Die_Liebe_der_Danae_2025_M.Bystroem_c_M.Ritterha__3_.jpg© Monika Rittershaus 

Dorada decadencia

Munich. 19/07/25. Nationaltheater. R. Strauss: Die Liebe der Danae. Malin Byström (Danae), Andreas Schager (Midas), Christopher Maltman (Jupiter), Vincent Wolfsteiner (Pollux), Erika Baikoff (Xanthe), Ya-Chung Huang (Merkur), S. Dufresne (Semele), E. Sotnikova (Europa), E. Sierra (Alkmene), A. Amereau (Leda). Orquesta, coro y bailarines de Bayerische Staatsoper. C. Heil, dirección del coro. Claus Guth, dirección de escena y corepgrafía. S. Weigle, dirección musical. 

¿Cómo se puede componer una ópera de semejante complejidad técnica-orquestal y vocal? ¿Cómo en tiempos de plena II Guerra Mundial y en Alemania?…Son preguntas que se le vienen a uno a la cabeza y solo hay una respuesta clara: Richard Strauss. Escogido por el gobierno nazi como “El” compositor del régimen, la polémica ambivalencia del creador de Salomé y Elektra, frente a una realidad que estallaría como todos sabemos, es algo que todavía debaten musicólogos, críticos, historiadores y amantes de la música en general.

Porque si algo está claro es que Richard Strauss es uno de los grandes creadores líricos de la historia y esta, poco representada, por extremamente difícil, Die Liebe der Danae, es un precioso y decante ejemplo del Strauss tardío, desencantado de la existencia, condicionado por una política genocida que sufrió en sus propias carnes pues su nuera era de ascendencia judía al igual que libretistas de sus mejores óperas como Hugo von Hofmannsthal o Stefan Zweig.

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Curiosamente y en esta nueva producción estrenada el pasado febrero y firmada por el siempre estimulante Claus Guth, aquí no hay ninguna referencia política o lectura ética al respecto. Simplemente, que no es poco, un video final coincidiendo con los últimos compases de la ópera, donde se ve a un anciano Richard Strauss paseando tranquilamente en su jardín de Garmisch-Partenkirchen…y que el espectador lea o interprete lo que quiera.

Guth basa la lectura de su producción en la venta del amor, la de Dánae, hija del Rey Pollux, aquí una suerte de Trump empresario que no duda en vender a su propia hija al Rey Midas por la falta de líquido y bancarrota en la que está sumergido. El inicio de la ópera, con una Danae posando como para un catálogo, deja clara las intenciones de Guth respecto a Danae, una mujer objeto que busca su lugar en medio de una realidad patriarcal donde las belleza se compra, se alquila y se mercadea.

La estética kitsch, de dorados imposibles, cercana a las de las bodas gitanas o zíngaras, una moda de baja estofa de extrarradio y mucho dorado falso, ayudan a la gran metáfora de que el dinero ni da la felicidad ni compra el buen gusto. Un trabajo que funciona en su cotidiana escenografía de una empresa en decadencia, con proyecciones de una gran ciudad que sufre las inclemencias de una gran guerra (posible conexión, pero anecdótica, con el contexto histórico de Strauss cuando creó la partitura de esta ópera), y un horterismo muy marcado en la linea germana del Regieteather.

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Como siempre con Guth, el trabajo actoral da sus frutos siempre en relación a las capacidades teatrales de sus protagonistas. En este apartado hay que alabar la elegancia postural, naturalidad teatral y sofisticación musical de una Malin Byström prácticamente perfecta.  Es cierto que Byström no posee un instrumento especialmente potente, ni una proyección soberana como otras sopranos líricas necesarias en este repertorio, pero su timbre sedoso, su musicalidad extrema y una técnica depurada como un diamante, la alzan como una protagonista ideal.

Como amante correspondido, el Midas de Andreas Schager apabulla con su reconocido instrumento de Heldentenor, sonoro, rocoso y potente. No sufre en ningún momento en un rol al alcance solo de los privilegiados. Lástima que no posea ni la sofisticación que demanda la partitura, ni la elegancia dramática de su pareja escénica. Con un fraseo más bien tosco y con un juego de matices parco y monolítico, Schager domina la tesitura pero no su interpretación musical. Con todo hay que reconocerle la audacia canora que supone defender con holgura un papel tan inclemente y de tal exigencia vocal, en la linea de los roles tenores más complejos de Richard Strauss.

El trio perfecto protagonista lo firmó un Jupiter absolutamente pletórico de Christopher Maltman. El barítono británico se encuentra en un momento de espléndida madurez vocal e interpretativa, que demostró con unas prestaciones dignas de un cantante en plenitud. La voz sonora, el timbre broncíneo, ¡qué salida tan impacatante tuvo en medio de la tormenta orquestal straussiana!. La voz siempre presente, un fraseo, aquí sí, trabajado, cuidando un texto de manera proverbial, con una articulación soberana y dejando claro que es uno de los barítonos ideales actuales para este repertorio. Su actual Wotan en la ROH se le nota en la contundencia de la tesitura, en la nobleza del canto y en la aparente facilidad de una emisión siempre plena, desbordante de armónicos ademas de un actor más que notable.

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Del resto de solistas ya menos protagónicos cabe mencionar el Merkur de Ya Chung-Huang, a quien Guth gusta de caracterizar como una suerte de Loge frente al “Wotan” del Jupiter de Maltman, un paralelismo que funciona a la perfección. También hay que destacar la belleza tímbrica de la soprano Erika Baikoff, en su corta pero hermosa intervención como Xanthe y la carismática interpretación del rey Pollux, caracterizado como Trump por el tenor Vincent Wolfsteiner.

Impecables la examantes de Jupiter, Sarah Dufresne (Semele), Evgeniya Sotnikova (Europa), Emily Sierra (Alkmene), Avery Amereau (Leda), en una suerte de cuarteto heredero de las Dríades, Náyades y Ecos de Ariadne auf Naxos. Igualmente los Vier Könige: Paul Kaufmann, Kevin Conners, Bálint Szabó y Martin Snell.

Mérito musical de toda esta felicidad operística la tuvo el foso, con una grandiosa prestación de la superlativa Bayerische Staatsochester, una formación que en este repertorio parece no tener rival. El especialista al podio, Sebastian Weigle, firmó una actuación en las linea de los grandes Kapellmeister de la tradición germana. Mantuvo el pulso dramático sin caídas de tensión, cuidó a los cantantes que han de sobreponerse a una orquestación directamente heredera de Die Frau ohne Schtatten, esto es, la más densa y potente de la pluma straussiana.

Las secciones de la orquesta brillaron en esplendor desde las cuerdas de un intenso lirismo dorado en la senda mítica de la historia, con unas maderas dulces y presentes y unos metales puro fulgor en competencia con una percusión que tronó en los finales de acto haciendo temblar la gran sala del Nationaltheater.

Un éxito artístico que vuelve a reivindicar la Bayerische Staatsoper entre las mejores compañías de ópera mundiales. Con este título, la Opera de Munich ha querido celebrar el 150 aniversario de su Festival de verano, el más antiguo del mundo, solo un año más antiguo que el wagneriano de Bayreuth. Un Festival que ha estrenado dos nuevas producciones, Pénélope de Fauré y un Don Giovanni, y que ha vuelto a poner en escena producciones estrenadas en esta temporada como esta Die Liebe der Danae, entre otras. Una oportunidad única de disfrutar de una ópera rara protagonizada por un trio aparentemente insuperable. Richard Strauss en su máximo esplendor.

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Fotos: © Monika Rittershaus