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Diva se nace, no se hace

Madrid. 14/04/16. Teatro Real. Ciclo Las voces del Real. Obras de Schumann, Massenet, Haendel y Saint-Saëns, entre otros. Harmut Höll, piano. Renée Fleming, soprano.

Porque diva se nace, no se hace y, si hace, hace y deshace como y por donde quiere, el recital de Renée Fleming en el Teatro Real ha sido puro espectáculo, de aquel que sólo las estrellas estadounidenses parecen llevar en la sangre y son capaces de montar sin caer en el ridículo y dejando el sabor a pura maravilla en la mayoría de un público que suele quedar entregado al cantante de por vida. Así ha sido con Fleming, una diva en todas sus coordenadas que ofrece aquello que se le pide. Ni más, ni menos. Es por ello, demostrado ha quedado, que por lo general a las divas hay que saber guiarlas pues, si no, pueden presentarse como un caballo desbocado con recitales que no son sino un patchwork de propinas. Un tanto así ocurrió en su última visita al Real con Jesús López Cobos, en la que comenzó con un inidentificable Rossini y terminó con un esperado Dvorák. Más acertado su recital en Valladolid donde se escucharon varios Strauss, Korngold o Barber y en este último… en este último Fleming está de vuelta de todo. Ustedes ya me conocen, parece querer decir, por lo que voy a cantar lo que me apetezca y voy a pasármelo bien.

El resultado es un programa heterogéneo, sin pies ni cabeza, donde tan pronto se pasa de cantar el Giulio Cesare de Haendel al Amor y vida de mujer de Schumann o napolitanas mezcladas con óperas de Massenet. Agudos acerados y mínima expresividad barroca para interpretar las piezas del compositor de Halle (Bel piacer de Agrippina y V’adoro, pupille de Giulio Cesare), así como un frío Porgi, amor mozartiano nos hicieron recordar tiempos pasados y entender de nuevo que la soprano se encuentra en un momento de pseudo-retirada. Sirvieron pues para calentar voz y piano, en manos de Hartmut Höll, quien no tuvo su mejor noche, sin encontrarse en este inicio ni en el de la segunda parte. Así, dejando a un lado las canciones Aprile, de Tosti; O del mio amato ben, de Donaudy y Mattinata de Leoncavallo, que bien la estadounidense podría haberse ahorrado, lo mejor de la noche se escuchó en el cliclo Frauenliebe und –leben de Schumann, de detallada expresividad a la americana, hacia fuera, no intimista pero sí elocuente en el fraseo, efusivo en la acentuación; y en todo el final oficial del programa, justo en aquel momento en que la Fleming abarcó el repertorio francés.

Un festivo, ligero Je t’aime quand méme de Oscar Strauss como cierre, precedido de dos sensibles y meditadas C’est Thaïs, l’idole fragile de Thaïs y Adieu notre petite table de Manon, sirvieron para demostrar al público que si quiere, puede, y que si no puede, será porque no quiere. Llevó la música a sus formas, intensidad sin afectimos que nos regalaron los oídos y, por último, seguramente lo mejor de la noche en el exquisito Sorirée en mer de Saint-Saëns, sobre versos de Victor Hugo, quien ella misma se encargó de presentarnos micrófono en mano (también del Schumann, cómo si fuese desconocido para el público (!)).

Por si no hubiera sido suficiente, se ofreció una “tercera parte” consistente en seis propinas de los más variopinto e incluso excéntrico. Un Summertime llevado a su manera, ralentizando tiempos, modificando línea de canto con un toque más jazzístico, dio paso al consabido O mio babbino caro, de intachable factura. Tras ello dos sorpresas por las que se recordará el recital: Estrellita, de Ponce, que con poca frecuencia pero que han cantado desde Domingo a Wunderlich; y La Morena de mi copla / Julio Romero de Torres, con abanico en mano agitado cual maraca machinera y precedido por el aviso de la propia cantante: “habéis creado un monstruo”. Kitsch sería la palabra. De ahí a un Somewhere over the rainbow (Renée está pidiendo entrar en Broadway desde hace tiempo) y el sempiterno Morgen como broche final, que ya está empezando a ser como Tell me why para Beverly Sills.

Sabíamos a lo que veníamos, y quien diga que no, miente. Nos lo hemos pasado bien, y quien diga que no, miente.