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EL TRIUNFO DEL TALENTO

 
Munich. 05/05/2019. Bayerische Staatsoper. Wagner: Tannhäuser. Klaus Florian Vogt (Tannhäuser). Lise Davidsen (Elisabeth). Ludovic Tézier (Wolfram). Elena Pankratova (Venus). Sthephen Milling (Hermann). Coro y Orquesta de la Bayerische Staatsoper. Romeo Castellucci, dirección de escena. Simone Young, dirección musical.
 
¡Qué bien tan escaso es el talento y cómo se disfruta cuando tienes el privilegio de verlo de cerca! La producción que reseño fue buen ejemplo de ello porque se dio la conjunción de que, tanto en la vertiente escénica como en la musical, se prodigó ese don, a lo mejor no de una manera espectacular ni mediática, ni tampoco comparable, seguramente a la de su estreno hace un par de años, pero sí de una manera de esas que te recompensa de horas de avión y mal dormir. El Tannhäuser que presenta la Bayerische Staatsoper triunfa, en primer lugar, escénicamente, porque la producción de Romeo Castellucci rezuma (sobre todo en sus dos primeros actos) talento y belleza. Sé que no será del gusto de todos la que la vean pero hace que tu enfoque de la ópera varíe sin cambiar su esencia. Porque el principal valor de la propuesta de Castellucci es que no se desliga en ningún momento del libreto de Wagner, eso sí, mostrándolo con una estética completamente alejada de lo habitual, subyugante y de diversa interpretación. No sé si en el programa estaba la típica explicación del regista sobre su puesta. Yo no la necesité. Yo creé mi propio Tannhäuser a partir de las pautas que me dio el artista. Supongo que eso haría el resto del público, aceptando o no lo que se veía en el escenario. Y seguramente muchos creyeron que les estaban tomando el pelo. Es el riesgo que tiene lo que es diferente, que te acepten o no. Intentaré en no muchas líneas resumir lo que fueron muchos mensajes, muchos detalles, que formaron esta producción tan especial y estéticamente tan atractiva.
 
El primer acto, la mayor parte desarrollado en el Venusberg, lo definiría como un juego entre lo primitivo y lo simbólico. Primitivo es el canto de Venus, caracterizada como su homónima de Willendorf, rodeada de sus “víctimas” envueltas en una viscosa sustancia que les impide esa libertad que Wagner asigna al amor sensual. De allí pedirá salir Heinrich para encontrarse con sus compañeros del castillo de Wartburg, pero antes veremos a los peregrinos que buscan la salvación y portan una gran roca (¿una conexión con el nombre del castillo donde impera la pureza?), en un rito que también nos lleva a tiempos primitivos. Como primitiva y sangrienta es la cacería de los caballeros que encuentra Tannhäuser y que lo readmiten en su seno. Pero también hay mucho simbolismo en la obertura y la música del Venusberg. El ballet que le dio tantos problemas a Wagner en París es aquí una coreografía espectacular de una larga fila de amazonas que lanzan, con gran maestría por cierto, cientos de flechas primero a un ojo y luego a una oreja de la que seguramente es Elisabeth, la reina del mundo de la pureza. Es un enfrentamiento entre los dos mundos, unas flechas, una flecha (símbolo que aparece a lo largo del planteamiento de Castellucci), que puede significar muchas cosas. Para mí es metáfora del dolor que causa la eterna división que siente el protagonista entre los dos tipos de amor. Como ya comenté, para otros será otra cosa y para unos terceros será un despropósito. El segundo acto, en el castillo de Wartburg se resuelve escénicamente con un impresionante juego de cortinajes transparentes en continuo movimiento. Todas las escenas de ese acto quedan entonces enmarcadas como en un mundo difuminado, como entre nubes, en un blanco puro que lo invade todo. El tercer acto, el menos atractivo para mí, se centra en la oscuridad, en la muerte, en dos túmulos con los nombres de los cantantes protagonistas (Klaus y Lise) donde se van sucediendo (reiteradamente en mi opinión) distintas figuras de dos cadáveres en distintas fases de descomposición hasta ser sólamente polvo, que al final del acto, se unen como representación de la salvación de Tannhäuser y su unión en final con Elisabeth. Nada de báculos que florecen ni imágenes de la virgen (sólo un pedestal en el que pone María y unos pies encima, sin figura alguna, sólo la de Elisabeth rezando a un lado). Un reto en conjunto esta puesta, en la que Castellucci nos enfrenta a su interpretación de esta ópera olvidando de una manera consciente su indudable marca romántica y religiosa, y buscando un enfoque mucho más frío, desacralizado pero poseído de un poderoso imán imaginativo.
 
