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OSCURIDAD Y PAN Y QUESILLO

Madrid. 25/02/19. Teatro de la Zarzuela. XXV Ciclo de Lied. Obras de Schubert, Schumann, Mahler y Wagner. Malcolm Martineau, piano. Dorothea Röschmann, soprano.

Segunda de tres noches en el Ciclo de Lied de la Zarzuela y el CNDM con tres grandes nombres femeninos de la lírica actual. Entre el excelente Winterreise de Adrianne Pieczonka y el variado recital que ofrecerá Sarah Connolly en marzo, llegaba el turno de un nombre también y tan bien conocido por todos los amantes de la lírica: Dorothea Röschmann. En programa, una cuidada selección con canciones de Schubert, Mahler, Schumann y Wagner.

Dramatismo lírico insuflado a una voz de poderoso timbre. Y por poderoso quiero decir bello, cautivador, terso, sutil y homogéneo. La Röschmann canta siempre, además, en la búsqueda de la expresividad. Pone para ello no sólo la teatralidad al servicio de su voz, sino que bucea en las capacidades y recursos de la misma, atentísima a las dinámicas posibles y el desarrollo de colores en un timbre siempre irisado, sin sonoridades espurias, de una belleza que podríamos denominar ingenua, jugando siempre sobre tonalidades pastel... llámenme moñas, pero en esta época del año, me venía a recordar a los cerezos en flor… o al pan y quesillo, si lo prefieren, anunciándonos la llegada de la primavera.

Un florecimiento, todo hay que decirlo, cargado de dolor, de sueños y de noche sobre los textos escogidos. Abrieron una selección de los Mignonn-Lieder de Schubert, donde Röschmann marcó a fuego la expresividad comentada, con cierta fragmentación del fraseo, un tanto personal, disfrutable en cualquier caso. A continuación, una de las perlas de la noche: Nachstück, seguido de los Rückert-Lieder de Mahler, donde la alemana desplegó una voz y unas formas inmaculadas. Llamativo el escucharlo a una voz de soprano (y en el orden escogido), pues suele ser cantado por voces más graves, pero que vino a demostrarnos que, si se cantan bien, la tesitura es lo de menos. De canónica homogeneidad cubrió la suya Röschmann, con un sonido siempre terso, redondeado y cubierto, haciendo auténticas maravillas en Ich bin der Welt abhanden gekommen y en Um Mitternacht, la más dramática de estas cinco piezas, que será recordada como uno de los grandes momentos de esta temporada de lied en Madrid.

En la segunda parte aún quedaba espacio para el regocijo, el tétrico y morboso regocijo de los lieder que Schumann dedicara al fatal destino de María Estuardo en Gedichte der Königin Maria Stuart. Canciones sobrias, pero llamativamente emotivas que el compositor escribió hacia el final de su también fatal final y donde Röschmann volvió a desplegar un canto detallista, extraordinariamente bien secundada por Malcolm Martineau al piano. Un pianista que se las sabe, o parece sabérselas, todas. Siempre atento a la soprano, supo no sólo acompañarla, sino también, por qué no, guiarla, en una fraseo orgánico e intuitivo, que pareciera adelantarse a las intenciones de la cantante y siempre con un gran poso de refinamiento y saber hacer que dotan de aún mayor emoción y expresión a lo cantado.

Coronaron la noche los Wesendonck-Lieder de Wagner, de nuevo un ciclo más habitual en voces más graves… y de nuevo la demostración de una gran cantante, de una gran música que sabe no simplemente hacer suyas unas partituras, sino además, a través de su instrumento, regalarlas al público (sublimes Im Treibhaus y Träume) para que tomemos algo de todo ello. ¿Puede haber mayor regalo?

Foto: Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) / Ben Vine.