Carmina Burana VictoriaEugenia 19

Banalizar lo banal 

04/07/2019. Donostia. Teatro Victoria Eugenia. Carl Orff: Carmina Burana. Solistas, Coro y Orquesta CB Creatives. Dirección escénica: Carlos Padrissa y La Fura dels Baus. Dirección musical: César Belda.

En los últimos tiempos he podido leer en alguna de las revistas especializadas de música clásica distintos artículos en los que se relativiza la importancia de Carmina Burana, la obra más conocida de Carl Orff (1895-1982) y una de las más populares, en el sentido estricto de la palabra, del siglo XX clásico.

Se ha reprochado al compositor buscar en esta cantata más el impacto fácil que la profundidad y el rigor histórico en una obra que bebe directamente de la Edad Media y que con un lenguaje musical sencillo busca la respuesta emocional inmediata del oyente; este recibe una vez tras otra frases efectistas en forte, con repeticiones de estrofas sin apenas variaciones, haciendo de su música algo fácilmente identificable además de lo relevante que es el uso de la percusión. Carmina Burana camina, en cierta forma, en dirección contraria a gran parte de la música culta centroeuropea y en los mismos años en que Richard Strauss andaba con Arabella o Alban Berg trataba de terminar Lulu, por mencionar estéticas distintas aunque complementarias, Carl Orff caminaba por las líneas sencillas de la cantata que nos ocupa. La obra fue estrenada en Frankfürt en 1937 y desde un principio tuvo un éxito importante, en parte por la protección que otorgó a la misma el régimen nazi.

Así pues parece abierta entre quienes saben de música una reflexión acerca de la supuesta banalidad de la obra; y si en el concierto que justifica esta reseña se tiende a banalizar lo banal, acabamos haciendo una propuesta musical que, al menos a un servidor, le pareció en gran medida inaceptable. En las próximas líneas trataré de justificar tal aserto.

Entiéndase que hablamos sobre todo de la parte musical ya que la parte escénica requiere atención especial. Pero en lo que se refiere a la música decir que distintos condicionamientos hacen prácticamente imposible hacer una valoración razonada de la interpretación escuchada, y es que la excesiva amplificación de todos los componentes del concierto en un recinto relativamente pequeño como es el Teatro Victoria Eugenia donostiarra hacía incluso molesta la escucha de algunos momentos. Entre los solistas destacar el timbre del barítono (¿Carles Daza? Es que aparecen tres nombres en el programa de mano y no se especificó desde la organización de quién se trataba) mientras que el contratenor Lluis Frigola respondió de forma suficiente a su caracterización de pollo en el momento previo a ser asado, colgado a varios metros de altura en una grúa que simulaba ser el pincho de las pollerías veraniegas. 

En cuando a la soprano, Ampara Navarro, sin poder atender al volumen de su voz por la amplificación, solventó de forma suficiente In trutina mientras que lo que hizo con el Dulcissime fue inenarrable: una cosa es tener dificultades con el sobreagudo y otra bien distinta hacer variaciones personales sobre lo dispuesto en la partitura hasta hacerla irreconocible.

El coro, situado según sexos a derecha e izquierda del escenario y delante del director, sufrió lo indecible para conseguir cierta coordinación en las entradas; demasiados desajustes en los inicios de cada número que se iban solventando según avanzaban los mismos; a esto se añade un insuficiente empaste sobre todo entre las voces masculinas y falta de contundencia “natural” por la escasez de voces (apenas dieciséis cantores estaban presentes), siendo ello suplido por la ya reiterada y excesiva amplificación. Por supuesto, este coro asumió también las partes destinadas a la escolanía, inexistente en esta versión.

Como Carmina Burana ronda los sesenta minutos la organización ha decidido que hay que darle más empaque al concierto así que César Belda aparece como autor responsable de una introducción musical de unos quince minutos y de interés muy relativo, aportando poco o nada a la cantata principal.

En la parte escénica esta versión de Carmina Burana no nos descubre nada nuevo. Se pudo ver en esta ciudad en agosto de 2009 y en el Kursaal, inaugurando la Quincena Musical con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y el Orfeón Pamplonés; diez años más tarde la hemos podido escuchar en versión de dos pianos y percusión y con un coro minúsculo. Gran salto dado hacia atrás.

Ya se sabe el gusto de La Fura dels Baus por las máquinas, las alturas y las grandes estructuras. El cilindro central nos retrotrae al que se utilizó en el Festival de Salzburgo, en 1999, con La damnation de Faust, de Hector Berlioz y que supuso la presentación del Orfeón Donostiarra en tan famoso lugar. Entonces, el cilindro era casi el escenario mismo donde se desarrollaba la acción dramática; ahora, la estructura más pequeña y simple (en definitiva, más fácil de transportar) apenas se utiliza como pantalla gigante donde se nos proponen distintas imágenes y, esporádicamente, como lugar de transición entre las distintas escenas. En definitiva, y a pesar de reconocer de la existencia de momentos llamativos y espectaculares, nada nuevo bajo el sol. 

En cuanto cayó la última nota la respuesta de gran parte del público fue de aprobación e incluso de entusiasmo. He de reconocer que dadas las circunstancias uno sale del teatro pensando en que es el “bicho raro” de la función pero no lo puedo evitar. Carmina Burana, aunque desde su estreno pide propuesta escénica es, sobre todo, una obra musical y el arte musical requiere de algunas condiciones concretas que no se han cumplido en este caso. Por ello creo que el concierto fue decepcionante y poco adecuado para conocer la obra.

Bien está que se hagan esfuerzos por popularizar la música clásica; bien que se saque la misma de los teatros convencionales para buscar nuevos escenarios, más accesibles para aquellos alejados de los convencionalismos de la música clásica. Pero si ayer alguien escuchó por primera vez esta obra habrá obtenido del concierto una idea equivocada de la misma pues la propuesta vista en Donostia se basa más en el efecto gratuito, tanto escénico como musical, más que en el valor estrictamente musical de la obra. El Teatro Victoria Eugenia está lejos de ser un lugar adecuado para este tipo de conciertos y aunque la propuesta tiene tirón popular que no se puede ni se debe ocultar, musicalmente deja mucho que desear.