Tiempos y equilibrios
12/03/2019. Madrid. Auditorio Nacional. Ibermúsica. Mahler: Sinfonía Núm. 3, en re menor. Gustav Mahler Jugendorchester. Coro de la Comunidad de Madrid y Pequeños cantores de la Comunidad de Madrid. Elena Zhidkova, soprano. Jonathan Nott, dirección musical.
A la Gustav Mahler Jugendorchester (GMJO o Joven Orquesta Gustav Mahler) el nombre le condiciona, o al menos condiciona al oyente que se dispone a escucharlos. Para empezar se les puede suponer expertos, incluso una autoridad, en la música del compositor que les da nombre y, en otro orden de asunciones, su mocedad nos puede hacer condescendientes a la hora de evaluar su interpretación. Ni tan arriba, ni tan abajo, conviene situar las expectativas en un justo medio antes de abordar la siempre energizante experiencia de disfrutarlos en directo.
Si para Mahler una sinfonía es como el Universo -una de sus afirmaciones más repetidas-, su Tercera lo es además de modo explícito. Desde la irrupción inicial de la naturaleza, a través de toda jerarquía de los seres vivos y hasta llegar al amor divino, interpretar esta sinfonía requiere la titánica labor de describir eso que los filósofos llaman “el mundo como totalidad”, con todos sus matices, complejidades y diferentes niveles de lectura. Algo en lo que Jonathan Nott acertó en muy buena parte, pero no completamente.
Los acordes iniciales se abrieron con una heráldica luminosa y pujante, con unos metales brillantes que desde su aparición declararon su intención de ser los protagonistas absolutos de la noche, con permiso del director; y lo fueron, el director se lo consintió. Frente ellos, la sección de cuerdas ocupó un segundo lugar, casi de acompañantes, mostrando retraídos los sonidos de misterio de los que son responsables. La orquesta en su conjunto mostró su mejor actuación, fastuosa, en esas marchas en las que el dios Pan irrumpe imparable, y le faltó sustancia en los momentos más complejos, esos mismos que cargan de tensión los silencios de la obra. Los más de 35 minutos iniciales nos dejaron una actuación brillante y energética pero no demasiado profunda ni misteriosa. Nada que reprochar a la talentosa orquesta, pero sí a su comandante: los tiempos adecuados y los balances entre las secciones son dos de las principales tareas del director y si Nott acertó inteligentemente en los primeros, desequilibró inexplicablemente los segundos.
En los siguientes movimientos disfrutamos de momentos sensualmente banales y juguetones, buenas dosis de luminosidad, desfachatez y alegría, sin que asomara demasiado su reverso macabro y tenebroso, —por cierto, los metales siguieron disfrutando imparables de su noche. El posthorn fuera de la sala (parece que en esta ocasión fue un fiscorno) acertó en crear esa magia ensoñadora de aires principescos y un efecto de lejanía evanescente conseguido, no a través del volumen, sino de la delicadeza en fraseo.
Pero si echábamos de menos cierto enigma en la interpretación, la gran actuación de la mezzo Elena Zhidkova, se encargó de proporcionarlo. En su boca las palabras de Nietzsche sonaron arcanas, espirituales, carnales y transcendentes, todo a la vez. Aparte de su caudal y su fortaleza homogénea en todo el registro, Zhidkova se apoya en un color lleno de irisaciones, esa cualidad de algunas mezzos que, potenciada por un sabio vibrato, consiguen emitir una voz brillante y oscura simultáneamente.
La notable actuación de los coros infantil y femenino cargaron la sala de movimiento en dirección hacia el finale. A través de unos tiempos cuidadosamente retardados, pero sin perder un ápice de tensión, Nott expuso el tema del amor divino como una caricia y lo hizo crecer en intensidad en cada reaparición. En la formación de los tres clímax finales aceleró el pulso, consiguiendo conectar con el del corazón de una sala entregada a dejarse llevar a la apoteosis final. Llena de luz y de vida, la mejor orquesta juvenil del mundo terminaba su actuación de manera irreprochable.
Y luego, algo deliciosamente inapropiado. Una vez concluida la tarea de representar el Universo, tras haber disfrutado de los aplausos y los vítores, y cuando casi todo el público había abandonado la sala, la GMJO cumplió con una de sus tradiciones y se arrancó con un pasodoble fallero. “Amparito Roca” sonó festiva y desvergonzada entre la euforia de los músicos. Y mientras, en la última fila de anfiteatro, una pareja mayor bailaba “agarrao”. Lo espontaneo nos crea recuerdos imborrables.
Foto: Iñaki Zaldúa.