¡Ay, Federico!
Madrid 11/11/18. Teatro de la Zarzuela. Ortega: La casa de Bernarda Alba. Nancy Fabiola Herrera (Bernarda). Carmen Romeu (Adela). Luis Cansino (Poncia). Julieta Serrano (María Josefa). Berna Perles (Angustias). Carol García (Martirio). Belén Elvira (Magdalena). Marifé Nogales (Amelia). Milagros Martín (Criada). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Ezio Frigerio, escenografía. Franca Squarciapino, vestuario. Bárbara Lluch, dirección de escena. Rubén Fernández Aguirre, piano y codirección. Miquel Ortega, dirección musical.
El arte, el verdadero, aquel que no conoce fronteras de ningún tipo, tiene su razón de ser en tres pilares: se fundamenta en lo social, alcanza cada presente y, por encima de todo, es un acto de comunicación. En una de sus últimas intervenciones públicas, mientras ultimaba La casa de Bernarda Alba, Federico García Lorca estallaba: “Tengo un ansia verdadera de comunicarme con los demás”. El compromiso de Lorca era social, no político. Por eso creó La Barraca y por eso su primer título fue Fuenteovejuna, toda una declaración de intenciones.
Su Bernarda no conoce límites. Ni espaciales, ni temporales, ni formales. Llega a cada presente, me lo contaba la directora de escena Bárbara Lluch en la entrevista en video que hemos realizado a todo el equipo de este montaje: “puede estar pasando ahora, a hombres, a mujeres, a homosexuales…” y se adapta a cualquier forma: ha sufrido delirios pop, sinsentidos en la gran pantalla (Barrachina, ¿¡pero qué has hecho!?) y sus personajes han llegado a convertirse en zombis. Y ahí sigue, incólume, devolviéndonos a su presente y a nuestro presente. Abofeteándonos, haciéndonos ver, haciéndonos sentir.
Lorca es vanguardia en un absorbente remolino de tradición y nuevas formas… drama rural y tragedia clásica. Bernarda es poesía; absoluta y magistral poesía. A veces me pregunto aquello que todos nos preguntamos de un modo u otro: Si su contemporáneo Faulkner, parafraseando a Shakespeare con El ruido y la furia, obnubiló al mundo anglosajón con sus tiempos y su poética-novelada, tan libre, tan desestructurada… qué hubiese sido de Lorca, de todos nosotros si no hubiese caído víctima de la sinrazón y la estupidez. Federico nos habla en su última criatura de libertad. De muchas otras cosas, pero sobre todo de libertad. Del amor y la libertad individual ante el hecho social. De la liberación de la femineidad, de lo femenino y de la mujer. Muchachas abandonadas ante la oscuridad, del silencio ante la tormenta y del castigo que supone nacer mujer, tal y como cuentan sus personajes, atrapados por la represión del hombre, sin que ninguno de ellos aparezca siquiera en escena. Lluch y Ortega coinciden en mostrar a la casa donde todo sucede como un personaje más. El símbolo de la coacción y la moral (o moralina) del hombre y sus costumbres, del hombre y su ley, del hombre y su violencia a través de quienes sufren sus consecuencias.
La música de Miquel Ortega se expresa rica en colores y recursos, contando sólo con una plantilla de 15 músicos, reducción de su primera versión para orquesta sinfónica, que se estrenó en Rumanía. Se eleva en formas straussianas en su lirismo y en sus motivos, con leitmotivs que se entrelazan con cada personaje. Magnífica la tétrica música de Bernarda, uno de los tres temas que le asigna, en realidad. Es una partitura sin duda teatralísima, muy efectiva y aparentemente muy complicada en lo vocal, que acaba por construir una angustiosa, opresiva visión de la casa y las mujeres que en ella habitan. Una lectura fiel, respetuosa con Lorca, que consigue el equilibrio perfecto: disfrutar de Lorca a través de la música de Ortega.
Sustentada en el certero vestuario de la oscarizada Franca Scuarciapino y la escenografía de Ezio Frigerio, que no es ni más ni menos que una escenografía a lo Ezio Frigerio: fidelidad al texto en un amplio espacio, aquí con una monolítica estancia y las gamas de blanco que Lorca imaginaba en sus paredes; la directora de escena Bárbara Lluch realiza un trabajo excepcional. Recomendaría a todo aquel que pudiese, que acudiera dos veces (al menos) a la Zarzuela como yo he hecho: una para escuchar la música, otra desde una fila bien cercana al escenario para recrearse en el gran trabajo de Lluch, erigido y elevado desde lo pequeño, en los detalles, en los gestos. No parece haber nada que se le haya escapado en las relaciones de las hermanas, de estas con su madre y su abuela, de Poncia y la criada… ¡cuánto teatro, pero cuánta ópera hay en ella! Ver el texto a través de la música… ¡y teniendo a Lorca en las manos!
El trabajo de Nancy Fabiola Herrera es maravilloso. El de todas ellas, pero he salido del teatro enamorado (aún más) de Nancy. Su parte es harto complicada y la recrea en lo vocal a gran altura, pero también en lo actoral. Cada expresión de su cara, cada mirada a Poncia, la caída de telón del primer acto…
Junto a ella la Poncia de Luis Cansino, que consigue ser una mujer más y refleja estupendamente la dualidad del personaje, con Bernarda delante, sin Bernarda, como ama de cría, como hermana bastarda… Y con una voz plena y honesta. Carol García está intachable como Martirio, bregando con una prosodia por momentos un tanto enrevesada para su parte, de nuevo muy complicada, pero regalándonos un personaje al que su hacer y su sentir se le escapan de las manos; siempre junto a la también pletórica Adela de Carmen Romeu. Su gesto hacia su abuela desde el piso superior en el primer acto, pequeño, delicado, me ha hecho llorar, dos veces, tres mientras escribo. Lo grande, otra de las genialidades de la Bernarda de Lorca es que cada arquetipo mostrado en una hermana nos está, en realidad, mostrando una parte de todas ellas. Adela pareciera la heroína de este drama rural que es en realidad una tragedia clásica. En ella depositamos la esperanza, la luz en la oscuridad y Romeu refleja todo ello de forma magistral.
Berna Perles como Angustias, Marifé Nogales como Amelia y Belén Elvira como Magdalena, además de la criada de Milagros Martín, redondean un reparto coral que, de nuevo y repito, es magnífico en todas sus facetas. Y como regalo para todos aquellos que amen el teatro, la música, el arte y la vida, la María Josefa de Julieta Serrano, que es, como cada vez que se sube a un escenario, una de las mejores y mayores experiencias que uno puede tener. A Lorca hay que agradecerle su Bernarda del mismo modo que a Julieta hay que agradecerle su Lorca. Espléndida es poco. La importancia del papel de María Josefa es vital, como cada bufón o loco que encontramos en el teatro clásico. Aquellos que dicen siempre las verdades. Ante la inmensidad de Lorca y su María Josefa, su Julieta, como el bufón del Rey Lear, me venía a la cabeza una de sus realidades, aquella que decía algo así como que “no deberíamos envejecer antes de tener juicio”. Ojalá los tiempos pudieran ser infinitos. ¡Ay, Federico, ojalá el tuyo, como el de Bernarda, lo hubiese sido! Ojalá el nuestro lo fuera para poder disfrutarte, sentirte, comprenderte, con todo nuestro juicio.
Foto: Javier del Real.