JerusalemTheaterBonn

Por vez primera en Alemania

Bonn. 09/04/2016. Oper der Stadt Bonn. Verdi: Jérusalem. Sébastien Guèze, Anna Princeva, Franz Hawlata y otros. Dir. escena: Francisco Negrin. Dir. musical: Will Humburg

Jérusalem es la primera ópera compuesa por Verdi para la Ópera de París, que le había encargado una Grand Opéra a la francesa. Como los plazos urgían, escogió adaptar I Lombardi alla prima crociata de 1843. Pero Jerúsalem es en realidad mucho más que una mera adaptación de esa música para acomodarla al estilo francés, no sin ironía: empleo muy marcado de las trompas (en particular en la obertura, que no tiene nada que ver con el comienzo de I Lombardi), fragmentos insertados aquí y allá, reorganización de las arias, etc. El resultado fue tan diverso respecto del original que tras su estreno, a su regreso en Italia, se tradujo la obra como Gerusalemme, sin gran éxito. Respecto a I Lombardi, el estilo de Jérusalem es más pesado, con un color más oscuro, sin un legado belcantista tan marcado, más próximo en cierto modo al estilo de Meyerbeer, si bien la música de Verdi tiene más color y más ritmo.

Desde el punto de vista vocal las diferencias son notables, con una exigencia mayor sobre todo en el caso del tenor, al que se requieren agudos casi imposibles (Duprez fue el responsable del estreno...), medias voces, filados... en una escritura muy familiar con la que encontramos en el Raoul de Les Huguenots. Si bien la trama es más o menos la misma en ambos casos, más allá de la sustitución de Milán por Toulouse, en el caso de Jérusalem todo parece más lineal y simple, lo que redunda en la impresión general de que se trata de dos obras en el fondo distintas, amén de las marcadas diferencias de orquestación y organización musical.

Jerúsalem no se había presentado nunca antes escenificada en Alemania, por lo que esta produccion del teatro de Bonn, aunque con el ballet omitido, es un estreno absoluto. Ciertamente, para esta ocasión parecía oportuno y esperable contar con una versión íntegra, que incorporase el ballet, pero no ha sido así. La dirección de escena confiada a Francisco Negrin no intenta trasladar la acción al Medio Oriente contemporáneo, sino que busca una recreación "histórica" en estilo medieval. Sorprendentemente escoge una vía distinta, con alusiones a la Jerusalén celeste, proyectando al inicio referencias al Limbo, al Purgatorio y al Infierno. Negrin se aproxima más a la Divina Comedia que a la leyenda dorada de las Cruzadas, según la idealización de las mismas que fue moda a comienzos del siglo XIX. No hay aquí corazas o yelmos sino un vestuario más bien estilizado, obra de Domenico Franchi. Tampoco hay castillos, no hay harem, sino una escenografía única: una suerte de tunel, proyectado al infinito hacia una última luz, como si fuese una recreación de los círculos del Infierno dantesco, con luces violentas, bailes infernales y una representación del héroe Gastone como si fuese un Cristo. No hay en verdad mucha dirección de actores, perfilados más bien de un modo tradicional, recurriendo si acaso a cuadros algo más abstractos o a visiones de vocación infernal, como en las pinturas de El Bosco, sin que haya una opción expresa por el misticismo como hilo vertebral de la propuesta. ¿Para qué buscar inútiles referencias teológicas si la cruzada es vista en el libreto como un marco pintoresco, poco más que una estampa fácil al servicio de un misticismo de supermercado? ¿Por qué no atreverse a un trabajo alla Excalibur, evocando una Edad Media mítica, casi propia de evocaciones infantiles, que podría encajar mejor con la trama? Si bien la escenografía de Paco Azorín es sugestiva y está bien resuelta, en su rigidez termina por resultar una propuesta pobre.

