un lado, la identificación de Don Giovanni con la figura del Commendatore cual Doppelgänger, ambigüedad con la que juega ya desde antes de que se alce el telón. Por otro (segunda ambigüedad), la duda de si es el mismo Don Giovanni quien ha sido herido de muerte en el duelo y, por tanto, toda la narración posterior es la de un hombre delirante.
La segunda frase capital para Icke se encuentra en la célebre “Madamina”. En ella, Leporello relata las preferencias sexuales de su señor y pone especial énfasis en su gusto por “la piccina”, literalmente “la niña pequeña” o “la niñita”, concepto que el criado repite hasta en doce ocasiones consecutivas. Icke se agarra a esa insistencia para introducir la idea de pedofilia e, incluso, de incesto. Si Don Giovanni y el Commendatore son el mismo hombre, ¿quién ha violado entonces a Donna Anna? Son, sin duda, ideas de partida potentes, pero otra cosa es la traslación a escena de estas. Hay aciertos, sin duda, especialmente en el primer acto, pero a medida que avanza, la narración se vuelve críptica y tediosa, redundante en la imagen de un Don Giovanni moribundo, cubierto de sangre y permanentemente agarrado a un gotero. La sensación es que hasta el propio Robert Icke se ha perdido en sus propias elucubraciones y nosotros con él.
Al rescate llegó una majestuosa Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks dirigida por un brillante Simon Rattle. Siempre ha sorprendido, al menos personalmente, el escaso acercamiento, a lo largo de su carrera, del director inglés a las óperas de Mozart. Sobre todo, porque cuando lo ha hecho se ha mostrado como uno de los especialistas más certeros y brillantes en este repertorio. Esta significaba tan solo su tercera tentativa con Don Giovanni. La primera fue en sus primeros años en el Festival de Glyndebourne y la segunda en versión de concierto cuando era titular de la Orquesta de Birmingham. Su dirección en esta ocasión ha puesto de manifiesto, a parte de la indiscutible y reconocida excelencia técnica, la absoluta madurez del director de Liverpool. Rattle parece haber filtrado todas las tendencias interpretativas del último siglo en cuanto a Mozart se refiere, para ofrecer una versión en la que se pueden encontrar ecos de todas, pero unificadas por una lectura propia y contundente. Desde Böhm hasta Harnoncourt, de Krips a Abbado o Harding (Obertura a 2), todo ese legado se puede percibir en la intensa, profunda dirección del Maestro inglés. Los tempi equilibrados, ni exageradamente rápidos ni pesantes -otra cosa son los lentísimos recitativi, por obra y gracia de Icke- convirtieron los números de conjunto en verdadera orfebrería, especialmente un Finale Primo de pasmosa precisión. Pero si algo hay que destacar en la lectura de Rattle fue la dirección de las arias del segundo acto, especialmente extraordinaria, incluso reveladora, en “Non mi dir”, “Mi tradì” e “Il mio tesoro”, expuestas con una fuerza expresiva cercana al incipiente romanticismo. La fabulosa orquesta alemana rugió y susurró cada una de ellas con un sonido suntuoso, empastado y colorido, plegándose en cada momento al mínimo gesto del director.
Entre el desvarío de Icke y la lucidez de Rattle cabe situar un cast que se entregó absolutamente a la intrincada visión del dramaturgo, pero que solo logró un aprobado general en el apartado vocal. Andrè Schuen, quizás lastrado por la producción, fue un Don Giovanni un tanto gris teniendo en cuenta las grandes expectativas. Se pudo apreciar su bello y aterciopelado timbre, así como su impecable línea de canto, pero la voz pareció escasa de proyección en un teatro de dimensiones asequibles y se apreció cierto cansancio en la escena final. Hay que tener en cuenta que se trata del primer Don Giovanni de un cantante que lo tiene todo para el personaje, así que habrá que ver la evolución de ambos. Pese a ello, fue lo más notable del cast junto a la Donna Anna de Golda Schultz, en ningún caso sobrada de medios, pero que supo delinear un personaje roto y obsesivo en contraste con la Donna Elvira de Magdalena Kožená. La mezzosoprano checa planteó una “sposa di Don Giovanni” de acentos histéricos que se tradujeron demasiado a menudo en sonidos más bien duros y destemplados.
Leporello es el personaje más desdibujado de esta producción. Al principio parece una especie de demiurgo, pero a medida que avanza la obra uno no sabe qué pinta ahí en medio. Tampoco pareció saberlo Krzysztof Bączyk, cantante surgido de la escuela del Festival que mostró una desigualdad de colores y un estilo mozartiano en los recitativos difícilmente descriptibles. La Zerlina de Madison Nonoa se caracterizó más por la vivacidad escénica que por un instrumento limitado en cuanto a volumen, pero sus números junto al correcto Masetto de Paweł Horodyski tuvieron especial jugo. Lo peor en el aspecto vocal llegó de la mano del limitadísimo, por volumen y condiciones, Don Ottavio de Amitai Pati y del desgastado Clive Bayley como Commendatore.
Fotos: © Monika Rittershaus