bartoli decca

Acontecimienta

Madrid 22/10/18. Auditorio Nacional. Fundación Scherzo. Rossini: La Cenerentola. Cecilia Bartoli (Cenerentola). Edgardo Rocha (Ramiro). Carlos Chausson (Magnífico). Alessandro Corbelli (Dandini). Martina Jankova (Clorinda). Rosa Bove (Tisbe). José Coca (Alidoro). Claudia Blersh, dirección de escena. Les Musiciens du Prince – Monaco. Coro masculino de la Ópera de Montecarlo. Gianluca Capuano, dirección.

Nunca había cantado Cecilia Bartoli una ópera en Madrid. “Tuvo la culpa el dinero” que escribiera Alberti… y el tamaño de nuestros escenarios. Ahora, treinta años después y con dinero de por medio (Monte Carlo y una prestigiosa firma de relojes), se ha obrado el milagro y la caravana Bartoli ha recalado en la ciudad para una versión semi-escenificada de La Cenerentola, de Rossini. Los hados no parecían estar de su lado: un móvil en bancos de coro que estuvo sonando durante toda la obertura, pasando de mano en mano y sin poder apagarlo hasta que una ujier lo sacó de la sala; un foquista que no entendió que no podía estar hablando cuando le viniese en gana o unos sobretítulos que iba y venían, parándose y acelerándose, hicieron peligrar la noche… pero Bartoli es mucha Bartoli… y ella ahora mismo lo puede todo.

Les Musiciens du Prince son una formación jovencísima, nueva invención de Bartoli en colaboración con la Ópera de Montecarlo que, en manos de Gianluca Capuano, que está por ver si se aviene a ser uno de los nuevos referentes en interpretación historicista, cumple con solvencia sus funciones, aunque en ocasiones se evidenciara que han de terminar de encontrar su propia horma. Son ellos quienes han acompañado al tenor Javier Camarena en su reciente disco para DECCA, dedicado a Manuel García y con producción de la propia Bartoli, siendo su primer violín Andrés Gabetta, hermano a su vez de la conocida violonchelista Sol Gabetta, con quien la cantante también ha grabado su último disco. Todo queda en casa. Cecilia es una agente inteligentísima y muy necesaria en la clásica. Un animal de escena y de los despachos. Nada se le escapa. Nada. Toda una “acontecimienta” en sí misma.

En cuanto a la Angelina protagonista, a Cecilia Bartoli le falta el abandono y la morbidez de otras grandes Cenerentolas, Teresa Berganza por encima de todas. Pienso ahora en la conexión de la voz de esta última con las maderas modernas, de empaste excepcional. Los  medios historicistas se adaptan mucho mejor a la mezzosoprano romana, de formas más directas, concisas y poseedora de esas conocidas agilidades suyas; rápidas, guturales, cuasi-atropelladas. Preciosos fuegos artificiales aunque sean de un solo color. Ella es consciente de que su voz ya no es la que era, pero tampoco ha dejado de ser, ni mucho menos, todo lo que era. A su canto se le suma su siempre extraordinario sentido del teatro y el personaje que interpreta no se resiente ni lo más mínimo.

A su lado, el extraordinario, sensacional e impertérrito Don Magnífico del zaragozano Carlos Chausson. ¡Qué escuela! ¡Qué medios! ¡Qué voz! Un deleite para cualquiera. Sólo con salir a escena se evidencia que sus formas y medios son muy superiores a todo lo demás. Una interpretación redonda y totalmente disfrutable en cualquiera de sus facetas. Un señor de ópera al que hay que aplaudirle hasta los andares. Junto a él barítono Alessandro Corbelli, quien ya grabara el papel de Dandini con Bartoli y Chailly en los noventa. El italiano conserva todas sus tablas, muy del corte de Chausson, aunque sus medios ya estén más limitados en cuanto a fiato. Por su parte, Edgardo Rocha como Ramiro mostró un timbre muy grato, homogéneo y rossiniano, aunque los momentos de agilidad hubiesen requerido mayor suficiencia en este siempre complicado rol.

Con la adecuada intervención de Rosa Bove como Tisbe, Martina Jankova como Clorinda y José Coca como Alidoro, se redondeó un reparto que difuminó cualquier prejuicio a bolo que pudiera recaer sobre la noche y, sumado a una dirección escénica de Claudia Bersch muy acertada, efectos de luz incluidos, se ofreció una noche de ópera de primer orden. De hecho, el éxito ya era tal al llegar el intermedio que mucha gente, creyendo que eran los saludos finales, no volvió en la segunda parte. A veces no sabemos ni a qué estamos aplaudiendo.

Foto: DECCA.