Oficiando con el sumo sacerdote
Barcelona. 04/03/2019. Palau de la Música Catalana. Schubert: La bella molinera. Matthias Goerne, barítono. Leif Ove Andsnes, piano.
Que Matthias Goerne es uno de los grandes liederistas de la actualidad, y posiblemente de todos los tiempos, es casi una obviedad. Que las canciones de Schubert tienen pocos secretos para él, es indiscutible. Y que, del autor vienés, La bella molinera es la obra en la que el barítono de Weimar se muestra más creativo, original y expresivo, parece cada vez que lo escuchamos, más evidente.
Afirma Goerne que, en comparación con Viaje de invierno, La bella molinera, pese a su componente juvenil, es el más trágico de los ciclos. Winterreise se cierra con la impactante Der Leiermann, pieza en la que el protagonista se encuentra con un ser humano, el único que aparece en todo el ciclo, lo que puede ser interpretado como una señal de esperanza. La de crear o, como diría Mahler, vivir en mis canciones. En cambio, en Die Schöne Müllerin el final es, inevitablemente, la muerte. Nuestro protagonista y sus experiencias son radicales, es el todo o nada. La pasión juvenil, la felicidad del primer enamoramiento, pero también la desesperación y el trágico final.
Ese arco emocional otorga a La bella molinera un carácter muy distinto a la evolución, mucho más introvertida, existencial y en cierto sentido mística, de Winterreise. Un arco que permite a Matthias Goerne una variedad de colores y de emociones que, en su caso, parecen infinitas. Desde el susurro hasta el estallido pasional más visceral, la gama de matices es inmensa. La versión de Goerne está llena, de hecho, está basada, en el contraste. Contrastes expresivos que surgen, siempre, de la comprensión íntima del texto, de su prosodia y de su mensaje.
El barítono alemán se ha presentado esta semana en Barcelona, en el Palau de la Música, junto al pianista Leif Ove Andsnes, para ofrecer, en tres veladas, los tres ciclos de Lieder de Franz Schubert. O, mejor dicho, los dos ciclos (La bella molinera y Viaje de invierno) y la colección póstuma, El canto del cisne. Todo un acontecimiento musical y cultural. Y lo ha hecho en plenísima forma y especialmente motivado. Es admirable ver cómo, tras haber cantado esta obra en infinidad de ocasiones, en la voz del cantante Weimar, cada una de las canciones de La bella molinera parece acabada de descubrir. Una sorpresa permanente. Nada es tópico o se da por sentado en la interpretación de este intérprete. A partir de un Das Wandern inicial que nos puso en camino, con Wohin? ya percibimos que la voz fluía con gran facilidad en todos los registros y que el barítono fraseaba con especial expresividad y con ese sentido rítmico, único, para conjugar los matices del texto con la precisión de la frase musical, como en Halt! Decía Gerald Moore que una de las cualidades más destacadas y menos reconocidas de Dietrich Fischer-Dieskau era su infalible sentido del ritmo. No hay duda que Gerne ha heredado eso de su antecesor y profesor.
A partir de aquí, cada poema de Müller fue desgranado por el barítono con auténtico deleite, con una flexibilidad de tempi incomparable, no sólo en cada una de las canciones sino en cada una de las frases o, incluso, de las palabras. Goerne canta con la voz, pero también con la mirada y, sobretodo, con el cuerpo, que utiliza para moldear el sonido o la frase y para indicar constantes matices al pianista, que tiene la ardua labor de plegarse a la variedad de intenciones, dinámicas y acentos que el solista impone. Leif Ove Andsnes lo hizo con esmero, sin buscar ningún tipo de protagonismo fue un excelente y necesario colaborador, con un sonido bellísimo, articulación impecable y, siempre, reaccionando a lo que el cantante ofrecía. Y eso, con un Goerne en plena efervescencia creativa, tiene su mérito. Podríamos comentar cada una de las canciones, desde las increíbles y bellísimas frases largas en un pianísimo casi religioso en Der Neugierge, pasando por la precisa urgencia de Ungeduld, la intimidad única de Tränenregen, hasta la poética desolación de Die Liebe farbe.
Pero si alguna canción resume lo que hace Matthias Goerne con este ciclo, que roza lo milagroso, es la última. En Das Baches Wiegenlied, esa canción de cuna que parece entonada por la muerte, el intérprete hace que el tiempo se dilate, de manera sutil y graduada, hasta llegar a un punto en que parece imposible ralentizarlo más. Pero sí, de manera increíble, éste se dilata más y aún más hasta que la voz de Goerne se convierte en un susurro y finalmente se impone el silencio. Un silencio que parece eterno hasta que cantante y pianista salen de su ensimismamiento. Y todos los asistentes a este inolvidable recital, con ellos. En plena comunión.