Gran desfile de voces, algo en lo que todos los que escucharon la ópera estuvieron de acuerdo, dada la gran acogida que tuvieron los artistas en sus saludos finales. Klaus Florian Vogt está haciendo una impecable carrera en estos papeles wagnerianos pese a las críticas que su timbre recibe por los autoproclamados defensores del purismo del heldentenor. Vogt estuvo impecable en todas sus intervenciones, con un despliegue absoluto de poderío vocal, de riqueza de colores en su canto y de fuerza y garra en su expresión. Su tercio agudo suena más blanquecino de lo que estamos acostumbrados, pero eso es cuestión de gustos y nadie puede reprocharle que no de una nota adecuadamente o que no resulte convincente en cualquiera de sus intervenciones. Yo siempre he salido muy satisfecho de sus actuaciones (sean como Lohengrin o Parsifal) y creo que es un gran Tannhäuser. Lise Davidsen, si nada se tuerce, está llamada a ser la gran cantante wagneriana de las dos próximas décadas. Posee una voz de amplios registros, timbre bello, fiato y proyección apabullantes y un canto irreprochable en toda la tesitura. Su actuación transmitió frialdad en lo actoral, supongo que adaptándose a la dirección escénica, pero su Elisabeth es una mujer que sabe lo que quiere, fuerte, lejos de esas voces remilgadas que triunfaron en este papel tan bello y tan de Wagner. Un lujo el Wolfram de Ludovic Tézier. Pero es que Tézier es un lujo en cualquier papel, es un barítono que enamora con un timbre que con los años se va haciendo más oscuro, pero no pierde esa pátina aterciopelada que luce, gracias a su gran maestría, en partes tan maravillosas como la Canción de la estrella. Una gran Venus la que nos brindó Elena Pankratova, que transmitió con su canto la sensualidad, el erotismo que no podíamos apreciar escénicamente. Magnífica. Muy destacado también el Hermann de Stephen Milling y todo el resto de caballeros. Y como siempre de quitarse el sombrero ese coro de la Bayerische Staatsoper que muestra una riqueza de matices espectacular, sobre todo, en esta ópera, la cuerda masculina. Otro lujo de la función.
 
Ya se dijo que Tannhäuser es una ópera que eminentemente enlaza con el romanticismo y forma parte de él, tanto por temática como por su musicalidad. Es verdad que lleva el sello de Wagner pero no es todavía el compositor que conoceremos después, más personal e individualista. Todavía admite las influencias y aquí son palpables. La directora Simone Young siguió ese camino (la vertiente más romántica de la partitura) en su interpretación de la obra. Sobre todo en los momentos orquestales eso repercutió en una lentitud, un recreamiento que casi rozó la lasitud, pero Young supo mantener el pulso y sacarlos adelante. Salvo estos pasajes, el resto de su dirección fue canónica y experimentada, propia de un auténtico kapellmeister (ya se puede ir buscando el femenino de este sustantivo alemán, hay grandes mujeres directoras que vienen arrasando en estas partituras y en todas las del repertorio). Hubo algún conato de abucheo en su saludo al principio del tercer acto, pero lo único que eso provocó fue una sonora ovación de la inmensa mayoría del público.  Otra vez: confieso que ya no sé cómo calificar, qué más decir, cómo ensalzar sin caer en el rídículo, el trabajo de la Orquesta de la Ópera de Baviera. Es una máquina (viva, palpitante, humana) perfectamente compenetrada, obediente a la batuta y magistral en la ejecución. Gran actuación de todo el metal y de la cuerda (brillantísima arpa) con unos violonchelos espectaculares cerrando la Canción de la Estrella, una interpretación para el recuerdo.
 
Foto: Bayerische Staatsoper.