Volodin Fedoseyev Auditori19 

Rusofília

Barcelona. 08/05/19. Auditori de Barcelona. Ibercamera. Chaikovsky: Concierto para piano núm. 1, en si bemol menor, op. 23. Shostakóvich: Sinfonía núm. 5, op. 47. Orquesta Sinfónica Chaikovski. Alexei Volodin, piano. Dir. musical: Vladimir Fedoseyev.

¿Qué mejor que una orquesta rusa, dirigida por un ruso y un pianista ruso para escuchar a Chaikovsky y Shotakovich? La obviedad trampa de la pregunta y/o de la respuesta no debería sorprender a nadie, y sin embargo, existe un ‘sonido’ eminentemente ruso que hace aflorar esta orquesta, la antigua Sinfónica de la Radio Soviética, en manos del que es su director titular desde hace ya más de cuarenta años, el mítico Vladimir Fedoseyev. Se presentó esta historia viva del sinfonismo y el podio ruso en el Auditori con el no menos reconocido pianista Alexei Volodin (San Petersburgo, 1977), un músico muy querido por Ibercamera pues esta es su novena presentación en sus temporadas. 

Chaikovsky tienen muchas obras populares e icónicas, pero pocas tan representativas como el concierto número 1, con esos acordes iniciales que parecen anunciar una tormenta romántica rusa de fuerza siberiana. Sorprendió la lentitud, casi se diría laxitud del tempo escogido por Fedoseyev, quien en los primeros acordes con la orquesta, de sonido rotundo y algo hosco, acompañaron el piano refinado de Volodin. El pianista ruso aportó sensibilidad, recogimiento del sonido y matices, en un primer movimiento que contrastó por lo agreste del sonido sinfónico con el crisol desde las teclas creado por Volodin. La falta de ligereza impuesta desde el podio pareció querer arrastrar las notas del piano entre la variada y multicolor orquestación, con su eco beethoveniano por momentos o con su originalidad que parece anunciar al Gershwin del futuro en otros. 

Volodin siempre fue un espejo clarividente desde el piano, demostró técnica, fluidez y sensibilidad con una dignación grácil, limpia y aportando el color que le faltaba a la orquesta. Entradas en tutti algo caídas, falta de incisión y acordes poco certeros desde el podio de Fedoseyev que fueron mejorando en el desarrollo de los casi veinte minutos que dura esta maravilla sinfónico pianística que puede dejar sin aliento al público. No fue así en este caso, a pesar de la mejora general del segundo movimiento, un Andantio semplice donde la orquesta atinó mejor el clima camerístico del inicio con unos instrumentos de viento, flautas y oboe, resueltos y aportando la calidez requerida. Volodin recogió también su sonido, con un enfoque intimista que contrastó con la pesadez decimonónica del primer movimiento. Todo sonó más orgánico y empastado, ahora si pareció que pianista y director fueran en el mismo camino de una lectura bien asimilada y compartida.

El tercer movimiento se resolvió con mejor empatía, resaltó el virtuosismo de Volodin y la frescura de las cuerdas de la orquesta, en un diálogo más creativo y con un uso de las dinámicas colorido y brillante. La viveza de los arpegios desde el piano de Volodin, las ráfagas de los vientos y unas cuerdas, ahora sí, que transmitieron viveza y un sonido más resolutivo y expresivo. Aplausos y un bonito bis de Volodin, quien interpretó un preludio en Re mayor de Rachmaninov donde demostró porqué sigue siendo un pianista de sonido preciso y evocador.

Volodin Auditori19

 

Con Shostakovich el mundo parece otro, y más después del romanticismo efervescente y cálido de Chaikovsky. Fedoseyev, con sus asombrosos 86 años bien llevados, trabajó conoció y compartió amistad con Dmitri Shostakich, su lectura pues nace de una raíz personal elaborada por los años de carrera y su conocimiento del repertorio ruso. Sea como fuere, los colores de la orquesta, el ambiente y la perspectiva cambiaron radicalmente desde el inicio oscuro y enigmático del primer movimiento de la 5ª sinfonía de Shotakovich. Un escalofriante y a la vez extraño y sereno lirismo contemplativo cubrió como una pátina el inicio, donde la visión de un hombre optimista frente a la adversidad de la vida se evidenció en una lectura llena de lirismo.

Lejos de la agresividad rítmica de otras lecturas, Fedoseyev aportó una tensión gradual, donde el dramatismo se abocó en un clímax intimista como final del Moderato inicial, buen trabajo del violín solista y de la flauta para desvanecer el sonido con esas notas de la celesta que cierran igual que al inicio de la sinfonía con una bruma de extrañeza y misterio. El Allegretto fue una feliz combinación del marciale y el ritmo cantabile con el bufonesco tema. La percusión se lució, así como el concertino, a pesar de la entrada en falso de los clarinetes. Las cuerdas en pizzicati se deslizaron con juguetona elegancia y se creó un clima característico de la personalidad musical de Shotakovich.

En el Largo, la construcción de una atmósfera entre fúnebre y colorista, se enriqueció gracias a unos sugerentes glissandi, donde se remarcó el carácter intimista. Un pianissimo a lo Mahler recorrió la orquesta, con un juego de colores y matices donde la flauta errante apareció como un espectro al igual que el solo del oboe. Es cierto que pareció que los chelos perdieron fuerza dramática, pero la exhalación final del movimeinto, como un suspiro humano que coge aire para empezar con fuerza el cuarto tuvo un efecto catártico. 

El Allegreto non troppo explosionó con impetuosa fuerza, lleno de brillo para lucir el drama y frenesí de una orquestación esplendorosa. El carácter rítmico herencia del mejor Chaikovsky y el virtuosismo de un orquestador en la estela de un Richard Strauss, se fusionaron para finalizar en un movimiento que fue un delirio sonoro. La impactante reacción del público, como no puede ser otra después de una sinfonía como la 5ª de Shotakovich, hizo que Fedoseyev regalara un bis para revertir la sensación anímica trascendental y tornar a lo festivo con una feliz y vistosa danza de los trileros de la Dama de la nieve de Rimsky-Korsakov.