Italianità
Barcelona. 5/04/2019. Gran Teatre del Liceu. Ponchielli: La Gioconda. Saioa Hernández (Gioconda). Ketevan Kemoklidze (Laura). Carlos Colombara (Alvise). María José Montiel (La cieca). Stefano La Colla (Enzo). Luis Cansino (Barnaba). Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatre del Liceu. Dirección de escena: Pier Luigi Pizzi. Dirección Musical: Guillermo García Calvo.
En una entrevista que fue la cabecera del mes de diciembre de Platea, Saioa Hernández hablaba, a preguntas de Gonzalo Lahoz, sobre el tema de que su voz, su manera de cantar, puede atraer más a un público que a otro y eso puede ser una de las razones por la que es una estrella en Italia y casi una desconocida en España, su país. Ignoro cuáles son los hilos que mueven las contrataciones de nuestros principales teatros para que una artista de tan alto nivel no esté cantando aquí, pero, al oírla por primera vez, concretamente en el papel principal de La Gioconda de Amilcare Ponchielli, tengo claro por qué al público italiano, a los teatros italianos y a los programadores italianos les gusta, les encanta Saioa Hernández: es pura “italianità”. Hacía tiempo que no escuchaba una cantante con tantos valores que representen el “clasicismo” del canto italiano. Su voz, su técnica, recuperan la tradición más genuina de la escuela italiana, de la que forma parte también en la actualidad, por ejemplo, Anna Pirozzi, la soprano a la que ha sustituido en dos de las funciones programadas, ante la baja de Iréne Theorin en el primer cast. Su trabajo fue impecable de principio a fin y de una calidad extraordinaria: poderío vocal, gran proyección, seguridad en toda la tesitura con agudos bien colocados y brillantes y zona grave siempre audible, expresividad en lo actoral… Una lección de cómo se debe cantar este rol. Toda la representación estuvo impregnada de esta impecable labor, pero fue su aria Suicidio! del cuarto acto la que resumió una noche extraordinaria. Ayer estaba escuchándola, en el patio de butacas, el director del Teatro Real. Supongo que el futuro responsable artístico del Liceu, lógicamente, también la habrá oído, quizá otros más. Esperemos que no sea solamente en A Coruña donde podamos disfrutar en España de su arte con una titularidad previamente anunciada. Lo contrario, simplemente, sería de bobos.
En esa entrevista también se hablaba de “profetas en su tierra” y “cuotas nacionales” a la hora de hablar de la confección de los repartos en los teatros españoles. Hernández no hacía mucho caso de la primera expresión y estaba en contra de esas cuotas, porque la valía no tiene fronteras. No puedo estar más de acuerdo. El pasado viernes no hizo falta ninguna cuota para encontrar entre los triunfadores de la noche a tres españoles que son de primer nivel y podrían cantar en cualquier teatro europeo. Luis Cansino defendía el malvado Barnaba, verdadero factotum de la tragedia que narra el flojo libreto de Arrigo Boito. Sobre todo, el primer acto es suyo, con ese extraordinario O monumento! como colofón a un canto de muchos minutos e indudable valor. Cansino salió triunfante de ésta y de todas sus intervenciones gracias a la gran teatralidad y expresividad de su voz, llena de matices, lo que demuestra la implicación del cantante con su papel, que fue total. Hubo fuerza y proyección y momentos casi susurrados pero siempre escuchados. Formidable. Como formidable fue el trabajo, mucho más breve, pero igual de intenso, de María José Montiel. Extraordinariamente caracterizada como La Cieca, un papel más de contralto que de mezzo, pero que ella hizo suyo desde el primer momento demostrando su contrastada calidad, especialmente en unos pianissimi que encandilaron al público barcelonés, que la aplaudió con ganas tanto en su aria Voce di donna… como en los saludos finales. ¡Brava!
Stefano La Colla, protagonista masculino como Enzo Grimaldo, es un tenor con arrestos, bravo y entregado que también sabe matizar cuando es necesario. Su timbre tiene cierta belleza y es adecuado para estos papeles pero su canto se ve lastrado precisamente por ese arrojo que indicaba que a veces le hace que sus subidas al agudo sean tan impetuosas que la afinación se resienta, restando puntos al resultado final de su labor. Con una concentración mayor y una técnica más depurada podría ser un tenor de los que hace temblar un teatro porque voz tiene para ello, como se pudo comprobar en la famosa Cielo e mar!. Excelente, como suele ser habitual, Ketevan Kemoklidze, mezzo georgiana asentada en nuestro país y que hace pocas fechas también fue entrevistada por nuestra revista. Allí indicaba cómo es su forma de trabajar y lo pudimos ver en el escenario al defender el personaje de Laura Adorno. Demostró un buen estudio de su papel, con una voz de color oscuro pero que se mueve con facilidad por toda la tesitura, y una implicación como actriz total. Su dúo con La Gioconda È un anatema! fue de lo mejor vocalmente de la noche. No estuvo a la altura de sus compañeros el Alvise de Carlo Colombara, tanto por una voz con problemas de proyección y afinación como por una sensación de cansancio general que lastraron su cometido. Competentes y correctos los comprimarios, encabezados por un siempre cumplidor Carlos Daza en su doble papel de Zuàne y una voz.
Gran trabajo del estupendo Coro del Liceu que con tanto acierto dirige Conxita García. Resultaron solventes y bien empastados en todas sus intervenciones dando color y brillo a la representación. Como lo hizo el cuerpo de baile, especialmente Alessandro Riga y Letizia Giuliani, extraordinarios solistas en la coreografía de Gheorghe Iancu para la famosa Danza de las horas, el ballet que no podía faltar en esta obra que Ponchielli construyó con las maneras de la Grand opéra francesa.
El cuarto español que triunfó en esta velada fue Guillermo García Calvo, dando una lección de cómo se debe dirigir una ópera de estas características. Brillantísimo desde las primeras notas del exquisito Preludio del primer acto, su trabajo destacó siempre en la búsqueda de lo mejor de la partitura de Ponchielli, especialmente ese lirismo, quizá obvio, pero tan bello. Todo en su dirección fue impecable y al final recibió el reconocimiento del público. Como también fue extraordinario el rendimiento de la Orquesta Sinfónica del Liceu, en una las noches más brillantes que yo le recuerdo. Especialmente destacables estuvieron las cuerdas, mimadas por la certera batuta de García Calvo.
Se reponía la producción de Pier Luigi Pizzi que se estrenó aquí en 2005. Pizzi, que también firma la escenografía (sencilla pero cumplidora, con exceso de escaleras –un peligro siempre para los cantantes–) y del vestuario (exuberante y acertado), plantea una puesta que junto a los momentos más íntimos, deslumbra en los momentos corales y de más lucimiento para el director, llegando a veces, a caer en el exceso por en el gran número de figurantes que hay sobre el escenario. Aún así se ve con agrado y no entorpece el seguimiento del argumento, que por otra parte no es, como ya se dijo más arriba, de una gran brillantez dramática.
Una gran noche española capitaneada por una cantante que tenemos que ver más en nuestros escenarios y por un maestro que nunca defrauda con su dirección desde el podio.
Foto: Antoni Bofill.