Las luces y las sombras
Romeo Castellucci dirige La flauta mágica en la Monnaie de Bruselas
Bruselas. 21/09//2018. La Monnaie. Mozart: Die Zauberflöte. Georg Nigl, Gabor Bretz, Sabine Devieilhe, Ed Lyon, Sophie Karthäuser, Dietrich Henschel, Elena Galitskaya y otros. Dir. de escena: Romeo Castellucci. Dir. musical: Antonello Manacorda.
La flauta mágica es una de esas obras asaltadas y maltratadas hasta la saciedad, unas veces convertida en una inverosímil comedia de aires infantiles, como si fuese un inocente cuento de hadas; y en otras ocasiones en manos de discursos pseudofilosóficos, de insoportable retórica. Lo cierto es que es una obra complejísima, cuya genial música esconde un sinfín de ecos, conexiones y mensajes ocultos. Cuando el teatro de La Monnaie en Bruselas anunció que Romeo Castellucci iba a estar al frente de esta nueva producción que nos ocupa, parecía claro ya de antemano que íbamos a asistir a un espectáculo sin parangón, una Flauta como ninguna otra. Y así ha sido: el espectáculo es un desfile, inesperado de principio a fin, de ideas geniales y sorprendentes. La misma perplejidad que el oyente tiene a menudo ante Kirill Petrenko, cuando en sus manos escucha como nueva una partitura ya de sobra conocida; eso mismo ha sucedido con esta Zauberflöte, que es ya un hito en la dramaturgia de este título, sin la menor duda.
La propuesta de Castellucci tiene dos mitades bien diferenciadas. La primera podría decirse que traduce el mundo de las ideas, siendo una presentación premeditada y forzadamente ideal, casi platónica, de un blanco restallante en la escenografía, de aires barrocos, con coreografías complejas y pluscuamperfectas, como si hubieran sido programadas siguiendo un algoritmo. La pureza y perfección son tales que resultan sospechosas, nada inocentes. En un determinado momento, de resonancias orgiásticas, la escena cortesana recuerda a algunos fotogramas de Eyes Wide Shut de Kubrick. Todos los personajes masculinos se sostienen con una misma e idéntica caracterización. Y todos intervienen con un doble en escena, generando una sensación de espejo permanente durante toda esta mitad de la representación.
Pero ese mundo no existe, no es real la utopía que persigue; ni siquiera sus valores se sostienen en la cruda realidad, donde las heridas y las cicatrices son la única marca que lo determina todo. De la luz pasamos al a noche. Nos sumerge así Castellucci en la segunda mitad de la propuesta, contando con dos grupos de personas que cuentan sus experiencias vitales de viva voz, en primera persona: cinco mujeres con ceguera total o parcial, ya fuera de nacimiento o adquirida a posteriori; y cinco hombres con visibles cicatrices y malformaciones en su cuerpo, consecuencia de severos accidentes y quemaduras. El mensaje parece claro: la vida es de una crudeza tal que determinados ideales no se sostienen. La luz solo se atisba entre las tinieblas.
Romeo Castellucci suprime los recitativos durante toda la representación. Eso otorga a la primera mitad de la velada una evidente agilidad, como si todo tuviera una precipitación imparable hacia un climax final, justo antes de la pausa. En cambio, para la segunda mitad, junto los testimonios de esas diez personas, se introducen unos textos de la dramaturga Claudia Castellucci, hermana a la sazón del director de escena. Con esta intervención Die Zauberflöte cobra un renovado interés, una actualidad inusitada. Toda la segunda mitad del espectáculo tiene una fuerza emocional impactante. Es imposible salir indiferente del teatro. En suma, La flauta mágica como jamás la habíamos visto, ni siquiera soñado o imaginado. Un espectáculo imprescindible, comandado por Romeo Castellucci y con Piersandra di Matteo y Antonio Cuenca Ruiz como dramaturgos. La función de hoy se retransmite en director por arte.tv
Interesante y equilibrado el reparto reunido para la ocasión. Sorprendió por su inaudita vis cómica el Papageno de Georg Nigl. Convenció por su rotundidad el Sarastro de Gabor Bretz. Despuntó por su elegancia e infalible técnica la Reina de la Noche de Sabine Devieilhe. Entonado y seguro resultó el Tamino de Ed Lyon; y un tanto inane y pálida, en cambio, la Pamina de Sophie Karthäuser. Un placer escuchar de nuevo a Dietrich Henschel, aquí en la parte del Orador. Y resuelta, desenvuelta lo mismo en lo vocal que en lo escénico, la Papagena de Elena Galitskaya. La labor de Antonello Manacorda en el foso fue notable, con un discurso fluido, muy pegado al particular dinamismo que Castellucci dispone en escena. La orquesta de La Monnaie no es virtuosa pero sí sonó cumplidora.