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UNA TARDE ESTUPENDA

Madrid. 1/05/2019. Teatro Real. Verdi. Misha Kiria (Falstaff). Àngel Òdena (Ford). Raquel Lojendio (Alice). Rocío Pérez (Nannetta). Albert Casals (Fenton). Teresa Iervolino (Mistress Quickly). Orquesta Sinfónica de Madrid. Coro Intermezzo. Laurente Pelly, dirección de escena. Daniele Rustioni, dirección musical.

 

Sin duda es lo que pensaron los asistentes el pasado día 1 de mayo a la representación de Falstaff de Giuseppe Verdi en el Teatro Real: “Hemos pasado una buena tarde, una tarde estupenda de ópera”. Y no estaban equivocados, yo fui de la misma opinión porque fue una función que, sin ser extraordinaria, cumplió sobradamente las expectativas, tanto a nivel vocal como escénico y musical. Casi sobra incidir en la maravilla que es esta ópera. Es algo mil veces dicho y mil veces puesto por escrito: el genio de Busseto da un salto mortal sin red para rematar una carrera compositiva que ya era mítica. Y crea una obra coral (porque así considero a Falstaff, aunque el protagonista marque el centro sobre el que giran todos los demás) que es un compendio de todo lo que la precede y abre el camino de lo que vendrá. Sólo señalar que es en ese espíritu coral donde se centra el éxito del espectáculo: aunque evidentemente hubo diversos niveles de calidad, las diferencias no fueron radicales, y el conjunto resultó homogéneo y satisfactorio.

Siempre me ha resultado un poco desagradable eso del “segundo reparto”, como si los cantantes que intervienen en él fueran de otra categoría, menos profesionales o menos “importantes” que los del llamado “primer reparto”. Mi experiencia me dice que muchas veces es ese “segundo” grupo, muchas veces formado por voces más jóvenes, o cantantes nacionales, el que se lleva el gato al agua a la hora del éxito general de los títulos. No se si será las ganas de reivindicarse o simplemente la menor presión de no ser los primeros en romper el fuego en el estreno, pero en este Falstaff el elenco fue de primera división. Comenzando con un gran Misha Kiria que recreó perfectamente un personaje tan entrañable (aunque sea un sinvergüenza) como es el de Sir John Falstaff. Estuvo genial en lo actoral y muy competente en lo vocal. En la primera faceta no hubo estridencias, ni bufonadas, ni una intención forzada de provocar la risa (de eso ya se encargan Verdi y Boito con su música y texto). Kiria estuvo medido, en el punto perfecto de comicidad elegante sin ser burda. Vocalmente tiene un timbre de gran belleza, quizá no tan grave como el que estamos acostumbrados a oír en este papel, pero que dio unos resultados magníficos en toda la tesitura. Quizá le faltó una mayor proyección o potencia pero lo compensó con momentos de gran nivel como su intervención para comenzar el tercer acto Ehi, Taverniere, llena de matices y una adecuada línea de canto. Un gran Falstaff.
 
Los papeles femeninos estuvieron perfectamente elegidos. Me gustó mucho la Alice Ford de Raquel Lojendio. Estuvo muy acertada en todas sus intervenciones y su agudo en el concertante final fue de categoría. Quizá la más destacable, indudablemente porque tiene una romanza de gran lucimiento, fue Rocío Pérez como Nannetta. Su intervención en la escena de la hadas fue magnífica, con una voz de hermoso color y un agudo cristalino y perfectamente emitido. Fue de las más aplaudidas al final de la noche. Y magnífica como actriz estuvo Teresa Iervolino como Mistress Quickly, otra de las peritas en dulce creadas por Verdi en esta ópera para el lucimiento cómico de los cantantes, pero Iervolino es una magnífica contralto, con un grave de tintes oscuros y una voz que proyecta sin dificultad hasta el último rincón del teatro. Muy  bien también la Meg de Gemma Coma-Alabert.
 
Àngel Òdena moldeó un Ford que se adaptaba perfectamente a sus características vocales. Con un timbre más grave que el propio Falstaff y con una caracterización estupenda, su mejor momento (aparte de, como el resto, en los concertantes) fue el famoso È sogno? o realtá que nos recuerda tanto en su orquestación a partes del Iago de Otello, un papel que Òdena conoce perfectamente. Quizá el menos destacable de todo el reparto fue Albert Casals como Fenton. Estuvo adecuado en casi todas sus intervenciones y su centro tiene belleza, pero en la hermosa Dal Labbro il canto estasiato vola mostró un agudo demasiado comprometido y sin lucimiento. Buenas intervenciones de Christophe Montagne como Dr. Caius, Valeriano Lanchas como Pistola y Mikeldi Atxalandabaso como Bardolfo, que como siempre destaca con esa potente y bien timbrada voz y esa maestría actoral. Impecable en todas sus intervenciones (pero sobre todo en el tercer acto) el Coro del Teatro Real que dirige Andrés Máspero, destacando la parte actoral de la parte masculina gracias a la buena dirección escénica.
 
Daniele Rustioni es un joven director italiano pero que tiene la hechura de la más genuina tradición de los grandes maestros concertantes transalpinos. Esos directores que consiguen que su papel se diluya, que no buscan el protagonismo fácil y efectista sino poner en valor el triunfo del  conjunto. Estuvo siempre atento a sus cantantes (en sus muchas veces endiabladas intervenciones de grupo) y no marcó ritmos erráticos, lo que propició una lectura fresca pero sin estridencias. La orquesta del Teatro Real le siguió sin dificultad demostrando que cada vez está más asentada en el foso y que luce con esplendor en esos momentos tan magníficos en solitario que regala Verdi a la orquesta. Estupendos.
 
La nueva producción, fruto de la unión del Real con La Monnaie de Bruselas, la Ópera Nacional de Burdeos y la Tokyo Nikikai Opera la firma el francés Laurent Pelly. Es un trabajo de los que no levanta polémicas porque no las busca, ya que cumple con los cánones de los gustos mayoritarios: primero, una buena escenografía (de Barbara de Limburg) que nos sitúa en el Windsor de los años ¿70? del pasado siglo con un típico pub haciendo de la taberna La Jarreterra (que iba deconstruyéndose en las diversas escenas que se desarrollan allí), un juego de escaleras para la casa de Ford (que me recordaba a la fabulosa escalinata de San Martín Pinario en Santiago –perdón por la nota tan personal–) y que daba mucho juego para el enredo teatral, y un más desangelado espacio para el tercer acto donde se juega con las luces y con un bosque-espejo, que sirve al final de la obra para que el público se vea reflejado y dar a entender que todos somos parte de la farsa (un recurso bastante manido ya, por cierto); segundo,  en unos excelentes figurines del mismo Pelly (genial la idea de caracterizar al coro masculino del segundo acto como Ford) y una correcta iluminación de Joël Adam; y tercero, y más importante, en una experta y acertada dirección de actores que se mueven con soltura y coordinación a través del espacio escénico y la enrevesada trama.
 
Salimos contentos, y creo que es eso lo que el viejo-joven Verdi de 80 años quería cuando compuso esta joya: que el público disfrutara y que todos nos riéramos de las peripecias de los personajes de Falstaff y de nosotros mismos.
Foto: Javier del Real.