Nuevo enfoque para una zarzuela
23/11/2018. Pamplona. Teatro Gayarre. Jacinto Guerrero: Los gavilanes. María Rodríguez (Adriana, soprano), César San Martín (Juan, barítono), Sofía Esparza (Rosaura, soprano), Alejandro del Cerro (Gustavo, tenor), Ángel Piñero (Triquet, tenor), Estrella Blanco (actriz/), Germán Scasso (Clariván, tenor), Beatriz de Urbina (Renata, mezzosoprano) y otros. Coro de la Asociación Gayarre Amigos de la Ópera (AGAO) Dirección del coro Iñigo Casalí. Orquesta Ciudad de Pamplona. Dirección de escena: Francisco Matilla. Dirección musical: José Antonio Irastorza.
Las muchas funciones zarzueleras que podemos ver por estos lares suelen tener en común la simplicidad escénica; también suele ser moneda habitual la relativa modestia interpretativa. A estos dos factores artísticos podrían añadirse otros de carácter sociológico como la importante presencia de público femenino y de edad ya considerable así como aquellos relativos al comportamiento del mismo, siendo amigos del tarareo y enemigos del silencio.
Pues bien, en la función que nos ocupa los últimos factores se cumplieron a rajatabla, como no podía esperarse de otra forma, mientras que las partes escénica y musical tuvieron ciertas características que hacen de esta función algo singular. Vayamos, pues por partes.
En lo que a la parte escénica, responsabilidad de Francisco Matilla, la propuesta es singular porque hace apología del vacío escénico: un sillón utilizado en el tercer acto es el único atrezzo utilizado mientras que el coro asiste al desarrollo de la función situado en dos líneas a ambos lados del escenario, estático y con un único movimiento escénico: ponerse en pié y volverse a sentarse.
El fondo del escenario es una gran pantalla donde se juega con verdes (prados y bosques) y azules (cielo y mar) hasta el final, donde aparecen distintos grises. Así pues, con la pantalla de fondo y el coro marcando los laterales, en el centro se desarrolla la acción dramática. Y aquí reside la segunda novedad.
La interpretación de Los gavilanes, como la de tantas zarzuelas, ha vivido –o sufrido, depende de cómo se quiera entender- una evolución desde su estreno el 7 de julio de 1923 y en el caso que nos ocupa la obra ha caminado hasta convertirse en una pieza tragicómica donde a las andanzas amorosas acaecidas entre los cuatro protagonistas se une la historia paralela cómica que adquiere, al menos, tanta importancia como la primera.
Pues bien, Francisco Mantilla ha considerado que Los gavilanes es una zarzuela verista, atemporal y sin localización geográfica precisa que facilita la no adscripción de la música a un marco –y por lo tanto, a un folklore- concreto. Y Mantilla apuesta por el drama y centra toda nuestra atención sobre ello aunque la inevitable consecuencia sea la eliminación –la castración, si se me permite- de muchos de los diálogos bien originales bien añadidos por la tradición. Un servidor no puede sino aplaudir la decisión pues la concentración del espectador en el drama es más evidente.
En el aspecto musical las voces tuvieron un nivel notable, destacando las buenas intenciones canoras del cántabro Alejandro del Cerro, creando un Gustavo jovial, impulsivo y más poeta que otra cosa. Su versión de Flor roja fue un compendio de gusto por el canto, apostando más por el matiz que por la exhibición de voz grande, de la que es dueño. Otra voz de buen nivel fue la de la soprano navarra Sofía Esparza, más contenida que otras veces y construyendo una Rosaura con personalidad.
El indiano fue interpretado por el barítono madrileño César San Martín un Juan actoralmente mejor en el aspecto enamoradizo más que en el de hombre enfadado e intransigente. Vocalmente cantó con mucho gusto y sobre todo sus intervenciones del acto I fueron cantadas con exquisito fraseo, como el caso de Mi aldea. María Rodríguez ha sido capaz de crear una Adriana desgarradora, llena de ímpetu; la pena es que vocalmente se peleó con la afinación durante toda la función, con ataques dubitativos y que al ser dueña de una voz grande costaba extenderla en toda su amplitud.
Tanto los papeles cómicos como los secundarios quedaron sustancialmente reducidos por la apuesta escénica aunque conviene resaltar el buen hacer de todos ellos, especialmente el Clariván de Germán Scasso. Todos los cantantes y actrices fueron elementos importantes para encauzar esta función hacia la estación del éxito.
El veterano José Antonio Irastorza apostó por el lirismo de la obra, con tempi adecuados a cada uno de los distintos momentos; supo sacar a los distintos intervinientes de los pequeños atolladeros en los que se encontraron y demostró, una vez más, sus facultades para sacar adelante estas funciones en las que presuponemos pocos ensayos. El Coro, estático durante las casi dos horas de función en pleno escenario, pecó de timidez en alguna de las entradas pero en general enseñó un color y volumen adecuados.
Una zarzuela desprovista de humor parece otra cosa. Quizás alguna parte del público quedó desencantada por la apuesta de la AGAO pero también estamos quienes hemos agradecido la apuesta por la música y la voz.