Gergiev PalauBarcelona2019 T.Bofill 

El brujo y el diablo

Barcelona. 10 -11/03/2019. L´Auditori y el Palau de la Música Catalana. Obras de Ravel, Debussy, Rachmaninov, Scriabin, Mahler y Prokofiev. Orquesta del Teatro Mariinsky. Daniil Trifonov, pianista. Dir. musical: Valery Gergiev.

La Barcelona musical ha vivido un mes de marzo para el recuerdo. La colaboración de todos los agentes del sector ha cristalizado en el Festival Obertura, o Spring Festival, que ha atraído a los escenarios de la ciudad, tanto el del Palau, del Auditori o del Liceu, a intérpretes de indiscutible renombre en unos pocos días. Unos días que han llegado a su apoteosis con los dos conciertos que ha ofrecido la Orquesta del Marinsky de San Petersburgo bajo la dirección de su titular, el ubicuo Valery Gergiev, y la colaboración del extraordinario pianista Daniil Trifonov. Dos conciertos en dos marcos distintos, pues el primero, incluido en el Ciclo de Ibercamera, se desarrolló en el Auditori mientras que el segundo era organizado por el propio Palau. Ambos, eso sí, saldados con un éxito indiscutible.

Preludio francés

Ambos programas planteaban una estructura similar, lo cual ha hecho aún más atractiva esta aventura conjunta. Una primera pieza perteneciente al gran repertorio sinfónico francés, concretamente de Debussy y Ravel, abría los dos conciertos. La primera noche fue el Prélude à l’après midi d’un faune, una obra que, por el tratamiento del color orquestal, tan característico del autor, no parecía ideal para una orquesta musculosa y brillante como la rusa. Pero, a pesar de que la transparencia en el sonido no es el punto fuerte de la orquesta de San Petesburgo y que la lectura no fue especialmente idiomática ni sensual, hay que reconocer que Gergiev levantó con solidez la estructura interna de la pieza y el juego de tensiones, fraseando con elegancia sin caer nunca en amaneramientos, firmando una versión sólida que permitió el lucimiento de la flauta solista. 

Una flauta que también se lució, por cierto, en el Bolero de Ravel que abrió la segunda velada en el Palau. En esta ocasión, la lectura pecó de cierta pesantez y rigidez en la parte central que sólo desapareció en los brillantes compases finales. Eso sí, todos los solistas mostraron un excelente nivel en una obra tan expuesta para ellos como agradecida para el público.

El diablo

Pero con Daniil Trifonov llegó la tormenta. Que este chico es, indiscutiblemente, el mejor pianista de su generación, ya no hay quien lo dude. La única duda, en estos momentos, es hasta dónde puede llegar. Y visto lo visto estos días, parece que no tiene techo. Ha sido interesante, además, observarlo y escucharlo en dos conciertos del gran repertorio ruso que no son, precisamente, los más populares, pero que, en sus manos, se han convertido en auténticas joyas, especialmente un inolvidable Concierto de Scriabin que nos erizó la piel.

Pero vayamos por partes, porque en el Primero de Rachmaninov ya escuchamos detalles extraordinarios, como esa capacidad para unir un virtuosismo deslumbrante a un fraseo detallista, elegante y expresivo. Los dedos de Trifonov parecen volar sobre el teclado con una digitación y una variedad y flexibilidad de dinámicas realmente asombrosas. Además, la compenetración con Gergiev y su discurso es indiscutible. Una compenetración que lleva camino de convertir la colaboración de estos dos intérpretes en una de esas duplas legendarias y que se pudo observar desde los primeros compases del primer movimiento, pero fue en el segundo donde llegó uno de los grandes momentos de la noche, con un Trifonov paladeando cada nota y moldeando el sonido en un andante pleno de lirismo que anuncia ese Rachmaninov que será pero que aún no ha llegado. 

El de Scriabin también es un concierto de juventud, pero, en este caso, parece que conecta más íntimamente con un Trifonov que ha manifestado su obsesión por el autor y, en concreto, por esta obra. La obsesión de un obsesivo como Trifonov dio como resultado una versión antológica desde los primeros compases de la orquesta y las primeras frases, plenas de nostalgia del piano. Una vez más, en el Andante, escuchamos al Trifonov más lírico, esa vertiente angelical del pianista que deleitó con frases de pura orfebrería y un empleo del pedal de gran sutileza. Un movimiento absolutamente antológico tras el cual arrancó el pianista un tercero en el que se apareció la otra cara de la moneda, la del diablo Trifonov, abalanzándose sobre el teclado con una precisión y expresividad descomunales y, de la mano de un Gergiev y una orquesta transfigurados, culminando una interpretación para el recuerdo con ese acorde final suspendido del piano.

Trifonov Mariinsky Palau2019

 

El brujo

La relación de Valery Gergiev con la Orquesta del Marinsky es ya un hito. No hay, hoy en día, y se dan pocos casos en el pasado, una vinculación tan intensa y decisiva de un director con una orquesta. Entre ambos, la simbiosis es tal que se hace difícil discernir qué elementos forman parte del estilo peculiar de dirección de Gergiev o hasta qué punto su estilo de dirección surge de las características de la orquesta. 

No siempre orquesta y director, en gira permanente, llegan en las condiciones ideales de preparación y descanso. Pero en esta ocasión todos los astros se conjuraron y la formación rusa estuvo brillante en los dos conciertos. En el primero culminaron una actuación rutilante con la Sinfonía nº 5, de Gustav Mahler, obra que Gergiev conoce y domina. Al implacable sentido rítmico de la marcha inicial, al lirismo de los sugerentes temas mahlerianos unió un trabajo contrapuntístico de primer orden, de una creatividad poco habitual, con un Adagietto brumoso e hipnótico, construyendo, compás a compás, una versión intensa y vital, llena de colores e ideas que se transmitían casi milagrosamente desde la pequeña batuta y el peculiar gesto de este brujo dela dirección orquestal, al corazón de la orquesta. 

Alexander Nevsky cerró este festival ruso a lo grande. Con la colaboración de un motivado Orfeó Català y una buena solista como Julia Matochkina, Gergiev y la orquesta destaparon el tarro de las esencias en una obra monumental y apasionante. La colaboración entre dos genios como Eisenstein y Prokofiev dio pie a la que, probablemente, es la banda sonora más fascinante de la historia del cine, pero al margen del soporte visual, la obra funciona de maravilla a pesar de no programarse con asiduidad. Se trata de una obra visceral y bellísima, de marcado tinte patriótico, con momentos emocionantes, como el solo de mezzo del sexto movimiento.

Probablemente ninguna orquesta del mundo ni ningún director puedan ofrecer una lectura más idiomática, detallista, sentida y expresivamente potente de esta obra, que puso patas arriba el Palau, con unas cuerdas arrolladoras y unas maderas y metales impecables. Colofón ideal para dos jornadas inolvidables.