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La Titán no engaña

Barcelona. 30/11/24. L’Auditori. Obras de Schumann y Mahler. Frank Peter Zimmermann, violín. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Ludovic Morlot, dirección.

En plena vorágine Black Friday, el último día de noviembre se ha despedido con la visita del violinista Frank Peter Zimmermann, que volvió a nuestro país para interpretar el Concierto en re menor, WoO 23 de Schumann. Morlot se puso de nuevo al frente de la OBC, en una temporada que está contando con bastantes batutas invitadas, para cumplir con uno de los mayores retos sinfónicos del año, la Primera Sinfonía de Mahler. Si el pasado año Zimmermann llevó el Concierto para violín de Elgar a Tenerife y Madrid, este año lo ha hecho con el de Schumann, con la filarmónica de Gran Canaria, la orquesta de RTVE, y la OBC en el Auditori.

Aun no siendo el más espectacular de los conciertos de violín, su apuesta lírica, constituye un elemento que contrapesa los retos técnicos, seguramente, más que en otros conciertos de violín del romanticismo, algo que en gran medida, Zimmermann supo aprovechar gracias a la calidad sonora de su imponente instrumento y de las manos que lo sostinen. El alemán irrumpió con “su” Stradivarius –“Lady Inchiquin”– de 1711 y un auditorio rebosante atestiguó cómo en ocasiones, la fama y el renombre sí se corresponden con la realidad. El regreso de Zimmermann se consumó soberbiamente por su parte, con una orquesta algo escasa en algunos momentos, como los viento-metal en el tercer acto, pero suficiente para que el invitado sacara sus mejores dotes sin contratiempos. Bellísimos legati y unas casi inmejorables escalas en el primer movimiento, dieron paso un Langsam lleno de lírica y elegante vibrato, aunque el tercer tiempo pudo ser quizá el más conseguido de los tres, donde el intérprete desplegó su arsenal técnico en las escalas. 

Afirmar que una “propina musical” puede ser incluso más exigente que un concierto de violín, puede, en principio, ser poco más que una banal exageración. Sin embargo, tras la ovación del concierto de Schumann, Zimmermann dio esa impresión. El alemán regaló una dificilísima adaptación de Erlkönig –el famoso lied de Schubert–, para violín solo, probablemente, tratándose  del arreglo de Heinrich Wilhelm Ernst (Erlkönig Caprice, 1854), exigiéndose a sí mismo un tempo de vértigo, sin perder precisión en la afinación y resolviendo con gran presteza las complicadas posiciones de su izquierda, incluyendo armónicos y pizzicati, y manteniendo a raya la melodía y el acompañamiento simultáneos. Calmó el agitado bosque con el Adagio de la Partita nº3 BWV 1005 de Bach, cumpliendo con el tenuto y las dobles cuerdas con rigurosidad religiosa. Le siguió una breve pieza de homenaje –al parecer, compuesta por unos de los trompistas–, que un sexteto de trompas tocó a razón de los afectados de las riadas de Valencia.

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En una obra tan colosal como la Primera de Mahler, es fácil ver cuándo una orquesta se queda corta y cuándo no. La del sábado, fue una de esas ocasiones en las que los músicos de una respetable orquesta, como la OBC, pudieron medirse a sí mismos y superar los retos individuales y técnicos que presenta este gran reto sinfónico. Los de Morlot edificaron bien los cimientos de una gran catedral sonora –salvando un inicio más discreto– con la calma y las pausas necesarias para que toda la maquinaria temática, tímbrica y conceptual, que Mahler depositó en el papel hicieran su efecto.

¿Qué sería de una de sinfonía tan vasta sin el timbal? A esa pregunta retórica respondieron bien los dos timbalistas, muy atentos a la batuta de Morlot, y agitando el avispero desde sus baquetas. También destacó una formidable sección de trompas, que trabajó muy bien los pasajes con sordina a lo largo de la sinfonía. El scherzo conservó el buen nivel del primer movimiento y Morlot mantuvo enchufadas a las cuerdas graves en lo melódico y lo rítmico, incluyendo los pasajes col legno, muy fiables en la sección de chelos. El francés disfrutó visiblemente al tiempo que las maderas hacían algunas de sus mejores intervenciones antes de firmar un triunfante desenlace. El fúnebre Frere Jaqcues resonó con la mezcla de elegancia y nostalgia que requiere el tercer movimiento. Morlot –con salto incluido–, gestionó su tropa solventemente para atacar con fuerza y convicción el cuarto, nuevamente, con gran precisión en la percusión, afinada y sin afinar, donde las cuerdas medias y altas tuvieron un gran papel, y el tutti acometió el imponente clímax con una innegable potencia titánica.OBC y Morlot rubricaron un memorable capítulo mahleriano que, sin duda, sentará un recuerdo en las crónicas del auditorio catalán, en los últimos coletazos de un año que sin duda, cierra con buenas sensaciones.

Fotos: © May Zircus