Más interesante es la dimensión musical, en este caso. La dirección de Will Humburg, que persigue en Bonn un ciclo en torno al joven Verdi (el año pasado con Giovanna D´Arco y con Attila la próxima temporada), es por lo general viva, capaz de resaltar la particularidad de la música del "Verdi francés", dando singular relieve a los metales al tiempo que logra un trabajo mórbido y ligero de las cuerdas, sin avasallar a las voces, comandando una Beethoven Orchester ciertamente precisa. Sin embargo, no es Humburg una batuta siempre clara en sus indicaciones a los artistas, con algún desajuste importante entre coro, cantantes y orquesta. También el coro está notable, sobre todo por la claridad de su dicción, así como por su empeño y su volumen, bien administrado por su director Marco Medved.

El reparto, donde hay un equilibrio entre jóvenes valores y voces más experimentadas, se desempeña con oficio y entusiasmo, si bien a menudo con poca adecuación estilística a este repertorio. Muchos de ellos tienen dificutlades con la lengua: no tienen la fluidez requerida, con algunos sonidos forzados, interrumpiendo a menudo la limpieza necesaria en la línea de canto. A pesar de ello se trata de voces a menudo bellas y sonoras. Es el caso sobre todo de Priit Volmer (Adhémar de Monteil) que no obstante tiende a gritar en el agudo, incapaz de domeñarlo; y algo semejante sucede con Csaba Szegedi, que es no obstante un correcto Comte de Toulouse.

Concoemos sobradamente a Franz Hawlata, interprete más familiarizado con Wagner (Hans Sachs) y Strauss (Sir Morosus o La Roche) que con este repertorio. La voz, de timbre grave y sonoro, carece ya de firmeza en el agudo y tampoco presenta el legato y la dicción que pide el estilo francés. Pero Hawlata es un gran actor, un artista que sabe buscar colores y se entrega con profundidad, confiriendo al rol una rara intensidad, sobre todo en los últimos actos, donde consigue otorgar al papel de Roger un halo ciertamente conmovedor, demostrando que la técnica por si sóla tampoco conduce a ninguan parte si no hay detrás una verdadera encarnación del personaje. De modo que, incluso con sus defectos, cabe aplaudir el trabajo de Hawlata.

Sébastien Guèze, único cantante francés del reparto, defiende la parte de Gaston con garbo y con presencia luminosa. El timbre es agradable y la suma de entrega, juventud y frescura dan a su personaje un carisma notabe. Sin embargo, demasiado pendiente de la voz en el centro y en el primer agudo, el sobreagudo le plantea serias dificultades, resolviendo esas notas con gran irregularidad, a veces de un modo demasiado brusco: Guéze no tiene en su repertorio, orientado más bien hacia finales del siglo XIX, papeles que le permitan llegar preparado a este particular estilo. La sala no demasiado grande del teatro de Bonn conviene por fortuna sus medios, donde la voz suena bien proyectada, capaz de controlar las medias voces, a pesar de una cierta y general falta de adecuación vocal entre su instrumento y la parte. Es loable hacer incursiones en otros repertorios, explorar los propios límites, pero la voz de tenor es frágil y conviene quizá añadir otro tanto de prudencia. Sébastien Guèze se muestra no obstante valeroso en el papel, que afronta con franqueza y dinamismo, agradando por lo general al público. 

Anna Princeva es la intéprete del papel de Hélène, parte difícil pues oscila entre el dramatismo y el lirismo, con exigencias amplias en todo el espectro vocal. Su repertorio va de Traviata a Abigaille, lo que significa que posee una voz potente y dúctil, orientada más bien hacia los dominios de una lírico spinto. Anna Princeva salva con honores la papeleta, a base de un buen control del instrumento, que suena mórbido y seguro, heróico en el agudo y bello en las medias voces y los filados. En escena resulta convincente y consigue con Guèze establecer una pareja sensible y conmovedora, lo que es un mérito en este repertorio y ante la dirección de escena buscada por Negrin. 

A pesar de todas sus imperfecciones, pues, una representación estimulante que explica el continuado éxito de público y taquilla de estas funciones, que han colgado el cartel de "no hay entradas" desde su estreno en enero hasta hoy.