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Lo contemporáneo

Peralada. 05/08/19. Festival Castell de Peralada. Verdi: La traviata. Ekaterina Bakanova (Violetta). René Barbera (Alfredo). Quinn Kelsey (Giorgio Germont). Vicenç Esteve (Gastone). Laura Vilà (Flora Bervoix). Marta Ubieta (Annina). Carles Daza (Marchese d'Obigny). Stefano Palatchi (Dottore Grenvil). Quintin Bueno (Giuseppe). Toni Fajardo (Servo). Nestor Pindado (Comissionario). Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu. Coro Intermezzo. Paco Azorín, dirección de escena y escenografía. Riccardo Frizza, dirección musical.

"Soy, sucesivamente, ingeniosa, alegre, lánguida, melancólica. Tengo raíces, pero fluyo. Toda de oro, así, fluyendo, le digo a este: "Ven". Ondulando en negro, digo a este otro: "No". Uno se desprende de su puesto bajo la vitrina. Se acerca. Se dirige a mí. Es el momento más emocionante de mi vida. Me estremezco. Palpito. Me balanceo como una planta en el río, fluyendo hacia un lado y hacia otro pero enraizada, para que venga hacia mí. "Ven", le digo. "Ven". Pálido, con el cabello negro, el que viene es melancólico y romántico. Yo soy ingeniosa y parlanchina y caprichosa; ya que él es melancólico, romántico (...) Ahora mis iguales pueden mirarme. Os devuelvo una directa mirada, hombres y mujeres. Pertenezco a vuestro grupo. Este es mi mundo. Ahora tomo esta copa de delgado tallo y sorbo. El vino tiene un gusto drástico..."

Tengo la sensación de que podría estar recogiendo fragmentos de Virginia Woolf en su poderoso Las olas para hablar de La traviata a lo largo de todo este texto. Es lo que tiene la contemporaneidad atemporal (exactamente eso he querido decir, sí) de las grandes obras de arte. Del arte como tal, debería apuntar. Su interconexión y el alcance de su mensaje a cada presente que se sucede. La primera condición suele darse, la segunda es sine qua non para tratarlas como tal: alcanzarnos a todos a través del tiempo. Poco antes, en uno de esos torbellinos en forma de monólogo interior que juegan con estética y tiempo, Woolf escribe: "En tu opulente abundancia, no te olvides de mí". "Detente -dices-. Pregunta por mis sufrimientos". Y si nos viene a recordar a Violetta Valery, es porque La traviata, qué duda cabe, es otra de las grandes obras de arte universales cuyo mensaje ha perdurado en el tiempo de forma indeleble.

En el Festival Castell de Peralada, el director de escena Paco Azorín se pregunta cuál es ese mensaje y cómo quiere mostrarlo, como siempre en él a través de códigos estéticos y soluciones dramáticas que conecten con hoy en día, con lo contemporáneo. Al fin y al cabo, ya lo saben, La traviata fue el primer melodrama contemporáneo de la historia de la ópera. Azorín, con su firma característica, se ha convertido en el director de moda en nuestro país. Como en Las olas, es -yo diría- imposible desprenderse del yo para describir el mundo y personalmente agradezco siempre al murciano su búsqueda del giro, de su acercamiento. La sociedad avanza -yo también diría, aunque en ocasiones no termino de tener claro en qué dirección- y su visión sobre Violetta y La traviata es bienvenida. Por abreviar: La traviata de Zeffirelli me la duermo, la suya no, aunque no tenga por qué gustarme lo que estoy viendo. Su Violeta es libre, Sempre libera, hay un alegato claramente feminista en ella y, sin embargo, no es que en realidad haya nada nuevo en su visión para quienes, desprendidos de conceptos anteriores en generaciones anteriores, nos hemos acercado desde un principio a la obra verdiana sin prejuicio alguno, comprendiendo que su protagonista es una mujer verdaderamente libre, aun con toda la opresión de una sociedad tan hipócrita como superficial y marchita, que la tilda de "perdida"... y el corsé de la propia obra que, aunque queramos, no da más de sí. La libertad de ser amado, dije en su momento, aunque por lo general los directores de escena, es cierto, no ahonden en estos hechos. Partiendo de aquí, se me hace especialmente repetitivo el hincapié por explicarme de antemano lo que voy a ver, como si se diera por hecho que no lo voy a comprender... O explotando la vía comercial que todo movimiento o causa social tiene, tampoco vamos a negar esto. El canal de comunicación del artista ha de ser su obra; el resto déjenoslo a los diletantes. Es el pero que puedo poner (junto al ya demasiado visto recurso de una niña sobre el escenario, con una lectura de la carta cuya concepción es totalmente errada y la pregunta de si en el París de su época las mesas de billar francés tenían troneras...), en una puesta por lo demás cuidadísima en lo dramático, en la dirección de sus tres cantantes principales y cargada de poesía y estética en esa interconexión del arte de la que hablaba antes, con María Moliner o George Sand de(masiado de) por medio, del mismo modo que aquí, sin saber esto, quería conectarla con Woolf.

