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El león y la sangre

Barcelona. 13/04/18. Gran Teatre del Liceu. Ponchielli: La Gioconda. Iréne Theorin (Gioconda). Brian Jagde (Enzo). Dolora Zajick (Laura). Gabriele Viviani (Barnaba). Agostina Smimmero (La Cieca). Ildebrando D'Arcangelo (Alvise), entre otros. Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Gheorghe Iancu, coreografía. Pier Luigi Pizzi, dirección de escena. Guillermo García Calvo, dirección musical.

El Liceu está viviendo una verdadera danza de las horas con su Gioconda. La baja de su protagonista anunciada, Iréne Theorin, ya desde el estreno (La Colla también sustituye a Carè como Enzo), ha propiciado un baile de nombres con Anna Pirozzi y el inesperado debut en la casa barcelonesa de la soprano madrileña Saioa Hernández, quien ha salvado tres de las funciones, incluyendo la retransmisión en directo por cines del pasado día 10. Antes de comentar la función del día 13, no me resisto a corroborar las palabras de mi compañero Javier del Olivo. La comunión de Hernández con Gioconda es directamente milagrosa. Una voz y una forma de sentir que parecen hechos a medida para el personaje. Una línea de canto que recuerda a las grandes que se han enfrentado a este rol... y eso será porque Saioa, simplemente, es una de las grandes del ahora. Que suerte que el Liceu haya tenido oportunidad de comprobarlo. Ahora que sus visitas se repitan, pero no de forma tan atropellada.

La recuperada propuesta de Pier Luigi Pizzi para Gioconda, en reposición de aquella que ya coprodujese el Liceu en 2005, no soporta bien el paso de los años y quien firma se atrevería a decir que ni siquiera su presente. Es una apuesta en la acostumbrada y característica firma del italiano: sobria, brumosa y gris. Respeta mucho el texto, cosa que es de agradecer, aunque adelante la acción en el tiempo, pero la imagen es tan opaca y la acción tan acartonada, con un dramatismo un tanto demodé, que la reflexión o la emoción apenas florecen en el público. Por otro lado, por momentos el vestuario se hace de un horterismo insoportable, especialmente en el cuerpo de baile y en los asistentes al tercer acto. Es como si aquel cuentecito de Alonso con el "hombrecito vestido de gris" hubiese acabado de mala manera al descubrir el canto y el color. No obstante, la puesta cuente con dos o tres momentos visualmente muy potentes. La quema de los barcos, pero sobre todo Alvise en lo alto de una escalinata, rojo sobre el obligado gris. 

Para cierto descargo de Pizzi, decir que el libreto de Ponchielli es una cosa como muy estrepitosa e irrelevante en su forma y fondo. Un batiburrillo dramático con ínfulas (¡pero qué sería de nosotros sin vanidad ni pretensión!), de mágicos momentos musicales sobre un plantel de personajes que requieren las mejores voces posibles, abarcando todas las tesituras. Pero no todas las tesituras, sino casi, además, todas las extensiones. Miren la pobre Gioconda, que tiene un aria, Suicidio! totalmente sobrecogedora, donde ha de subir y bajar constantemente. Es una coronación magnífica para un personaje. Pues no, Ponchielli decide darle a continuación un terceto con soprano y tenor y acto seguido un dúo con el barítono donde ha de ponerse a hacer gorgoritos inexplicables desde cualquier punto de vista. Bajona dramática total. ¿Se imaginan a Tosca poniéndose a bailar una muñeira camino de la cornisa del Castel Sant'Angelo? Pues esto viene a ser lo mismo. No parecía este el lugar. Habrá leones a los que les guste la sangre, como recoge el libreto de la obra, pero nos olvidamos a menudo de que son las leonas las que salen de caza. Gioconda, como decía, fue la soprano sueca Iréne Theorin, quien se ha convertido en una suerte de icono de estos últimos años en el Liceu. De hecho, protagoniza portada y campaña de la próxima temporada, donde cantará junto a Jorge de León en una nueva producción de Turandot, papel este que sí ha podido cantar y darle forma en ocasiones anteriores. Theorin acusó una pulmonía que, como comentaba, no le ha permitido cantar más que dos de las funciones previstas. Es por ello entendible que su lectura por momentos sea bastante somera, como si no hubiese terminado de interiorizar y memorizar un personaje que debutaba. Su visión aproximativa no impide disfrutar con su hacer, siempre con un canto y un dramatismo hacia el arrojo. Un vibrato marcado y agudos restellantes, con un grave más problemático, dieron forma a una Gioconda que, aunque fuera de la italianità requerida, salva los muebles.

Arrojo también el derrochado por Briand Jagde como Enzo, un tenor de pegada, de timbre ancho y giro con cierto sabor metálico, nasalizado, que creó un protagonista creíble y disfrutable. A su lado, la enamorada Laura, encarnada por la veterana Dolora Zajick. Como Theorin, Zajick peca de cierta superficialidad en la interiorización de un personaje que también debutaba, pero como más sabe el diablo por viejo que por diablo, la mezzosoprano sabe perfectamente que botones, notas y frases pulsar para crear el efecto deseado. Me gustaría aquí hacer un inciso. He tenido que oír muchas cosas sobre la no adecuación de Zajick a este papel por tener la edad que tiene. Vaya por delante que, resulta, Laura es la mujer de Alvise, un señor de bastante edad. Cuando Laura lo canta una mujer joven, no hay problema alguno en esa diferencia de años, pero si es una mujer madura, entonces muchos se rasgan las vestiduras por la distancia con su amante Enzo. A eso, lo queramos reconocer o no, se le llama machismo. Y luego, por favor, que ya es hora: supuestamente, y recalco lo de "supuestamente", hemos superado por lo general las falsas barreras de lo racial, del género... al hablar de amor. Superemos de una vez el de la edad, por favor. 

Como el malvado Barbaba, el barítono Gabriele Viviani, que puso toda la carne en el asador, con un canto violento en ocasiones, desbarrado diríase, en un personaje que le requiere todo en un primer acto que es completamente suyo y al que Ponchielli le reserva el lujo de cerrar la ópera. Agostina Smimmero sustituía en el último momento (al término de la gala homenaje a Caballé de la noche anterior) a María José Montiel como La Cieca. Su voz, con un timbre mucho más oscuro además, suena más a contralto que el de la madrileña y salvó una noche in extremis, en la que se desenvolvió por el escenario sin problema. Muy creíble en lo actoral, su voz se perdía un tanto en los números de conjunto. Completaba el plantel de protagonistas el Alvise de Ildebrando D'Arcangelo, al que se podría requerir mayor empaque en toda la tesitura.

Al éxito de las representaciones y al buen sabor en general de todas ellas, ha contribuido, indudablemente, la batuta de Guillermo García Calvo. Su visión es clarividente, expositiva, ardiente. Da a Ponchielli lo que Ponchielli necesita para hablar por sí mismo y para que quienes escuchamos podamos entenderle mejor, como puente de tantas cosas y momentos en la música. La Orquestra del Liceu suena como pocas veces ha sonado, con una cuerda grave sensacionalmente trabajada, un cuidado en los planos de orfebre y un respeto por lo que sucede sobre el escenario de primer orden. García Calvo vive un momento dorado en Alemania y Austria, donde es titular de la Ópera de Chemnitz y un habitual de la Ópera de Viena, por ejemplo. Si su agenda se lo permite, estamos tardando en escucharle más por aquí.

Foto: Antoni Bofill.