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El lobby ataca de nuevo

Munich. 10/07/2019. Bayerische Staatsoper. Strauss. Salome. Marlis Petersen (Salome) Wolfgang Ablinger-Sperrhacke (Herodes), Michaela Schuster (Herodias), Wolfgang Koch (Jochanaan), Pavol Breslik (Narraboth), Rachael Wilson (Un paje). Orquesta de la Bayerische Staatsoper. Dirección de escena: Krzysztof Warlikowski.  Dirección musical: Kirill Petrenko.

No tengo la menor idea de la filiación sexual de Krzysztof Warlikowski, pero de lo que sí estoy seguro es de que forma parte de ese grupo, de ese lobby, de directores de escena (generalmente gays pero también con algún hetero descarriado) que domina y tiraniza el panorama teatral del mundo operístico, especialmente el alemán. Y no hay más que ver la propuesta para la Salome que abre el Festival de Ópera de Múnich para darse cuenta de que es uno de sus más destacados representantes. Excepto sexo explícito, su puesta tiene de todo: cambio de época, historias paralelas que nada tienen que ver con el libreto original, cambio de sexo de algún personaje… un dislate en resumidas cuentas. Pero ¡qué dislate más inteligente! Un trabajo escénico de primera categoría (apoyándose en un grupo de grandes cantantes-actores) y una visión especialmente enriquecedora (a mi parecer, claro está) de la historia de la hija de Herodías. 

Las lecturas de estas puestas tan diferentes, con tantos elementos, a veces tan contradictorias, son puramente personales. Yo no leo nunca las explicaciones que suelen dar los directores de escena en los programas de mano. Entiendo a quien reivindica que no haya que buscar explicaciones, que todo se entienda al ver la representación, pero también me parece un ejercicio sano y un reto intelectual sacar tus propias conclusiones de lo que estás viendo. Sobre todo, como ya he dicho, cuando es evidente, para afines o detractores, que este no es un trabajo baladí, sino fruto de un esfuerzo evidente. Warlikowski nos plantea una Salome que sale del palacio de Judea y se traslada a una casa de la burguesía judía de cualquier capital alemana o austriaca. Una burguesía integrada en la sociedad que le toca vivir (hay una especie de pequeño prólogo donde se scucha el primer lied de los Kindertotenlieder de Mahler –Nun will die Sonn' so hell aufgehn–, el prototipo de judío adaptado, tanto que incluso se hizo católico para poder dirigir la Ópera de Viena), pero que también es respetuosa, por lo menos en las formas, con la tradición judaica.

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Son los años treinta del siglo pasado (la excelente escenografía y el vestuario de Małgorzata Szczęśnia nos lo indican claramente) y la amenaza de la deportación (o el exterminio) está latente, es completamente palpable y marca el destino de todos los protagonistas. Una gran sala-biblioteca sirve de marco para la obra, donde destacan, en la primera parte, los intentos de Salome, mujer caprichosa y rebelde, de poder ver al enclaustrado Jochanaan. El soldado Narraboth es convertido en una especie de prometido de Salome que, como en el original, no le hace ningún caso, y (gran idea) el paje de Herodías (un travestido en el original) es ahora otra burguesa enamorada a su vez de Narraboth. Éste, al fin, cede a las súplicas de la princesa y libera al profeta. Se abre el escenario dejando ver una piscina (más olímpica que la del palacio de Herodes) de donde sale un Jochanaan que tiene un indudable parentesco con el soldado-burgués, como si fuera una especie de tío loco de la familia al que tienen encerrado para que no moleste con sus profecías pero que es realmente el más cuerdo de ese mundo tan corrupto. A partir de ahí la obra se desarrolla con multitud de detalles que sería prolijo enumerar pero que recrean perfectamente esa doble moral en la que se envuelve la historia: el cumplimiento de los ritos y la ley judía mezclado con una sexualidad evidente y frustrada en los principales personajes. El trabajo que realizan los cantantes es hercúleo sobre todo en el caso de la protagonista y también de Narraboth y Herodes. Incluso Jochanaan es mucho menos hierático y distante que en otras producciones. La danza de los siete velos, de una belleza musical excepcional (luego hablaremos de ello) mezcla lo naïf (con unas proyecciones en la pared del fondo de una bella animación de Kamil Polak sobre los frescos que adornaban la sinagoga de Chodorow, en Ucrania, destruida en 1941) con el baile sensual de Salomé con una pareja masculina, emuladora por su maquillaje de la muerte. Es sólo una muestra de esta producción que hay que ver, no contar, porque la pluma se queda corta y no es fiel a la visión de conjunto que le da sentido (según cada espectador) y que la hace especial e impactante.

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Un nombre: Marlis Petersen. Su Salomé es total. Como cantante, como actriz, como bailarina. Vocalmente está impecable en este endemoniado y maravilloso papel que creó ese genio llamado Richard Strauss. Agudos limpios, graves bien colocados, un centro impresionante y, sobre todo, ese recitar cantando el maravilloso texto del muniqués adaptando la obra de Wilde. Es una entrega absoluta la de esta artista en el escenario, arrebatadora en todo momento, ofreciendo hasta un fiato impecable cuando su trabajo actoral es agotador. Simplemente extraordinaria, a pesar de que sus coordenadas vocales distan de las habituales entre las intérpretes de este papel, de medios mucho más dramáticos que los suyos. A su lado brillan sobre todo el Herodes de Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, un tenor bregado donde los haya en el repertorio germano, y que crea un Herodes con ese punto de histrionismo necesario pero sin excesos. Fabuloso. También la Herodias de Michaela Schuster a la que este papel se le queda corto para sus estupendas cualidades, esas que volvió a demostrar en esta representación: potente emisión, voz perfectamente adecuada al rol, presencia escénica impecable. No es fácil el papel fundamental de Jochanaan y el gran Wolfgang Koch supo mantener esa nobleza y elegancia en el canto que le caracteriza, aunque la voz se notara fatigada y la proyección y el volumen no fueran los ideales para una parte que sobre todo tiene que impresionar. Correcto el Narraboth de Pavol Breslik al que le faltó mayor volumen aunque estuvo espectacular como actor. Estupenda Rachel Wilson como Paje de Herodías y muy bien escogido el amplio plantel de comprimarios que son soldados, judíos o nazarenos.

Petrenko. ¿Y ahora que digo? Los que lo admiramos nos repetimos, los que proclaman que no es para tanto comentarán que volvemos a exagerar. Es igual. Kirill Petrenko es historia. Cada partitura que le oigo es una nueva sorpresa. Su Strauss es de una riqueza de matices infinita, es sosegado, sin algarabías, sólo en forte en los momentos instrumentales, siempre buscando el lado más impresionista de la partitura, lo que tiene ésta de futuro más que lo que debe al pasado, pero sin olvidar el sello straussiano de las cuerdas, ese que perdurará hasta Capriccio. Pero también es cinematográfico, creando momentos a lo Hitchcock, de misterio e intriga que rodean el drama. Genial. Atentísimo al escenario, dio cada entrada, marcó cada compás, cada nota de la partitura. Y claro esa Bayerisches Staatsorchester, la reina del foso del Teatro Nacional de Múnich, esa joya que suena como una máquina perfectamente engrasada pero con vida, latiendo en cada arranque, en cada frase, con unos vientos imperiosos pero a la vez serenos y una cuerda en estado de gracia. Maravillosa.

Pese a quien pese, el lobby sigue vivo. Larga vida a la inteligencia y al talento. 

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