Cinecittà
Madrid. 06/02/19. Teatro de la Zarzuela. Gaztambide: El sueño de una noche de verano. Luis Cansino (Juan Sabadete / Falstaff). Raquel Lojendio (Isabella / Reina Isabel). Beatriz Díaz (Olivia). Santiago Ballerini (Guillermo del Moro / Falstaff). Ana Goya (Maruxa), entre otros. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Marco Carniti, dirección de escena. Miguel Ángel Gómez Martínez, dirección musical.
¿Dónde situamos la delgada – o gruesa – línea que separa un clásico de algo que no lo es? No en el tiempo… y es urgente definirlo, porque todo lo que no llegue a superar esa línea, desaparecerá para el común de los mortales. Ocurre con la literatura y con todas las artes en realidad y sucede por múltiples factores cuyo análisis me temo sería demasiado vasto para la empresa que nos ocupa en este momento. Lo que no es actual, lo que no es contemporáneo, si queremos conservarlo generación tras generación, más vale que lo convirtamos rápidamente en clásico. Puede parecer un tanto contradictorio, pero sólo disponemos de unos pocos años para decidir si un autor estará en los futuros programas de los auditorios con asiduidad, o no. En la clásica lo hemos hecho con Shostakovich o Britten, lo estamos haciendo con Ives y Ligeti, pero, por ejemplo, no parece que dentro de poco vayamos a acordarnos de Liebermann, Schuman o Arnold, si es que no nos hemos olvidado ya. Echar un vistazo atrás al friso compositivo supone asomarse a una colección musical de cadáveres olvidados.
En el Teatro de la Zarzuela se han propuesto recuperar una de esas músicas que quedaron atrás, El sueño de una noche de verano, de Joaquín Gaztambide, contando para ello con la labor del desaparecido Gustavo Tambascio, quien llegó a perfilar su idea para la escena antes de fallecer. Una vez más, el trillado recurso de llevar la escena al cine, pero en esta ocasión en un batiburrillo difícil de digerir, en el que se equipara la Italia post Mussolini con la España aún franquista en un error-horror de base, con un director de escena, Marco Carniti, que no tiene problema en igualar su trabajo con “las mejores comedias de Goldoni”. Ahí queda eso. Su labor y el de Raúl Asenjo con la adaptación del texto ha sido la reinterpretación completa del libreto original, que al parecer fue el culpable mayor del ostracismo de esta obra, como el nuevo lo ha sido de su recuperación. Las nuevas líneas no parecen sostenerse por ningún lado, son inverosímiles en muchas ocasiones y el todo acaba por resultar aburrido. Personalmente no tengo miedo a las partes habladas y las recibo con agrado, que para algo estamos en la Zarzuela, pero a modo de ejemplo, tras una larga introducción sobre Franco y Carmen Polo (en unos chistes que la juventud, si es que había alguna en la sala, no creo llegase a comprender), la primera escena presenta a la soprano hablando de Ricardo Corazón de León y Siria. Llegué al descanso sin enterarme de qué estaba viendo. No me creo un extraño a la zarzuela, pero me fui al finalizar con la misma sensación, por más que le puse intención.
Los anacronismos asaltan la escena y el decorado en esta suerte de Caffé Greco, donde se reunían los grandes de las letras y la música, del mismo modo que lo hacen las múltiples referencias cinematográficas y operísticas. No se entiende mucho que el neorrealismo italiano y Orson Welles vayan de la mano. Sí este último con Shakespeare, con el Fasltaff que grabó en España, su Otello, Lear, Macbeth o aquella incursión teatral con Giulio Cesare vestido de Mussolini… sin que inexplicablemente se ahonde en nada de ello. Y ahí está Marcello, siempre en primer plano, y la sombra de Fellini, como la de Antonioni y su Avventura (porque todos sabemos que la esencia del mejor cine se guarda en ese maravilloso final de La Notte) y en cierto modo acabamos creyendo ver a Hitchcock, al ladrón de bicicletas de De Sica o incluso a Olivia de Havilland. Es divertido buscar las referencias e inventarse algunas de ellas que quizá no fueran buscadas, pero en realidad nada coge forma. Nada tiene significado como obra. Ni Orson, ni el neorrealismo, ni Shakespeare… y mucho menos Gaztambide.
La de Gaztambide es una música preciosa, obviamente muy, muy italiana, con mimbres donizettianos y bellinianos que recuerdan incluso a Verdi (también el texto a Berlioz por un momento, en su recién estrenada Damnation de Faust) y en los que, afortunadamente, brillan los artistas que sobre el escenario les dan vida. En una lectura aparentemente rutinaria, sin gracia ni vuelo de Miguel Ángel Gómez Martínez, destacó por encima de todo, Luis Cansino, que lleva hacia delante la obra con increíble saber hacer. No hay pero posible. Exquisitamente bien trabajado en la parte dramática, como acostumbra, divierte en su personaje de Juan Sabadete. Hace reír, se mueve como el solo y se atreve con todo: por su voz pasan Isolde, Turandot, Mina, Puritani, Rigoletto, Don Giovanni, Barbiere… y se muestra excelso en el cantar, tanto en las páginas más cómicas (su página de salida podría haber inspirado perfectamente a la del Caballero de Gracia) como en las más serias. Junto a La casa de Bernarda Alba en este mismo escenario y con La Gioconda del Liceu en breve, el barítono madrileño firmará una temporada, parece que redonda.
Y es que, insisto, si la función sobrevive y se puede disfrutar, es sin duda por sus cantantes. El dúo formado por las sopranos Raquel Lojendio y Beatriz Díaz se antoja estupendo. Lojendio despliega sobre su danza de puntas un canto de lírica plena, terso en el timbre, muy bien secundada por Díaz, clara en el decir. Absolutamente disfrutables. Muy grato timbre también el del tenor Santiago Ballerini como Shakespeare y Guillermo del Moro. Entre el resto del reparto, muy de agradecer todo él, destacar el trabajo, una vez más, de Ana Goya, en esta ocasión como la tabernera Maruxa. Goya es una gran cómica. Alguien que te hace reír sin abrir la boca, tan sólo con un plumero en la mano mientras otros se llevan el protagonismo. Necesitamos a gente como Ana Goya. Si hubiese una compañía de zarzuela, ella tendría que ser una de las primeras en entrar en ella. La zarzuela gana con ella. El escenario gana con ella. El público gana con ella.
Vuelvo a Olivia de Haviland, quien por cierto cumplirá 103 años este verano, para recordar unas palabras suyas, ahora no recuerdo exactamente de cuando, en las que hacía memoria para darse cuenta de lo que ha cambiado el cine con el paso del tiempo: “pero algo no ha cambiado, su capacidad para inspirarnos”. Lo mismo sucede en la música… cambie lo que cambie, que nos siga inspirando, aunque no siempre acertemos con ella.
Foto: Javier del Real.