Terfel portrait 2019 

Quien tuvo, retuvo

11/07/2019. Munich. Teatro Nacional. Canciones de Ireland, Quilter, Brahms, Schumann, Schubert, Williams. Bryn Terfel, bajo-barítono. Malcolm Martineau, piano.

Es incuestionable que Bryn Terfel es uno de los bajo-barítonos de su generación. Sus recreaciones de Boris, el Holandés o Wotan son apreciadas por los aficionados. Aunque más conocido por sus papeles operísticos, Terfel, desde el principio de su carrera, ha cultivado el mundo de lied y la canción inglesa. Con estas credenciales se presentaba en el Festival de Ópera de Múnich y con un programa que recorría especialmente el mundo de la canción inglesa (y galesa tradicional) a caballo entre los siglos XIX y XX con una más corta incursión en el romanticismo alemán de la mano de unos lieder de Brahms, Schumann y Schubert.

Lo primero hay que decir es que la voz de Terfel ya no es lo que era. Los años no pasan en balde y eso se nota en una emisión menos limpia, en dificultades evidentes en la subida al agudo y en la propia zona alta y en un desgaste general que lastra su canto, sobre todo en las canciones má comprometidas. Pero el sabio y astuto cantante suple estas desventajas con un trabajo exquisito a la hora de la dramatización del verso. Sin casi moverse (estuvo casi hierático toda la parte “oficial” del recital) nos hizo vivir cada emoción que el poema, que la música, transmitía. Además, como dice el título de la reseña, el que tuvo, retuvo, y Terfel aún retiene muchas cualidades: un centro bien timbrado, un grave apreciable y algunos momentos (una frase susurrada, un acento marcado de forma impecable) que te hacen vibrar. 

Seguramente para presentarse en un festival de la categoría del de la capital bávara el programa tenía que tener una cierta enjundia y dificultad. Sin menospreciar en absoluto la canción inglesa, sus dificultades estilísticas y sus exigencias vocales distan de los lieder del núcleo duro del romanticismo. Terfel estuvo mucho más cómodo en los poemas de su propia lengua que en los más comprometidos de la germana. La primera parte se abría con tres canciones de John Ireland (1879-1962), todas sobre textos del poeta John Masefield, y que olían a mar (Sea Fever), a campiña inglesa (Vagabond) y a domingo en la rectoría (The bells of San Marie). Bellas y relajadas melodías que preparaban la voz del cantante y el ánimo del público para el siguiente grupo de melodías firmadas por Roger Quilter (1877-1953), una selección de mayor calado. Sugerente, romántica y bellísima sonó Now sleeps the crimson petal (un poema de Alfred Lord Tennyson), así como triste Weep you no more, sad fountains (siempre con ese delicado, preciso, genial acompañamiento de Malcom Martineau, un auténtico maestro en estas lides y del que luego hablaré) y también incidiendo en esa línea, que podríamos llamar de “neoromanticismo”, fueron las dos siguientes Go, lovely Rose (Edmund Waller) y Fair house of joy (Tobias Hume). Terfel se sintió segurísimo en estos poemas, quizá una de las partes más bellas de todo el recital por su implicación con estos versos llenos de emoción y que le van como anillo al dedo al cantante.

El concierto dio un giro (sobre todo en lo musical, ya que la temática nos había preparado para estas canciones) con los cuatro lieder que forman Vier ernste Gesänge de J. Brahms. Estas canciones serias, compuestas al final de su carrera, en una época de pérdida de personas muy queridas para él, reflejan el dolor, el sufrimiento, la muerte, siempre basándose en textos bíblicos. Son lieder que los expertos consideran el resumen de la esencia de las composiciones vocales de Brahms, con una dificultad nada desdeñable y con una profundidad conmovedora. Terfel tiene muchas tablas y supo lidiar con más experiencia que virtuosismo vocal este L’Alpe d’Huez del tardío romanticismo. Aunque en el último lied (O Tod, wie bitter bist du) sus problemas fueron más evidentes. Disipó cualquier posible duda  con una perfecta interpretación de la única pieza de Schumann, con la que se abría la segunda parte del concierto. Belsazar es un poema narrativo de Heinrich Heine que con su tono elegíaco se adapta perfectamente a las características del cantante galés. Después Schubert; tras un ligero Trinklied (simpático aquí Martineau) y un correcto Ständchen vino un An Silvia con más contras que pros, pues no está la voz de Terfel para darle el tono y el ritmo exigido a tan bellísimo lied.

Un inciso que no debería ser tal. El comentario sobre el trabajo Malcolm Martineau (ampliamente reconocido por el público muniqués cuando saludó en solitario) podría en cualquier lugar de esta reseña. Su labor fue impecable, por algo es uno de los pianistas acompañantes más reputados de la actualidad. Estuvo atentísimo al cantante (bastante menos al revés) y supo dar el contrapunto adecuado a la voz de Terfel. Brilló, con esa elegancia que sólo los grandes poseen, en los momentos solistas (bellísima su coda de Ständchen), pero toda su labor (más regular en calidad y prestaciones que las del galés) fue sobresaliente.

En la recta final del concierto Terfel volvió a terreno más seguro y perfectamente conocido. Las apreciadas The Songs of Travel de Ralph Vaughan Williams las grabó el galés en 1995. En las cinco elegidas (incluida The Vagabond que daba título al álbum) se sintió como pez en el agua, una vez más apoyado en el piano de Martineau. Williams es un compositor de pureza británica y oyendo sus melodías uno, inevitablemente, se traslada a la última noche de los Proms, pero Terfel supo aligerar el tono marcial y “humanizar” las, por otra parte, excelentes, canciones. Para terminar el programa oficial tres canciones galesas (la primera en inglés, las otras dos en gaélico) donde ya el cantante se sintió en casa, más suelto hasta gestualmente. Ya en las propinas fue el genial comunicador que conocemos, primero con una versión un poco extravagante (a Terfel se le perdona todo) de "Son lo spirito che nega"del Mefistofele de Boito y una divertida canción tradicional, "The Green-Eyed Dragon", que hizo las delicias del ya entregado público.

Terfel sigue atrayendo a un público fiel aunque echamos de menos la energía y el poderío de otras épocas. El tiempo pasa para todos.