Algo de punk para Beethoven
28/07/2018. Londres. BBC Proms, Royal Albert Hall. Beethoven, Sinfonías Segunda y Quinta. MusicAeterna. Director, Teodor Currentzis.
Andares de modelo, camisa de poeta romántico, pantalones pitillo y un ligero aire desvergonzado en los cordones rojos de las botas. Y justo antes de comenzar, un beso de fresca complicidad a la concertino. La salida a escena del director ya nos podía dar una idea de lo que iba a venir después. Teodor Currentzis y su formación estaban preparados para sorprender en su debut en los Proms. En una entrevista previa al concierto había declarado desear “no haber escuchado nunca a Beethoven para así poder descubrirlo ahora”. Este es precisamente el espíritu con que lo hicieron, revelando al público un Beethoven muy diferente a cualquier otro que haya escuchado antes. Si cada interpretación es un mundo, la suya exploró terrenos ignotos.
El corazón del programa fue una Quinta interpretada con energía punzante. No se trata de volumen, esta es una batalla perdida contra la acústica e inmensidad del Royal Albert Hall, cuyos 5.500 asientos se habían vendido rápidamente días ante des concierto. Tampoco (solamente) de tiempos rápidos, que es verdad que los hubo, pero sin las vivezas extremas que le hemos escuchado en otras ocasiones. El secreto estuvo en una interpretación que combinaba fluidez con acentos violentos y que, cargada de regalos sorpresa, discurrió entre lo insolente y la caricia.
La heterodoxia de su interpretación y el estilo casual de los Proms se dieron la mano en esos apropiados aplausos que ocurrieron tras cada movimiento, que tanto debate ha suscitado en los medios británicos y que ya hemos comentado en nuestra revista. Tocando de pie y danzando deliciosamente las partes bailables de la partitura, los músicos de MusicAeterna dieron cuenta de la calidad que les ha hecho célebres. La cristalina transparencia de las orquesta -cómo se consigue esto en un espacio físico tan hostil es todavía una incógnita- mostró los colores característicos de sus instrumentos de época tocados sin vibrato. Pero si en otras orquestas historicistas esta es la principal atracción, aquí es tan solo un evocador elemento más para construir intrigante narrativa musical.
En todo caso, los solistas tuvieron oportunidad de lucirse. Destacó la hipnótica emotividad del fraseo del oboe, con unas exageradas pausas dramáticas. Y en el movimiento final entró otro de los asombros de la noche: el sonido dominante del contrabajo, que no recordaba haber escuchado nunca con tal presencia, como un persistente moscardón que agitaba alborotado hasta una coda final que certificó que habíamos asistido a una experiencia única en novedad y calidad.
La duda ante todos estos fascinantes momentos es si se trata de fundadas conclusiones tras un estudio informado de la partitura, o tan solo golpes de efecto de la cosecha de un director provocador. La prueba del nueve consiste entonces en mirarse el estado emocional y concluir que la cosa funciona y que además proporciona una necesaria alternativa en la enésima escucha de la obra más interpretada del repertorio.
El bis de la noche no fue una anécdota. Currentzis pisó el acelerador, en ocasiones pateando el suelo con una actitud propia de Johnny Rotten o Sid Vicious, y en otras retirándose y contemplando como su orquesta interpretaba sola mientras el público no podía evitar moverse en la “apoteosis de la danza”. Comunión y energía disparada para el gran subidón final. Él sabe que los bises están precisamente para eso, para que el público abandone la sala con el espíritu cabalgando en las alturas.