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Un mismo sentir

Madrid 14/11/18. Auditorio Nacional. La Filarmónica. Sonatas de Mozart. Maria João Pires, piano. Lilit Grigoryan, piano.

A menudo parece sencillo, pero desde luego no lo es. Al menos no es tan habitual como podemos llegar a pensar. La comunión entre dos personas, dos artistas, dos músicos... la conexión complenta, el sentir al unísono, caminar a través de un sólo camino, respetándote a ti mismo, pero sintiendo también a través de quien tienes al lado, en realidad, no se da tantas veces como pretendemos, sobre todo entre intérpretes solistas. Así pudimos apreciarlo en el mismo Auditorio el día anterior, con Gustavo Gimeno y la violinista Vilde Frang en un Concierto para violín de Beethoven totalmente desalmado y, si me apuran muy poco ensamblado. También hace no tanto, en un concierto de la Nacional, con el primer violín sentado a la misma altura que el pianista solista ante la incapacidad comunicativa entre esta último y Jesús López-Cobos.

También es que hay formas y formas de sentir. Quiero decir, sin desmerecer a nadie, la forma de sentir la vida, el mundo, el arte de Maria João Pires, nadie podrá negarme que es única. Dos frases que he tenido la oportunidad de esuchar últimamente me vienen a ella de forma inmediata: Mejor ser que estar y que el piano, además de con los dedos, se toca con la biografía. La biografía se logra con el tiempo... y no. ¡Qué pocas biografías tocan hoy día un piano! La de Maria y su forma de ver las cosas ha sido una de las mejores y mayores experiencias que la vida me ha dado; tal y como publiqué hace unos meses en Platea, en forma de entrevista. Quien escribe cambia cada día y sus palabras me han guiado en mi propio camino, no voy a negarlo. "Hasta ahora atesoraba tu música, pero a partir de hoy lo que siempre voy a recordar son tus palabras", tuve oportunidad de decirle... ¡pero cómo no rendirse también ante las manos de María!

Todo unido, ha dado lugar a una de las facetas más activas de Pires, el cuidado de las nuevas generaciones. No sólo formándolas musicalmente, sino alimentándolas de la filosofía que le da vida, de todo aquello que hay detrás de la música y de lo que ha de significar subirse a un escenario, nutriéndoles de valores. De hecho, ha renunciado ya a los grandes conciertos con orquesta y a los grandes escenarios, pero no a las citas especiales, sociales, más humanas, junto a sus pupilos. Lilit Grigoryan es seguramente uno de los mejores exponentes de todo esto. Tocan juntas a cuatro manos uno de los compositores pilares de la carrera de María: Mozart, y bien parciera que una sola persona fuese la que estuviese sentada frente al piano, en un mismo sentir. La comunión entre ambas es, a fuerza de ser increíblemente sencilla, apabullantemente perfecta. El concierto abrió con la primera sonata a cuatro manos de Mozart (K.19d), cuando este tenía tan sólo 9 años de edad. Coqueta, juguetona, ya una obra a merecer atenciones, Pires y Grigorya la dibujaron recogiendo el guante del estilo galante, llevado a su culminación en la última de las sonatas a cuatro que Mozart compuso (K.521), pocos años antes de su muerte, y con la que concluyeron el concierto. La simbiosis fue magistral, con todo el discurso comunicativo requerido entre ambos intérpretes llevado a un grado supremo de natural narrativa.

Entre medias, cada una de ellas interpretó una sonata a solo mientras la otra observaba sin abandonar el escenario. Pires se decantó por la K.333, siempre en una mirada clarividente, resolutiva y puntillosa; Grigoryan por la más madura K.576. Su mostrado sentido dramático y su resolución del contrapunto, en un Mozart sentido y honesto, provocan una inmediata curiosidad por escuchar su Chopin, su Schumann o incluso su Rachmaninov. Bien podría La Filarmónica regalarnos una noche donde ella sea la protagonista.

Foto: DR.