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Esta Violetta esta encarnada por la soprano rusa Ekaterina Bakanova quien, una vez más en este poliédrico y complejo personaje, opta por enfocarlo explotando su vía dramática. Es un poco el sino de los tiempos, donde prima lo actoral sobre el canto, sin que ello sea algo negativo, aunque se eche de menos la opulencia vocal de una protagonista total. En cualquier caso, su Traviata es razonable en lo vocal, siempre conociendo los medios de los que dispone y sobresaliente en lo dramático. A su lado, el muy disfrutable Alfredo de René Barbera, de timbre y formas ciertamente bellas, canta y delinea sus frases con gusto en una voz que en un teatro cerrado a buen seguro gana, pero que aquí, al aire libre, se escucha perfectamente gracias a una solvente proyección, con un personaje que es siempre antipático y machista, aquí a la vista de todos maltratador, en una relación que no se termina de comprender con una Violetta liberada, que termina por entregarla a su hija (¿de una relación anterior?) antes de morir (!). Completaba el trío protagonista el Germont de Quinn Kelsey, también entregado en lo dramático, pero sin que los resultados vocales estuviesen siempre a la altura de lo requerido, en una técnica por momentos cuestionable.

Correctos todos los comprimarios, que dan mucho juego en la visión de Azorín y excelente el Coro Intermezzo, en esta ocasión liderado por José Luis Basso, director del Coro de la Ópera de París. Por su parte, resulta de lo más acertado contar con la experta batuta verdiana de Riccardo Frizza al frente de la Orquestra del Gran Teatre del Liceu. Frizza ahonda, como es costumbre en él, e imprime una pátina de textura y densidad necesarias, además del pulso vital que tanto necesitan las partituras verdianas, aunque no en todo momento la orquesta terminase de encontrarse. A comienzos de 2019 pudimos disfrutarle en ABAO, con I Lombardi, también de Verdi, pero es una batuta, ya lo he comentado en otras ocasiones, que bien nos vendría escuchar más a menudo por aquí, incluso con más funciones por título, o como titular de un foso, por ejemplo, valenciano.

El futuro será feminista o no será, aunque cada día sea ya un momento perdido del mañana. Es por eso que, en esta apuesta, en la que tanto se han cargado las tintas en anticiparnos su feminismo, me resulte especialmente chocante que siga siendo la mujer más protagonista de la obra (en este caso la soprano) quien vaya  siempre a buscar al director de orquesta, e incluso al propio Azorín, en los saludos finales. Hay cánones, machismos disfrazados de tradición, que deberíamos empezar ya a romper de una vez. Es algo que no hubiese esperado de Zeffirelli, pero sí de Azorín (y de otros más jóvenes que tampoco lo hacen, pero no pierden tiempo en cuestionarle), del mismo modo que esperaba que hubiese más responsabilidad a manos de mujeres en su equipo, en el que de los doce miembros, sólo dos asistentes son mujeres, ninguna entre los responsables. A veces las cosas se dan como se dan, no entro ahí, pero sí que llama la atención, insisto, en una producción que, nos han dicho, es feminista. Los hombres también hemos de ser feministas y nuestra obra puede, ha de serlo, que duda cabe. Feminismo es igualdad. En Platea ocurre lo mismo, así que no es que esté tirando piedras a nadie. Sólo dos mujeres en nuestra plantilla habitual, algo que tenemos que solucionar cuanto antes (y en ello estamos), pero el feminismo no lo vendo como reclamo de Platea, sino que espero que la gente pueda verlo al leernos. 

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Fotos: Toti Ferrer / Festival Castell de Peralada.