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Stair(scape)way to Heaven

Madrid. 22/01/18. Auditorio Nacional. Temporada 18-19 Fundación Ibermúsica. Obras de Rueda y Brahms. Orquesta Filarmónica de Hamburgo. Veronika Eberle, violín. Kent Nagano, dirección.

Me recuerdo en el instituto, esa “preciosa” época de revolución hormonal, enamorado hasta las trancas de un amor platónico. Yo, que solía llevar a Pavarotti, Mozart y compañía en el walkman, conocí a una chica que me enseñó el camino de la “mala vida” con gente como Eric Clapton, la Creedence o los Rolling. En realidad cosas que siempre habían sonado en mi casa, pero en ella se oían de otra manera, vayan ustedes a saber por qué… Como en una película más de John Carney, el amor transmutaba a través de la música. Y un día, cuando yo quería bajarme de la vida y mientras llevaba unas semanas enganchado a la Cuarta de Brahms, y esto es verídico, apareció ella con un disco: IV, de Led Zeppelin, y un tema que sonaba una y otra vez en su habitación: Stairway to Heaven. Y que quieren que les diga… fue un latigazo que, junto al barbas de Hamburgo, me hizo venirme arriba… uh, makes me wonder!

El tiempo pasó, la chica desapareció, Brahms siguió en mi camino y Robert Plant y Jimmy Page durmieron el sueño de los justos  hasta que el pasado 22 de enero, Ibermúsica, Nagano y la Filarmónica de Hamburgo estrenaron Stairscape de Jesús Rueda en un programa dedicado íntegramente a la obra de Brahms. La música es el río de las artes con más puentes tendidos, ténganlo por seguro. De hecho, en las últimas semanas, Rueda ha jugado un papel importante en la construcción de dichas pasarelas en la actualidad musical de nuestro país: The Butterfly effect sobre el piano de Schumann con Noelia Rodiles, la unión de sus Interludios a los Preludios de Shostakovich con Mario Prisuelos y ahora este homenaje a Brahms, vienen a confirmar la importancia de un autor contemporáneo que sabe quitarse el sombrero ante los grandes del pasado. Su Stairscape se eleva sobre el cuarto movimiento de la última sinfonía de Brahms, caminando hacia un final en el infinito, del mismo modo que lo hacía aquel solo de Page en su escalera hacia el cielo. ¿Y qué es ese final brahmsiano sino un camino hacia las alturas? Con la intervención de Rueda y su trabajo en las texturas, todo cobra mayor sentido en una espiral ascendente donde late el corazón del compositor alemán.

A continuación, el violín de Veronika Eberle nos recordó otra de las grandes melodías de Brahms, aquella que también podría haber inspirado al catedrático de la composición actual de nuestro país: Antón García Abril, ¿o acaso no les parece maravilloso contrastar la famosa melodía que Brahms crea en el primer movimiento de su Concierto para violín con la música del turolense en Anillos de oro? Sea como fuere, el sonido de la violinista alemana se desplegó preciso, recio en la coda del Allegro, diríase contundente y siempre amplio. Hubiera agradecido mayor comunicación con las maderas en un Adagio estupendamente fraseado y, en cualquier caso, Eberle nos devolvió al Brahms vitalista del dulce recuerdo y la amarga añoranza en aquella república que es el arte, como él mismo decía.

Un concierto donde solista y orquesta se tratan de tú a tú (por eso Sarasate renegó de él), con un Kent Nagano que es muy Nagano y mucho Nagano. Una de esas batutas de la actualidad sinónimo de garantía, por mucho que él se empeñe en que nadie se acuerda de los directores pasado un tiempo. El estadounidense acompañó con mimo a la violinista y erigió una Cuarta sinfonía edificada en unos estrictos planos temporales, de visión clara, como los resultados obtenidos, aunque por ello tal vez menos incisiva y menos generosa en el color, pero sí diáfana, luminosa. Maravillosa su visión sobre la Passacaglia final, Nagano construyó de nuevo esa escalera de un Brahms que, por una vez, nos abre un cielo en vez de un abismo.

“And if you listen very hard
The tune will come to you at last
When all are one and one is all
To be a rock and not to roll”

Foto: Ibermúsica.