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Amor de padre

Berlín. 11/12/2018. Philharmonie. Obras de Brahms (Sinfonías no. 1 y no. 2). Staatskapelle Berlín. Dir. musical: Daniel Barenboim.

Daniel Barenboim está verdadera y visiblemente orgulloso de su Staatskapelle de Berlín. Concluido el concierto, en los saludos finales, remitía la ovación a los atriles, quedando en un segundo plano, incluido en la estampa como uno más junto a sus músicos. Ciertamente no es para menos, pues la orquesta berlinesa de la que Barenboim es titular desde hace más de un cuarto de siglo es lo más parecido a un hijo que el maestro de orígenes argentinos puede hoy reconocer. Ya sea en el foso de la Staatsoper Unter den Linden, ya sea sobre las tablas de la berilnesa Philharmonie, cada actuación de Barenboim junto a sus músicos se convierte en una genuina celebración de la excelencia. Juntos han logrado forjar un sonido propio, que dista por color y textura del que cultiva la otra gran formación local, la Filarmónica de Berlín. La Staatskapelle, así, ofrece un color más oscuro y menos brillante, ciertamente ideal para interpretar un repertorio como el de esta velada, con las dos primeras sinfonías de Brahms en el programa.

Hace apenas unas semanas salió al mercado, de hecho, una grabación de las cuatro sinfonías de Brahms a cargo de Daniel Barenboim y su Staatskapelle, bajo el sello de Deutsche Grammophon. Estos conciertos berlineses, pues, junto a otros dos previstos en enero, suponen la presentación en vivo y para el público local de estas aplaudidas lecturas del corpus sinfónico brahmsiano. Barenboim siempre ha sabido manejar de manera excelente la presencia del sonido en el espacio, conjugando su natural teatralidad con la hondura analítica de sus lecturas, creciente con el paso del tiempo. Este Brahms, pues, tiene un poso sobresaliente, pero se antoja reluctante a cualquier fingimiento intelectual. No juega Barenboim a metafísicas de baratillo; su Brahms pisa un suelo firme, arrebatado por pasiones tan cotidianas como universales.

El concierto arrancó con suma decisión, contundente, casi enfervurecido Barenboim en su lectura de la Primera sinfonía de Brahms. Un sonido fulgarante tomaba ya por el pecho a la audiencia y no la soltaría hasta terminar la primera mitad, conteniendo el aliento, como en vilo. Barenboim condujo de manera admirable esta partitura; encendido y por momentos casi incendiado; el estimulante fraseo de amplio aliento con que espoleaba a sus músicos redondeó un Brahms de una intensidad apasionante. Barenboim dirigió con denuedo, conocedor al dedillo de la partitura, sin desaprovechar ni un instante, dando cada entrada, comunicándose con cada sección, sin el más mínimo automatismo. La Staatskapelle respondía como un solo hombre, con un sonido pleno, compacto e intenso. 

La Primera sinfonía concluyó entre extraordinarias ovaciones, con un público entregado y admirado ante una lectura tan colosal. La Segunda sinfonía discurrió después al mismo nivel de extraoardinaria ejecución, pero sin igualar en apasionamiento y magía a lo que había sucedido en la primera mitad. Barenboim volvió en todo caso a demostrar su orgullo de padre. Parecía decir, en los saludos: "Esta es mi orquesta y son los mejores".