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Escuchar los silencios

27/10/2018. Oviedo, Auditorio Príncipe Felipe. Recital de Gregory Kunde y Chiara Isotton. Obras de Verdi, Puccini, Leoncavallo y Sorozábal. Gregory Kunde, tenor. Chiara Isotton, soprano. Orquesta Oviedo Filarmonía. Christopher Franklin, director de orquesta.

“People talking without speaking, People hearing without listening”. Así describen el silencio Simon and Garfunkel en su famosísima canción. Pero ¿realmente suena a algo el silencio? Ahora que la simplicidad es virtud y la inmediatez casi obligación; ahora que nuestros pensamientos están cada vez más sesgados por el feed de nuestras redes sociales e Internet se revela como la frontera de nuestro conocimiento, cada vez nos cuesta más detenernos a escuchar cualquier cosa, más aún el silencio. Pues ¿para qué mantener la atención más de un segundo si no suena nada? Mucho mejor será pulsar el botón de siguiente en nuestro reproductor y, como dice la letra, seguir oyendo sin escuchar. Ahora bien, cuando hablamos de música en directo no disponemos de tal botón y, sin él, Gregory Kunde supo adueñarse magistralmente de todo lo emitido en el Auditorio de Oviedo. De los sonidos, sí; pero, sobre todo, de los silencios.

Cómo logró poner en vilo a todo un Auditorio tras cantar apenas unas pocas frases es un misterio, pero lo cierto es que pocas veces he visto un público tan callado mientras espera la próxima nota de un cantante. Tal cosa sucedió con la primera aparición de Kunde sobre el escenario, que se produjo tras una vibrante e inquieta interpretación de la obertura de “La Forza del Destino”. Entonces, ayudado por la música de Verdi, el recital comenzaría a ganar fuerza y tensión, ayudando a entrar en calor al público ovetense que se olvidó rápidamente de las frías temperaturas que le aguardaban fuera del edificio.

Con todo, lo cierto es que resulta francamente difícil, habiendo ocupado la quinta fila del patio de butacas, describir la voz de Kunde sin apasionamiento. No obstante, de él podríamos decir que es, en suma, un tenor superlativo, de bellísimos armónicos en el registro medio y agudo el cual, dicho sea de paso, expone con una proyección más propia de un extraterrestre que de un hombre de su edad y circunstancias. En toda su entrega solo flaquea, y por comparación con lo demás, la robustez de su instrumento en el registro más bajo que, si bien mantiene tintes correctos, evidencia la necesidad de un esfuerzo extra en el apoyo para elevarlo a la media de su nivel vocal.

Así, mientas uno se entretenía pensando en todo esto, llegó pronto la segunda aria de la noche, una “Donna non vidi mai” genialmente interpretada con la que hizo vibrar a todo el auditorio mostrando la obnubilación de ese Des Grieux que clama “Manon Lescaut mi chiamo” sin saber aún que esa mujer como nunca ha visto será quien le arrastre a la perdición.

Ante la cancelación de Tatiana Lisnic debido a una repentina afección vírica, tuvimos la oportunidad de descubrir el talento de Chiara Isotton, quien lució una contundente voz de soprano lírico-spinto capaz de brillar con luz propia junto a un Kunde fulgurante. Así lo demostró con su seguridad en la primera intervención: “In quelle trine morbide” y su profesionalidad en “Qual Fiamma avrà nel guardo… Stridono lassù” de Pagliacci que interpretó partitura en mano para adaptarse al cambio de última hora coronándola, además, con un desgarrador canto spianato materializado en un agudo lacerante que inundó de verismo el patio de butacas. Mención aparte mereció su brillante versión de “Vissi d’ arte”, interpretada como propina, y con la que vino a demostrar lo bien que parece ajustarse el papel de Floria Tosca a su vocalidad actual. No en vano lo interpretará en la Fenice durante agosto del próximo año. Gran movimiento, por tanto, el de contar súbitamente con Isotton para este recital que, de no haber gozado de un partenaire de la solvencia mostrada por la italiana, nos habría privado de momentos como el dúo “Già nella notte densa”, que brilló por un magistral empaste entre las voces de ambos protagonistas precedido por una inspirada intervención de Gabriel Ureña como primer violonchelo de la Orquesta Oviedo Filarmonía.

Sobre la agrupación ovetense, debemos decir que realizó un trabajo efectivo acompañando a ambos artistas, mostrando su vertiente más apasionada gracias a la dirección de Christopher Franklin, quien llevó la batuta con gesto enérgico y predilección por abandonarse a intensidades sonoras acordes con el dramatismo del momento. Lujo que, por otro lado, pudo permitirse sin problemas gracias a la extraordinaria proyección vocal de ambos cantantes, quienes en ningún momento resultaron sobrepasados por la orquesta que tenían tras de sí. Bien es cierto que se llegó a echar en falta algo de delicadeza en el dúo "O soave fanciulla” que cierra el primer acto de La Bohème y, en cuyo caso, la versión de Franklin nos resultó demasiado despojada de esa ternura inherente a dos amantes que no pueden dejar de mirarse, tan embobados, apenas unos minutos después de conocerse.

Con todo, la traca final del recital llegaría, como no podía ser de otra forma, de la mano de Kunde, quién hilvanó sin despeinarse el aria “Dio, mi potevi” ofrecido como cierre del programa con un deslumbrante “Nessun dorma” que, directamente, nos transportó a otra época y nos hizo alejarnos de esa peligrosa asociación entre Puccini y el mundo de los Talent Shows, labrada a base de machaconas versiones perpetradas en busca de la lágrima fácil. Por último, y tras esa intervención de Isotton como Tosca a la que ya me he referido, Kunde cerró el recital con una increíble interpretación de la romanza “No puede ser”, cantada con una entrega majestuosa y coronada por un si natural no escrito que, al más puro estilo Alfredo Kraus, mereció el aplauso en pie de todo el auditorio.

Foto: Laura Caraduje.